miércoles, 24 de noviembre de 2010

CHISSSSSSST… CALLA…

Dice un proverbio hindú que cuando hables, procures que tus palabras sean mejor que el silencio. Tiene razón. Antes de decir tonterías, es mejor permanecer callado. En eso estoy de acuerdo (sobre todo en ciertos ámbitos). Pero no, tampoco voy a entrar a discutir, no voy a debatir ahora quien debería callarse, quien debería mantener la boca cerrada, y quien no… En realidad sólo quiero hablar de mis propias experiencias.

Me han mandado callar muchas veces y por muchas razones. De hecho, hace poco, después de una discusión acalorada, y de sacar el tema millones de veces (casi hasta la saciedad), se para uno a pensar en las razones. Cuando pienso en las veces que me han dicho la frase del título de esta nota, no puedo evitar acordarme de gente a mi alrededor que me la dice porque está viendo algo en la televisión, porque está intentando acordarse de algo, porque está concentrado pensando, porque está hablando por teléfono, porque estoy interrumpiendo…

Es algo propio del carácter español, creo. No callarnos cuando debemos callarnos. Me refiero a esas circunstancias en concreto. Pero otras veces me han obligado a callarme. Sí. Recuerdo las primeras veces que yo trabajé como profesor de español para extranjeros. Daba clases a adolescentes de otros países y, antes de empezar, se me insinuó que había ciertos temas prohibidos en clase. A saber: religión, sexo y política.

Tiempo después, en el mismo trabajo, me encuentro en el libro de clase un texto que hablaba sobre los temas tabú. Me enfrentaba a un público de diferentes nacionalidades, de diferentes países, de diferentes culturas, así que la experiencia fue muy enriquecedora. Aprendí de qué temas se podía hablar en otros países, en qué ámbitos estaba permitido hablar de esto o de lo otro. En todos los países, absolutamente en todos, esos temas tabú que proponía aquel texto se relajaban en los ambientes más cercanos. Quiero decir, con tu jefe no puedes hablar de política, en cambio con tu familia sí. Con tu familia no puedes hablar de sexo, pero con tus amigos sí. Con las personas que acabas de conocer no puedes hablar de religión, pero con tus amigos sí… o no… depende…

Yo pensaba que vivía en un país libre, con un derecho a la libertad de opinión y de expresión recogido en nuestra Constitución. Incluso está recogido en la Declaración de los Derechos Humanos:

Artículo 18: Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia.

Artículo 19: Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.

He oído millones de veces la manida frase: se puede opinar y expresar todo lo que quieras, pero sin faltar al respeto… (y no volveré a criticar la maravillosa frase “respeto tu opinión”). Pero, ¿quién marca esa falta de respeto? (el límite está marcado por la ley en muchos casos, muchas barbaridades están tipificadas como delito, incluso el simple hecho de verbalizarlas, no se pueden decir ciertas cosas, recuerdo ahora el caso de Dragó o el caso de Sostres, así, más recientes). Quiero decir, conocer esos límites es difícil, incluso en nuestros círculos más cercanos. Siempre podemos llevarnos alguna sorpresa, cuando, pienso, no debería ser así.

Hace poco tiempo mantuve una conversación sobre política (en la que, cómo no, apareció levemente también el tema religión). Las tres personas que hablábamos estábamos encantados con el tema. Pero amigos nuestros, a nuestro alrededor nos mandaban callar y cambiar de tema. Por varias razones, eso sí, una, porque era un tema que no les apetecía tratar, y dos, porque estábamos dando una extraña imagen delante de gente que no conocíamos y “que se podían sentir ofendidos”. ¿Por qué? ¿Que yo hable de política o de religión, es decir, que yo tenga ciertas ideas, puede ofender a alguien? Repito, ¿es que no tengo yo derecho a pensar libremente lo que me dé la gana sobre ciertos temas?

