Es algo propio del ser humano. Consciente o inconscientemente nos ilusionamos fácilmente con nuevos proyectos en todos los ámbitos de nuestra vida. Sin quererlo, miramos hacia delante imaginando las consecuencias positivas de nuestros actos, olvidando, en muchas ocasiones, las negativas. Pero, ¿no es eso precisamente una reacción ante las posibles consecuencias negativas?, ¿no es eso un mecanismo de defensa ante la posibilidad de que las cosas nos salgan mal?, ¿o no es más que una aceptación encubierta de la malo que pueda venir?, ¿cuál debería ser el límite lógico de ilusión para evitar la decepción? Darle tantas vueltas a las cosas, ya sea en positivo (deseando lo bueno), ya sea en negativo (abanderando el catastrofismo), no es sano para nuestra salud mental.
Sin pensarlo detenidamente, la experiencia me dice que estamos, casi siempre, predispuestos, que analizamos en exceso nuestros actos, muchas veces sin haberse llevado a cabo todavía, adelantamos acontecimientos, pensamos demasiado en todo aquello que vamos a hacer, en todo aquello que nos puede ocurrir, en todo aquello que no depende directamente de nosotros y en lo que sí depende directamente de nosotros mismos. Y todo esto nos lleva, finalmente, y sin poder evitarlo, a la decepción, a la desilusión o, incluso, al arrepentimiento. A preguntarnos qué habría pasado si… A cuestionarnos nuestros actos si… A proponernos no volver a caer en el mismo error si… En definitiva, en muchas ocasiones, no nos permitimos disfrutar al cien por cien de lo que hacemos y además nos engañamos haciéndonos creer que todo ha sido producto del azar, cuando sabemos (aunque lo rechazamos) que lo hemos provocado nosotros con nuestra predisposición, tanto positiva como negativa, a la vista de un nuevo proyecto.
Somos conscientes del engaño. Nos han intentado enseñar que pensar en positivo sólo produce consecuencias positivas, del mismo modo que pensar en negativo provoca las negativas. No. El pensamiento positivo no existe, el optimismo no existe. Es simplemente un mecanismo de nuestra mente, de nuestro subconsciente, e, incluso, de la sociedad en la que vivimos, para autoengañarnos en un intento de evitar el arrepentimiento posterior. Pero, ¿no ha sido la misma sociedad la que nos ha enseñado que el pensamiento negativo y el pesimismo nos conducen también a ese arrepentimiento? Entonces, ¿de qué nos sirve analizar nuestro comportamiento e intentar “cambiar el destino” de las cosas con pensamientos e ideas e ilusiones?
Supongo que nada es fácil. La teoría siempre es más sencilla que la práctica. Han sido dos afirmaciones las que me han llevado a reflexionar sobre este asunto.
