miércoles, 15 de diciembre de 2010

¿Te soy sincero?... no, ahora no...

Las verdades ofenden. Alguna vez, todos hemos dicho o hemos escuchado esa frase, y muchos se han preguntado si ofenden más las verdades o las mentiras. ¿Qué preferimos entonces escuchar? Hace mucho tiempo, en una clase de gimnasia en el instituto, aprovechando la buena relación que teníamos con el profesor, unos compañeros y yo mantuvimos una conversación acerca de los rumores que corrían por el instituto sobre él. Una de mis amigas le preguntó directamente, “¿pero no te ofende?”. Dijo unas palabras que se me quedaron grabadas: “Si es mentira, no tengo por qué ofenderme, por eso precisamente, porque es mentira y no tengo que defenderme de algo que no es cierto. Y si es verdad, tampoco tengo por qué ofenderme, porque es verdad y punto”.

La teoría es muy fácil, llevarlo a la práctica es lo que más cuesta. No podemos controlar lo que nos ofende y lo que no, no podemos controlar a los que nos rodean para que digan cosas que no nos ofendan. ¿Nos cuesta aceptar las verdades? ¿sólo aceptamos lo que queremos oír? ¿es lícito, entonces, decir sólo las cosas que sabemos que nuestro interlocutor quiere oír?

Me explico. Ir de abanderados de la sinceridad no siempre es positivo. No es una virtud presumir de sinceridad. No es una virtud presumir (lo primero). No es una virtud ser sincero. Y, al mismo tiempo, tampoco es lo contrario. No es esa la cuestión, no quiero atacar a los sinceros ni a los que no lo son. En mi opinión, hemos de tener un poco de (no sé cómo llamarlo) ¿educación? ¿civismo? ¿convivencia? ¿Por qué hemos de ofender con nuestra sinceridad si podemos evitarlo con una mentira piadosa? ¿o con una omisión?

Con un ejemplo tonto. Imaginemos que me compro las zapatillas más feas del mercado, pero ese hecho, me hace feliz. Me gustan. Me sientan bien. Son cómodas. Las puedo combinar con toda mi ropa. Han sido baratas. El día que las estreno uno de mis amigos me dice que son feísimas, que qué gasto más tonto he hecho, que no me quedan bien… Esa sinceridad, en ese momento, seguro que me ofendería. ¿Qué necesidad hay de destruir las pequeñas (o tontas) ilusiones de la gente con la opinión verdadera que tenemos sobre algo? No estoy justificando una mentira, pero más fácil sería decir simplemente (nuestro idioma es muy rico) la consabida frase: “yo no me las pondría, pero están bien”. Es un juego de tonos en el mensaje. Si yo escucho esa frase después de enseñar las zapatillas que tan feliz me están haciendo, sé que a mi amigo no le gustan, pero seguiré feliz con mis zapatillas sin que mi amigo haya creado en mí el sentimiento de error que conlleva escuchar de él la más dura sinceridad.

En este caso, el hecho en sí mismo es totalmente subjetivo. Una opinión, sí (a pesar de que en algún momento pueda llegar a pensar que realmente son las zapatillas más feas del mercado). Llevándolo a otros terrenos, menos subjetivos. De verdad ¿es necesario atacar las ilusiones de la gente con la sinceridad? No creo que ser sincero signifique decir siempre lo que opinemos sin pensar en los sentimientos de quien nos está preguntando (o no) una opinión. Eso es la empatía, ponernos en el lugar de los demás. Cuando una persona nos pregunta ilusionada la opinión sobre algo que ha hecho, es para que, precisamente, nosotros, que somos sus amigos y que lo conocemos, lo apoyemos y, sí, por qué no, digamos en ese momento lo que quiere oír para no tirar por tierra todas sus ilusiones puestas en algo. Eso no es mentir, eso no es falsedad. Eso son ganas de no tocar las narices. Repito, nosotros que lo conocemos, podemos saber qué es lo que le ofende.

Aprendí hace tiempo a callarme lo que creo que puede ofender. Sobre todo cuando no me afecta directamente. Quiero decir, ¿en qué me afecta a mí que mi amigo se haya comprado las zapatillas más feas del mercado? Si sé que eso le hace feliz ¿quién soy yo para decirle que es lo peor que ha podido hacer? Me vienen a la mente un montón de situaciones vividas. Bien es cierto que todos esos ataques de sinceridad que he sufrido (sí, sufrido) se limitan a situaciones bien frívolas. ¿Es muy egoísta querer sinceridad sólo cuando la pides? Ahí es donde defiendo lo que estoy defendiendo.

Nos importa demasiado la opinión de los que nos rodean, de los que consideramos nuestros amigos y, a veces, craso error, de los que no consideramos amigos y, en ocasiones, ni siquiera conocidos. Vuelvo a la frase de mi profesor de gimnasia. Las mentiras o las verdades no tienen por qué ofender (por eso mismo, o porque son mentiras o porque son verdades) y mucho menos de gente que no comparte con nosotros el día a día. Lo que ofende son las intenciones, las maneras de decir esas mentiras o esas verdades, el tono utilizado, incluso el lenguaje. Recuerdo de nuevo la frase antes dicha: “yo no lo haría, pero…”. Con el tono adecuado, estamos siendo sinceros, estamos dando nuestra opinión, y evitamos así atacar y dañar a quien nos pregunta, que entenderá perfectamente lo que queremos decir y lo que opinamos.

El ser humano es un conjunto de necesidades, a veces no todas necesarias, y entre ellas está la de cambiar todo lo que nos rodea, con nuestras opiniones sobre las cosas, con la subjetividad que prima en todo. Pero esa idea, la de cambiar, no debe atacar la necesidad de cambio de nuestros iguales (somos todos personas). No debe atacar la libertad de elección de nadie. Y si no, ¿por qué existe la frase “vive y deja vivir”?