Todavía no lo entendido. Después de aquella conversación (o discusión, como a nosotros tres nos gustaba llamarla) hemos sacado el tema nuevamente otras tantas veces. Y, después de los intentos de explicación, sigo sin entenderlo. Sobre todo porque ese intento de hacerme “entrar en razón” no tenía sentido, y no porque me crea en posesión de la razón, sino porque me parece obvio que soy libre de pensar y expresar lo que quiera. ¿Me ofende a mí que personas a mi alrededor hablen de otros temas que no me interesan? No me gusta el fútbol, si dos amigos míos hablan sobre fútbol ¿me están atacando? Estoy en paro, si estoy en una cafetería y en la mesa de al lado hablan sobre su trabajo ¿he de salir del bar ofendido? ¿Tengo que callarme yo porque puedo ofender hablando de política, pero tengo que escucharte a ti hablando de un tema que no sabes si me ofende a mí? Propongo hacer una lista de los temas que pueden ofender, a modo de referéndum, que todos podamos votar los temas con los que nos sentimos ofendidos y prohibirlos en cualquier conversación de cualquier ámbito.

Sí, hablar de política es discutir seguro. Por eso me gusta hablar de política con gente que no piensa lo mismo que yo. Yo intento convencerte con mis argumentos, tú intentas convencerme con los tuyos, pero ni yo te convenceré, ni tú me convencerás. Pero sé con quien puedo hablar de política y con quien no. Y aún así, incluso con las personas con las que no hablo de este tema, jamás me enfadaría. Un derecho que reclamo para mí, no se lo puedo negar a los demás. Pero el tema en concreto, no puedo entender (y creo que jamás lo comprenderé) por qué es tabú. Por qué este sí y el fútbol no. Por qué este sí y el criticar a amigos (o no tan amigos) no. Por qué este sí y el hablar de las condiciones de mi último trabajo no (cuando con ese tema yo sí que me siento ofendido).

Conclusión: quiero vivir en una sociedad que reconozca mis derechos (y los de todos) y que todos los respeten, pensé que lo hacía, pero me he sentido decepcionado al descubrir que es toda una utopía.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

El maravilloso mundo del "español para extranjeros"

Es jueves. Llego a la escuela a las nueve y media de la mañana. La directora me presenta a la jefa de estudios, ella me va a explicar el funcionamiento de algunas cosas dentro de la escuela antes de entrar de oyente a alguna clase.

Vamos a la sala de profesores, antes de entrar hay un pequeño pasillo con un tablón de anuncios en la pared, frente a una estantería cerrada con puertas de cristal que dejan ver libros, cuadernos, películas y otro material. La jefa de estudios llamó mi atención sobre el tablón de anuncios, en el que colgaba el horario de la siguiente semana, divido en dos. Por una parte una hoja en la que aparecía el nombre de todos los profesores y las clases en las que estaba cada uno en todas las horas del día. Una vez localizado tu nombre, se buscaba en la parte de arriba la clase en la que se supone ibas a estar, comprobabas el número de alumnos, el nivel con el que terminaban la semana y con el que se supone que empezaban la siguiente semana (siempre había alguna excepción, que comprendería con el tiempo: una flecha al lado de la lección del libro significaba que no estaba acabada, totalmente en blanco es que todavía no estaban nivelados, un número diferente al resto era una asignatura especial…).

Entramos en la sala, pequeña, sin ventana. Ocupada por una gran mesa rodeada de sillas. Las paredes estaban cubiertas por estanterías con libros, radiocassettes, juegos de mesa, cajas grandes que escondían más material… Bajo las estanterías, destacaban los cajones, con el nombre de los profesores y alguno de ellos decorado con fotos u otras cosas. Me senté, y la jefa de estudios se fue a la pizarra. Me explicó el horario. Tres horarios, el de mañana, de nueve a diez y media la primera clase, una pausa de treinta minutos y la segunda clase de once a doce y media. El del mediodía: una sola clase (llamada “superintensivo”) de una y cuarenta a tres y veinte. Y el de la tarde: de tres y media a cinco la primera clase, una pausa de treinta minutos y la segunda de cinco y media a siete. A mí, en mi primera semana de trabajo, me tocaba trabajar en el horario de mañana y en el de tarde.

Después de un rato, y de alguna explicación más, me dejó un rato libre. Cogí un café en la máquina (no muy bueno) y me fui a fumar un cigarro a la puerta. Al cabo de un rato vino la directora a decirme que entraba de oyente a una clase, después vería un superintensivo y después otra clase. Eso hice en todo el día, comí rápido en la sala de profesores (de doce y media a una y cuarenta) y vi a algunas compañeras dar clase.