- “Sólo me arrepiento de lo que no hago”, que dicen algunos. ¿Es cierto? Vamos a ver. Se nos presenta un proyecto que, presumiblemente, provocará una consecuencia positiva (la consecución de un objetivo positivo). Analizamos los pros y los contras y, a pesar de que la balanza se inclina hacia los pros, decidimos no llevarlo a cabo. Es así como nos arrepentiremos de lo que no vamos a hacer. ¿Esto tiene sentido? ¿Por qué ha pesado más en nuestra decisión las posibles (y nimias) consecuencias negativas? ¿Por qué han ganado los contras? Los optimistas lo arreglan todo sentenciando que es porque hay algo mejor esperándonos. En un intento desesperado por evitar el arrepentimiento, si no nos arrepentimos de lo que no hacemos, ¿significa que el destino me tiene preparado algo mejor? Permítanme que me ría (y con una sonora carcajada, si es posible). No puedo evitar arrepentirme de no haber comprado el décimo premiado de la lotería de Navidad, pero no sólo me arrepiento ahora, sino que me arrepentí antes de no comprarlo. A esto es a lo que estamos predispuestos. Achacamos las cosas al destino y al azar indistintamente y según nos convenga en cada momento, sin saber (o sabiéndolo, pero rechazándolo) que destino y azar son casi antónimos (sólo cuando negamos que el azar está relacionado con el libre albedrío propio de cada individuo). El único límite, es el que nos impone la lógica, pero no la lógica individual, sino la lógica colectiva. La que está presente en la sociedad, en la comunidad en la que nos desenvolvemos, plasmada incluso en leyes creadas por personas que participan de la misma comunidad (o, al menos, bastante cercana a la nuestra, cuando la entendemos como un algo muy amplio que abarca mucho más que lo que podemos ver ante nuestras propias narices). El problema radica en pensar en las consecuencias mucho antes de que todo suceda, y así, salga bien o salga mal, nos encaminamos hacia el fin último, positivo o negativo, sin entretenernos en el camino y sin disfrutar de todo lo bueno (y malo) que nos podamos encontrar. Pero no es nuestra culpa, la sociedad nos ha enseñado a no saber, a no poder o a no querer disfrutarlo. Esto me lleva a la otra afirmación.
- “Vive el presente”, “disfruta el momento”… La poesía del romano Horacio (carpe diem quam minimum credula postero, ‘aprovecha el día y no confíes en el mañana’) convertida en una filosofía en la actualidad. Exacto. Decirlo es tan fácil como complejo es llevarlo a la práctica. No somos capaces, como he dicho antes, de disfrutar el momento, no somos capaces de olvidarnos de lo que va a venir después (no sabemos, no podemos y no queremos obviar la confianza que depositamos en el mañana). La concepción lineal del tiempo que impera en nuestra sociedad, no nos permite focalizar eso precisamente, el tiempo. Tampoco la concepción circular y cíclica, que imprimimos en determinados aspectos y que nos lleva al comienzo y a repetir una y otra vez lo vivido. Como digo, es prácticamente imposible “desconectar” el tiempo. Somos humanos y, queramos o no, lo que somos hoy es el reflejo de lo que fuimos ayer, y lo que queremos y pretendemos ser mañana. Si el tiempo es lineal, el “ahora” pasa a ser “antes” en el “después”, convirtiéndose este último en el protagonista de todos nuestros actos y de nuestro comportamiento, ya que este “después” será un “ahora”. Inevitablemente. No tenemos que aprender a no confiar en el futuro, aceptamos su existencia tanto si pensamos conscientemente en él como si no lo hacemos. Esto no es pensamiento positivo, esto no es optimismo, tampoco todo lo contrario, por muy cercano que esté el pesimismo a la realidad (o por muy cercano que así lo crean muchos). Tenemos que aprender a disfrutar y a sufrir el presente, a vivirlo (como reza la dichosa frase) sea positivo o sea negativo, no pensar en el futuro y no planificar acontecimientos que no sabemos si sucederán o no, ya lo haremos cuando ese futuro sea un presente. Sin optimismo ni pesimismo, para no perdernos los detalles.
Lo dijo el filósofo (no poeta) griego Heráclito, πάντα ῥεῖ ("panta rei", 'todo fluye'). Exactamente, todo fluye y todo lo hace alrededor de nosotros. Somos el centro y hemos de aprovechar esa posición que nos facilita una visión más amplia de las cosas que nos rodean y nos puede ayudar a saber disfrutarlas sin cerrar los ojos y sin ocuparnos de las consecuencias. Hemos de aprender a no buscar razones, motivos, objetivos, consecuencias, resultados, ilusiones, expectativas… en nuestros actos, tenemos que luchar contra nuestra capacidad de pensar para así conseguir no tener que dar explicaciones de nuestro comportamiento (ni a los demás, ni a nosotros mismos) y así evitar cualquier tipo de arrepentimiento, porque sabemos, podemos y, sobre todo, porque es lo que queremos.