miércoles, 25 de abril de 2012

Cuándo nos negamos a querer (y nos queremos negar)


La lluvia golpeaba la ventana suavemente, y aquel sonido mecía lentamente sus sueños, confundiéndose sueño y realidad en una extraña sensación de bienestar que le empujaba a quedarse en la cama al abrigo de sus mantas. En el exterior hacía frío, lo notaba en su nariz, que asomaba vergonzosa al mismo tiempo que expulsaba el vaho de cada mañana. Empezaron a despertar todos sus sentidos, al ritmo del sonido acristalado, al ritmo de una dolorosa respiración. No quería comenzar el día, quería quedarse así, pensó que podría estar así siempre, cerró fuerte los ojos.

Los abrió de repente.

Volvió a cerrarlos. Con fuerza.

Otra vez los abrió. No. No había sido un sueño. Todo era real, dolorosamente real.

Miró el techo. Recorrió toda su habitación con la mirada, expectante, aún con la esperanza de reconocer en todo aquello un sueño, un mal sueño. La luz que entraba por la puerta le devolvió a la realidad. Era el momento. Apartó de un golpe seco las mantas, sacó una pierna y, al apoyar el pie en el suelo, sintió el frío, un frío que le recorrió todo el cuerpo, hasta llegar y compararse con el frío de su nariz. Respiraba con dificultad, sin razón aparente. Escuchó la lluvia.

Al compás, se levantó de la cama. Se fue a la cocina. Cogió su taza y se preparó el café. El olor de la cafeína inundó la cocina. Sólo quería café. Nada más. Mientras miraba la taza dar vueltas en el micro-ondas, volvió a acordarse de él. En ese momento, y sólo en ese momento, cada mañana, es cuando recibía su calor, se calentaba las manos con la taza al tiempo que sentía en su cuello el beso de buenos días. Ese momento, y sólo ese momento, era el más feliz de su día. Le acompañaba durante todo el día, le perseguía en cada instante, en cada una de las sonrisas que le producía su ataque, cada vez que volvía a su cabeza. Pero no entonces, cuando agarró la taza, lo único que sintió fue amargura, nostalgia quizá… ya no sabía lo que sentía.

Bebió de un trago el café. Dejó la taza vacía en el fregadero, el sonido vacío del metal le trajo de nuevo a la realidad. Seguía lloviendo en la calle, la gente corría, contra el viento, sujetando con fuerza sus paraguas, luchando contra el tiempo, como en un intento desesperado de huir, de huir de la oscuridad.
Se fue al baño, pero no quiso mirar al espejo. Abrió el grifo de la ducha, dejó caer el agua sobre su mano izquierda, estaba fría, esperó unos segundos, seguía fría.

Se desnudó. Se vio en el espejo. No se miró. Apartó la vista.

Entró en la ducha. Dejó caer el agua sobre su espalda, estaba caliente, esperó unos segundos… Dejó caer el agua sobre su espalda, al mismo tiempo que una espesa neblina le envolvía. Lentamente. Tenía los ojos cerrados. Apretó fuerte. Los ojos. Los dientes.

Apareció de nuevo en sus pensamientos. Por qué. Por qué había dejado que todo eso le afectara tanto. Por qué en ese momento. Por qué no supo esperar. Por qué lo dijo. Por qué no se calló. Por qué no supo. Por qué se lo preguntaba todos los días.

Estaba llorando. O era el agua de la ducha. Notó la temperatura de sus lágrimas. Como siempre, no sabía distinguir nada, confundía unas cosas con otras…

Cerró el grifo. Lo decidió, otra vez. Buscó en su mente. Encontró muchos recuerdos. Los fue juntando todos. Los recogió. Los reunió. Todos juntos.

Los metió en una pequeña caja.

"Te quiero", escuchó.

Los apartó.

"Te echaré de menos".

Los encerró en lo más profundo de su cabeza.

"No lo hagas".

Apagó la luz.

Envolvió la caja con unas fuertes cadenas. Puso un candado. Lo cerró.

Salió de allí para no volver nunca. Decidió no rescatarlos nunca. Decidió que jamás volvería a abrir todo aquello. Decidió que lo olvidaría, que lo conseguiría, decidió que no volvería a pasar nunca más por todo ese sufrimiento.
 
Decidió negarse.

Se negó a volver a todo eso.

Se negó a pasar de nuevo por aquello.

Se negó a querer.