El viernes fui a las nueve y media también. Me reuní con la jefa de estudios. Esta vez me explicó el material. Para cada nivel (excepto para el tres, que tenía un libro diferente) había dos libros: el libro de Espasa y el libro de recursos. El libro de Espasa estaba divido en dos partes, para los dos profesores que compartían el mismo grupo, y estaba lleno de anotaciones, remisiones a ejercicios del libro de recursos y remisiones a otros ejercicios extras (como juegos o fotocopias del fichero gris). En la media hora entre clase y clase lo normal era contar a tu colega de grupo lo que habías hecho en tu clase, y escuchar lo que otro compañero te contaba del otro grupo que compartías, y preparar la clase.

El fichero tenía cuatro cajones. El de arriba, exámenes. El de abajo, información de las visitas y actividades. El segundo, material extra para las clases de la mañana y la tarde, dividido en lecciones. En principio siempre iba a tener copias suficientes para todos. El tercer cajón, material extra para las clases del mediodía. No se podía usar nada más que eso. Si tenías alguna idea en la que necesitases algún material diferente, había que comunicarlo antes a jefatura de estudios. No hacer fotocopias de material de fuera (sin el membrete de la academia). Evitar pisar ejercicios a tu compañero. No repetir ejercicios que ya había hecho tu compañero. Esto es un trabajo especializado.

Vino la encargada de actividades. Me tocaba escuchar esa explicación. Había diferentes actividades, la copa de bienvenida los lunes (si aparecía tu nombre cobrabas, si no, y querías ir, no cobrabas), clases de cultura (de cuarenta y cinco minutos) lunes, martes, miércoles y viernes, visitas a diferentes museos de Madrid los miércoles, actividad de noche los jueves (fiesta, karaoke, espectáculo de flamenco, paella, tapas…) y excursiones los sábados. Lo normal es que hicieses una excursión cada dos meses. En el resto de actividades, dependía de las necesidades de cada momento. Pero, por lo general, antes de empezar cada mes aparecía en el tablón de anuncios las actividades de todo el mes con los profesores responsables (y suplentes).

De nuevo, un rato libre, café malo de la máquina y cigarro en la puerta. De nuevo, la directora me avisó de que iba a ver más clases. Otras tres. El lunes empezaba, a las nueve de la mañana, sin grupo, sino haciendo exámenes de nivel.

El lunes, llegué a la escuela a las ocho y media (me acostumbraría a esa hora, para preparar alguna cosilla de última hora, para un café y un cigarro antes de entrar). Me explicaron cómo se hacían los exámenes. Mientras los alumnos nuevos hacían la parte escrita, yo iba sacando uno a uno (de los de la lista que me habían dado previamente) para hacerles el oral y nivelarlos. Algunos hablaban bien, otros no entendían nada, otros un poquito.

A las diez y media ya había acabado, incluso la corrección de la parte escrita. Fui a la sala. Abrumadora. Pequeña. Sin ventana. Ocupada al setenta por ciento por una mesa, rodeada de sillas, cubierta de fotocopias que no se necesitaban, de libros de Espasa con nuestros nombres, por radiocassettes que no llegaban nunca a su sitio, unos con la tapa abierta mientras se buscaba el cedé en el cajón, otros con un estuche o cuaderno encima (señal de que estaba ocupado), otros en las manos de alguien que preguntaba “¿Es de alguien?”. Al mismo tiempo, alguien estaba sentado en un taburete con el fichero abierto, buscando alguna fotocopia, al rato levantaba la cabeza para preguntar en qué lección estaba tal ejercicio (siempre habría alguien que lo recordara y se supiera el orden del fichero al dedillo) y después de encontrarlo, echarle un vistazo y sentirse desilusionado, acabar por preguntar que cómo practicaban tal cuestión gramatical. Al lado, dos profesores se contaban lo que habían hecho en clase, qué habían practicado, hasta dónde habían llegado… Aquella sala era un caos en todos los sentidos.

Después, mi primera clase. Después la pausa para comer. Después otra clase. Y la última. A las siete, copa de bienvenida, en el bar de al lado. Hablando con los alumnos, atendiendo a las necesidades de unos y de otros. Intentando mediar para que encontraran amigos. Preguntando a muchos por su primer día. Lo notaba, me atacaba la afonía.

