domingo, 3 de marzo de 2013

El perro que se muerde la cola



Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra… Lo que esta expresión no explica es que el hombre es capaz de caer más de dos veces. Lo que esta expresión no explica es que el hecho de tropezar no asegura que aprendas para una posible siguiente vez.

¿Qué pasa cuando tropezamos tantas veces? ¿Por qué a veces nos vemos incapaces de salir de la fase de experimentación? Vamos a ver, a ver si consigo entender algo. Se supone que nos tenemos que caer para aprender, se supone que a base de tortas aprendemos de la vida, entonces, ahí va mi pregunta, ¿las personas que más se han caído en esta vida son las más sabias?, ¿aquel que se autodefine como sabio y conocedor de todo en esta vida es el que más tortas se ha llevado?, ¿eso es de ser inteligente?

Han visto ustedes, supongo, alguna vez a una mosca intentando salir por una ventana cerrada. La muy tonta no aprende con los 30 primeros golpes, sigue intentándolo insistentemente. Me viene a la cabeza, gracias a esa mosca estúpida, la de veces que he leído que nos tenemos que levantar una y otra vez para seguir hacia delante. Somos un poco como esa mosca. Nos tropezamos dos veces, o tres, o cuatro. Nos caemos un montón de veces más, y nos animan a que nos levantemos y sigamos hacia delante. Es la gente que nos rodea la que nos anima a escoger otro camino de la misma manera que, creo, le pasará por la cabeza a esa estúpida mosca: “si por aquí no salgo, quizá un milímetro más a la izquierda… no… un poco más… tampoco…”

¿En serio? ¿En serio somos los seres humanos tan imbéciles? Lo he visto a mi alrededor, no aprendemos. Nos cuesta muchísimo aprender. Nos cuestan esas tortas que recibimos a lo largo de nuestra vida, hasta tal punto que somos capaces de aconsejar a los que nos rodean utilizando nuestras propias experiencias, sin darnos cuenta de que seremos de nuevo los conejillos de indias de nuestras propias experiencias, actitudes y errores, que repetiremos, sin duda, olvidando los consejos, las conclusiones y las moralejas que muy sabiamente somos capaz de exprimir de ellos. De los errores se aprende, que dicen.

Es la pescadilla que se muerde la cola. Permítanme la licencia metafórica y poética, creo que es más el perro que intenta morderse la cola. Me explico, somos los hombres tan tontos como ese perro que se persigue insistente el rabo dando vueltas sobre sí mismo. Él sabe que no lo alcanzará nunca, y que si lo alcanza lo dejará escapar a los segundos porque se produce dolor al morderse, o porque no es capaz de mantener la postura.

Así somos las personas, perseguimos algo que sabemos que es difícil de alcanzar, cuando lo logramos nos damos cuenta de que no es bueno para nosotros y lo dejamos escapar. O cuando lo conseguimos, nos encontramos incómodos con la postura y lo dejamos ir. Tiempo después nos olvidamos de que no es lo que queríamos, y volvemos a perseguir ese objetivo como imbéciles, olvidando lo que nos costó, olvidando que conseguir esa meta no nos alivia.

Somos perros, pero nos hemos confundido tantas veces que hemos olvidado que no somos el perro de Pavlov (aquel que conseguía aprender con premios y castigos), uno que demostraba ser inteligente. No, no somos ese perro inteligente que aprendía. No. Somos el perro insistente que no aprende, que repite una y otra vez sus errores, y que cuando se lleva la torta piensa dos segundos en abandonar su empeño por su escasa conveniencia, para retomarlo tiempo después convencido de que es positivo y es lo que tiene que hacer.

Aprendamos, no a base de hostias, que hay cosas que no nos convienen y por mucho que intenten convencernos de lo contrario, hay objetivos imposibles. Que esas hostias sean un indicativo de que es hora de cambiar de meta, que esas tortas nos enseñen a luchar por lo verdaderamente importante. Piensen ustedes, la próxima vez que alguien les diga y les anime a seguir luchando por algo, que es tontería perder el tiempo y que lo más cómodo es abandonar algo difícil de conseguir por algo que exija de nosotros menor esfuerzo. Abandonar un objetivo difícil no es dar la espalda a nuestros principios y a nuestra dignidad, que nadie les intente convencer de ello, abandonar un objetivo difícil por uno más fácil es comodidad, practicidad, intentar buscar la felicidad en las pequeñas cosas. Que nadie intente convencerles de lo que lo más difícil de alcanzar es lo que más alegrías nos da. No. Aquello que nos haga feliz, no ha de ser tan costoso. Y si no, ¿por qué escuchamos que son los pequeños detalles los que nos hacen sonreír?