Dicen que el
hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra… Lo que esta
expresión no explica es que el hombre es capaz de caer más de dos veces. Lo que
esta expresión no explica es que el hecho de tropezar no asegura que aprendas
para una posible siguiente vez.
¿Qué pasa cuando
tropezamos tantas veces? ¿Por qué a veces nos vemos incapaces de salir de la
fase de experimentación? Vamos a ver, a ver si consigo entender algo. Se supone
que nos tenemos que caer para aprender, se supone que a base de tortas
aprendemos de la vida, entonces, ahí va mi pregunta, ¿las personas que más se
han caído en esta vida son las más sabias?, ¿aquel que se autodefine como sabio
y conocedor de todo en esta vida es el que más tortas se ha llevado?, ¿eso es
de ser inteligente?
Han visto ustedes,
supongo, alguna vez a una mosca intentando salir por una ventana cerrada. La
muy tonta no aprende con los 30 primeros golpes, sigue intentándolo
insistentemente. Me viene a la cabeza, gracias a esa mosca estúpida, la de
veces que he leído que nos tenemos que levantar una y otra vez para seguir
hacia delante. Somos un poco como esa mosca. Nos tropezamos dos veces, o tres,
o cuatro. Nos caemos un montón de veces más, y nos animan a que nos levantemos
y sigamos hacia delante. Es la gente que nos rodea la que nos anima a escoger
otro camino de la misma manera que, creo, le pasará por la cabeza a esa
estúpida mosca: “si por aquí no salgo, quizá un milímetro más a la izquierda…
no… un poco más… tampoco…”
¿En serio? ¿En
serio somos los seres humanos tan imbéciles? Lo he visto a mi alrededor, no
aprendemos. Nos cuesta muchísimo aprender. Nos cuestan esas tortas que
recibimos a lo largo de nuestra vida, hasta tal punto que somos capaces de
aconsejar a los que nos rodean utilizando nuestras propias experiencias, sin
darnos cuenta de que seremos de nuevo los conejillos de indias de nuestras
propias experiencias, actitudes y errores, que repetiremos, sin duda, olvidando
los consejos, las conclusiones y las moralejas que muy sabiamente somos capaz
de exprimir de ellos. De los errores se aprende, que dicen.
Es la pescadilla
que se muerde la cola. Permítanme la licencia metafórica y poética, creo que es
más el perro que intenta morderse la cola. Me explico, somos los hombres tan
tontos como ese perro que se persigue insistente el rabo dando vueltas sobre sí
mismo. Él sabe que no lo alcanzará nunca, y que si lo alcanza lo dejará escapar
a los segundos porque se produce dolor al morderse, o porque no es capaz de
mantener la postura.
Así somos las
personas, perseguimos algo que sabemos que es difícil de alcanzar, cuando lo
logramos nos damos cuenta de que no es bueno para nosotros y lo dejamos
escapar. O cuando lo conseguimos, nos encontramos incómodos con la postura y lo
dejamos ir. Tiempo después nos olvidamos de que no es lo que queríamos, y
volvemos a perseguir ese objetivo como imbéciles, olvidando lo que nos costó,
olvidando que conseguir esa meta no nos alivia.
Somos perros,
pero nos hemos confundido tantas veces que hemos olvidado que no somos el perro
de Pavlov (aquel que conseguía aprender con premios y castigos), uno que
demostraba ser inteligente. No, no somos ese perro inteligente que aprendía.
No. Somos el perro insistente que no aprende, que repite una y otra vez sus
errores, y que cuando se lleva la torta piensa dos segundos en abandonar su
empeño por su escasa conveniencia, para retomarlo tiempo después convencido de
que es positivo y es lo que tiene que hacer.
Aprendamos, no a
base de hostias, que hay cosas que no nos convienen y por mucho que intenten
convencernos de lo contrario, hay objetivos imposibles. Que esas hostias sean
un indicativo de que es hora de cambiar de meta, que esas tortas nos enseñen a
luchar por lo verdaderamente importante. Piensen ustedes, la próxima vez que
alguien les diga y les anime a seguir luchando por algo, que es tontería perder
el tiempo y que lo más cómodo es abandonar algo difícil de conseguir por algo
que exija de nosotros menor esfuerzo. Abandonar un objetivo difícil no es dar
la espalda a nuestros principios y a nuestra dignidad, que nadie les intente
convencer de ello, abandonar un objetivo difícil por uno más fácil es
comodidad, practicidad, intentar buscar la felicidad en las pequeñas cosas. Que
nadie intente convencerles de lo que lo más difícil de alcanzar es lo que más
alegrías nos da. No. Aquello que nos haga feliz, no ha de ser tan costoso. Y si
no, ¿por qué escuchamos que son los pequeños detalles los que nos hacen
sonreír?