El martes llegué al trabajo más cansado que nunca. La copa duró más de lo que luego descubriría que era lo normal. Entré en mi clase de las nueve. En el primer “descanso” subió el responsable del departamento de Recursos Humanos, me decía que a las doce y media bajara a su despacho, para firmar el contrato.

A las doce y media me enfrenté al contrato. Las horas estaban divididas en lecciones. Cada lección eran cuarenta y cinco minutos de trabajo. Cada clase constaba de dos lecciones. La lección se cobraba a tanto (significaba que los descansos no se cobraban). Mi primer contrato era de cuatro lecciones al día, yo que estaba haciendo más, las apuntaría, y esas lecciones extras las cobraría al mes siguiente o con una ampliación del contrato o con días libres para perderlas. Estaba firmando un contrato de exclusividad y además aceptaba que yo estaba disponible a jornada completa para ellos.

Terminó el martes. El miércoles llegué como siempre, después de mi primera clase, me entero de que el horario de los miércoles cambia por la actividad. La segunda clase empieza quince minutos antes, pero termina media hora antes. A las doce, entonces, me obligan a ir de oyente a una visita al Museo del Prado. Voy. Llego a la escuela para comer rápido, a las tres y media tengo otra clase. Termina el miércoles.

El jueves, llego, doy mis dos clases de la mañana. Aparece el horario de la siguiente semana. Ha cambiado todo mi horario. La siguiente semana trabajo al mediodía y la tarde. Y los grupos son otros. Ahora que ya me había acostumbrado. Me entero también de que el jueves hay que darles a los alumnos unos panfletos para que rellenen con su opinión, entre ellas su opinión sobre cuatro puntos de los profesores: comunicación con el alumno, preparación de las clases, capacidad didáctica y puntualidad. Bajas y altas puntuaciones, no entiendo mucho, pero la directora nos advierte de que no las miremos, porque si vemos la puntuación de un compañero, a lo mejor no es bueno. Termina el jueves. A las nueve hay fiesta de la escuela en un bar de la Latina. Voy.

Hablar con alumnos, escuchar quejas de unos y de otros, despedidas, mediar de nuevo para que tal alumno no se sienta excluido, hablar con otros alumnos, esta habla muy bien, este no entiende nada… La fiesta se alarga, el viernes será duro.

En las clases de la mañana del viernes no hay muchos alumnos, y los que han ido tienen resaca y pocas ganas de trabajar. Me cuesta levantar la clase. A mediodía me entero de la existencia de películas, y que podemos ponerlas, pero sin abusar ni poner todos los viernes. Yo no puedo, mis alumnos de la tarde han terminado el nivel, tienen examen, en la primera clase.

Hago el examen, en mi otro grupo lo hace la otra profesora. En la pausa tenemos que corregirlos. Tienen que estar corregidos los dieciocho para la siguiente clase. No hay descanso, no hay tiempo de preparar la siguiente clase. Corrección y algún juego. No sale muy bien. Se aburren. Me entero de que tengo que ir a la excursión el sábado, soy suplente, y se han apuntado muchos alumnos. A Segovia. Termina el viernes.

El sábado, a las nueve de la mañana hay que estar en el Hotel Wellington. Allí estoy. Esperando a algunos que llegan tarde. Otros llegan con resaca, oliendo a alcohol. Veo caras animadas entre la mayoría desanimadas y con ganas de dormir en el autobús. Llegamos a Segovia, quince minutos para el baño. Unos entran, otros salen, no terminamos nunca. Explicación de la ciudad. Paseo bajo el sol. Noto que no me escuchan muchos, se entretienen más en las fotos y en las tiendas de regalos. En cada parada contar los alumnos, no puedo perder ninguno. Discusión con los guías del Alcázar. Espero. Espero más. Espero más. La visita es eterna. Tiempo libre para comer.

De vuelta a Madrid por la tarde, el silencio invade el autobús. Estamos todos cansados. Llego a mi casa a las seis y media de la tarde, y sólo tengo el domingo para descansar. Me he pasado toda la semana hablando, no tengo ganas de mediar palabra.

El día de cobrar me entra una depresión. He trabajado casi todos los días desde las nueve de la mañana hasta las siete de la tarde. He hecho visitas por Madrid, he hecho excursiones por otras ciudades que no conocía. He ido a la fiesta y a la copa. He dado alguna clase de cultura. No he faltado ningún día. No he disfrutado de mis descansos (esos que no cobro) porque tenía que preparar clases, hablar con mis compañeros, corregir exámenes… No he disfrutado de un horario normal, cada semana cambiaba, me cambiaban los grupos. Mi primer sueldo es de 451,78€.

Meses después se me avisa de la finalización de mi contrato, no me hacen otro porque por ley me tendrían que hacer fijo, y ahora no es una buena época para ello. Tengo tantas lecciones acumuladas, y días libres generados por trabajar en días festivos, y días de mis vacaciones que no pude coger porque había muchos alumnos y pocos profesores, y tengo que cobrar las actividades extras de dos meses (ya que las cobrábamos a mes vencido), he perdido el plus de asistencia por tener que ir al médico (no sirvió de mucho el justificante), según mis ampliaciones me corresponde esto de finiquito…

Tiempo después voy al paro. Estuve trabajando en estas condiciones desde el verano de 2004 (intermitentemente, siempre con contratos de media jornada, aún trabajándola completa, y en esta empresa de Madrid, en concreto, dos semanas en octubre de 2007, desde enero a octubre en 2008 y de enero a agosto en 2009), estamos en septiembre de 2009, me corresponde un paro de cuatro meses y la cuantía mínima. Horas después, recibo la llamada de una compañera de trabajo, han hecho fijos a algunos de mis compañeros.

martes, 9 de noviembre de 2010

Política lingüística contra orgullo español

La nueva ortografía que la RAE, junto con las Academias americanas, está a punto de publicar, ya ha levantado controversias. Ni siquiera se ha acordado cuál será el texto final de la misma, a la espera estamos todavía del consenso de las academias en las próximas reuniones pendientes, pero ya ha hecho correr ríos de tinta.

Sin duda, lo que más ha despertado el orgullo español ha sido el cambio de nombre de la “y”. Sí, como filólogo (amante de las palabras) sigo las “doctrinas” de la Real Academia, pero hay cosas que difícilmente van a conseguir cambiar. Quiero decir, ahora, después de tantos años, me será difícil llamar ye a una letra a la que he llamado toda mi vida i griega. Pero, supongo, que en Hispanoamérica les pasará lo mismo con el nombre de la “v”. En muchos países americanos, se llama a esta letra be corta o be baja (de hecho, les sorprende oír a los españoles hablando de “deuvedé”, palabra que ni siquiera recoge el diccionario de la RAE en la vigésimo segunda edición, sino sólo las siglas DVD).

Pero, ¿qué nos importa el nombre de las letras? ¿De verdad es un cambio tan importante como para discutir tanto sobre el tema? Personalmente estoy más preocupado por otros cambios. Por otros cambios más significativos. A saber:

- “Solo” y “sólo”. Hasta ahora, estas dos palabras se diferenciaban entre sí por la llamada tilde diacrítica. La acentuada es un adverbio, correspondiente a “solamente”, y la no acentuada es un adjetivo (con género y número). La nueva ortografía elimina esa diferencia, aduciendo que por el contexto es muy difícil confundirlas. ¿Seguro? Se me ocurren muchos ejemplos en los que sí hay confusión, y en los que, una vez dicha la frase, tendrían lugar unas cuantas preguntas por parte del oyente. Voy solo al cine vs. Voy sólo al cine. Por suerte, la Academia es un poco flexible en ese aspecto, y no “condenará” (como si de un tribunal se tratase) este uso.

- Los demostrativos. Para diferenciar adjetivos de pronombres se venía acentuando estos últimos. Personalmente, dejé de acentuarlos hace mucho. Aquí sí que no hay posibilidad de confusión, al menos eso entiendo yo, porque ya sean adjetivos o pronombres, siguen siendo demostrativos en todos los casos.

- Los diptongos, los hiatos y los monosílabos. Sí, de acuerdo, los monosílabos nunca van acentuados (excepto aquellos con tilde diacrítica para diferenciarlos de otras palabras). Pero los que tienen un hiato, o los que pretendían romper el diptongo con un hiato acentuado, ahora ya no van a ir acentuados. Me explico, las palabras guion, hui, riais o truhan, por ejemplo, según la RAE son diptongos en toda regla, así que, no hay que acentuarlos ya que se trata de monosílabos. Sin quererlo, he pronunciado mentalmente estas palabras como si fueran bisílabas, es decir, rompiendo el diptongo (y la ortografía de Word me las ha subrayado señalando un error). En esto, la Real Academia parece ser menos flexible.

- La tilde diacrítica de la conjunción “o” desaparece entre números. Se acentuaba nada más para diferenciarla del cero.

- La eliminación de la “ch” y la “ll” de nuestro abecedario. Algo en lo que se hace ahora hincapié cuando ya se reformó hace tiempo, incluyendo ambas en el orden normal dentro de la “c” y la “l” respectivamente.

- La españolización. Verdaderamente, este es el cambio que más me preocupa. Ya sorprendió en su momento la aparición de güisqui en el diccionario, aunque sí aceptamos ya chófer o chofer. Pero no me refiero sólo a la españolización del léxico de otros idiomas contemporáneos, sino a la de los términos del latín y del griego. Esos que hoy día se consideran palabras cultas. Puedo estar más o menos de acuerdo en los que son de uso más común (currículo –con tilde y terminado en -o–, ídem –con tilde–, déficit –con tilde–, in fraganti –cuya forma latina es in flagranti– entre otras), pero me parece un poco estúpido los que son menos usados, o los que están restringidos a ciertos vocabularios técnicos o especializados. En ellos es donde se debería mantener la esencia de nuestra lengua madre. Supongo que esto es resultado de una normalización de todas las palabras cultas que, procedentes del latín y del griego, se mantienen en nuestra lengua, pero a este paso nos quedamos sin cultimos puros (con lo que gustan estos a los intelectuales y a los más pedantes)

Este último cambio, y el del nombre de la “y” (yo, personalmente, y por costumbre, seguiré llamándola “i griega”, la RAE me lo va a permitir), chocan directamente con lo que muchos, sabiamente, llaman el “orgullo español”. Nos negamos a cualquier política lingüística que cambie las costumbres, los usos, en defensa muchas veces de algo que no es exclusivo de España. De los más de 450 millones de habitantes del mundo que hablan español (siendo como es la segunda lengua más hablada en el mundo por número de personas que la tienen como lengua materna) es España el tercer país en el ranking –anglicismo no españolizado–, debemos, pues, ceder un poquito (es un poquito) a favor de todos aquellos países que desde el otro lado del Atlántico enriquecen una lengua que sí, nació aquí, pero que impusimos y que ahora defendemos como si de una afrenta a nuestro orgullo se tratase. Repito, es una lengua que compartimos, hablamos la misma lengua, con muchas variantes y variedades, eso sí, pero la misma lengua al fin y al cabo (con ello expreso mi rechazo a la inclusión de palabras que no son necesarias, producto del fenómeno spanglish en el más estricto sentido, por ejemplo, culpabilizar por culpar, inicializar por inciar y, la peor, influenciar por influir). En fin, esperemos de todos modos a la publicación de la nueva ortografía, a ver si este tema se convierte en un asunto de estado.

viernes, 5 de noviembre de 2010

El silencio está sobrevalorado

Hacía mucho tiempo que no me prodigaba por aquí, ya había dicho que paso más tiempo en Facebook.

Los últimos acontecimientos en España han despertado mi "yo político". Lo tenía, pero estaba escondido en alguna parte, intimidado quizá, o asustado más bien, por la situación que se vive hoy día, en pleno siglo XXI (atentos, porque haré mención más de una vez al siglo en el que estamos, aunque sea implícitamente). No es un resumen de la política, ni mucho menos, es sólo un paseo por los hechos que me han llamado la atención y no puedo obviar.

Lo que me resulta difícil es empezar, empezar a criticar (desde mi punto de vista, siempre, haciendo uso de mi libertad de pensamiento y de expresión, claro está, que para eso están recogidos en nuestra constitución). Hablando de libertad de expresión, no puedo evitar acordarme del 12 de octubre de 2010. Aquel abucheo a Zapatero en un acto que se suponía solemne. Aquel abucheo que grandes amigos de la democracia defendían como se defiende la libertad de expresión. Aquel abucheo que entiendo fuera de lugar, faltando al respeto no a la libertad de expresión ni a la democracia, sino a familias que lo que querían era honrar a sus familiares en un acto público que se hace todos los años, en honor, entiendo, del valor y las virtudes de unas personas que defienden derechos desde "el otro lado".

Oí y leí en varios lugares que "España había hablado", y le había demostrado al gobierno actual qué es lo que pensaba realmente. Pero para eso mismo se hizo la huelga general, ¿no?. De nuevo, haciendo uso de uno de nuestros derechos inalienables, la libertad de reunión y de huelga, España habló. Perdonen que me sonría. Quise seguir un poco el momento histórico que atravesaba España el 29 de septiembre. Una huelga general que ya hacía mucho que no se hacía. Una huelga que había sido un éxito según los sindicatos, o un fracaso según otras fuerzas políticas, o de nuevo un gran éxito para la oposición. Vamos a ver, se hacía la huelga no contra el gobierno de Zapatero, sino contra una de sus medidas. Falta de coherencia. Queremos cambios, queremos soluciones a la crisis. Encuentran una, sí, difícil, pero lógica al fin y al cabo. Puedo estar más o menos de acuerdo con esta solución (drástica), pero entiendo que es un movimiento necesario por parte del gobierno.

Como decía, puedo estar más o menos de acuerdo con la solución en concreto. Pero con lo que no estuve de acuerdo fue con la obligación (como tampoco estoy de acuerdo con las prohibiciones, pero ese es otro tema) de hacer huelga. Me explico. Los piquetes informativos, que lo que tenían que hacer era informar, obligaban a muchos a hacer huelga, abanderando sin el consentimiento de nadie, la defensa a aquel derecho al que antes hacía mención yo mismo. El derecho a reunión y huelga. Eso es, un derecho, repito, no un deber. Que haga huelga aquel que quiera hacerla, y que vaya a trabajar aquel que quiera ir. El presunto éxito del parón se debió, más que nada, al miedo a los piquetes. Muchos eran los que no iban a trabajar por evitarlos, otros tardaron un poquito más, por la acción de estos, pero finalmente trabajaron. De nuevo, me lo pregunto, ¿no es un poco "falta de coherencia"?

Se piden cambios al gobierno. Está claro que no todos pueden estar contentos. Digámoslo, pero siempre desde el respeto. Sí, ahora me he acordado de las declaraciones del alcalde de Valladolid. Está bien, un cambio en las filas del gobierno no responde a una política económica (¿o sí? recuerdo que se han suprimido dos ministerios), pero es un cambio. Renovarse o morir, se dice. Pues bien, el poner a Leire Pajín a la cabeza del Ministerio de Sanidad, Política Social e Igualdad, este hecho, suscitó la perspicacia de Javier León de la Riva, y nos regaló (no por primera vez) unas maravillosas palabras y comentarios machistas totalmente fuera de lugar. No es sólo eso lo que me preocupa, sino que además en las filas del PP (y en la cabeza) se intentara quitar hierro al asunto. Y más después de las supuestas disculpas de este señor (que volvió a regalarnos unos maravillosos comentarios). Y encima, el alcalde de Valladolid, intenta llevar a la política algo cotidiano: el chantaje emocional. Se nos hace el ofendido porque la ministra González Sinde decide no ir al festival de cine en Valladolid, y nos dice que es una afrenta a los pucelanos. No, señor, no entiende usted la ironía de la situación. La ministra de Cultura intenta demostrar a todos el desacuerdo con sus (vergonzosas) palabras, e intenta, creo, ofenderle sólo a usted, no intente darle la vuelta a la tortilla.

Pero no es la única vez que el PP hace oídos sordos a ciertos comentarios que se hacen públicamente. Me refiero ahora al último capítulo de un grande de las letras (estoy siendo irónico, por favor), Sánchez Dragó. Orgulloso de haber mantenido relaciones sexuales con dos niñas de 13 años en Japón. Nos enteramos, además, que no es la primera vez que lo cuenta. Inmediatamente sale en su defensa la señora Aguirre, hablándonos de la literatura, de nuevo en un intento de darle la vuelta a la tortilla, hablando de censura, de represión, de "quema de libros"... Estamos en el siglo XXI, nadie pretende censurar a este señor. Lo único que se pretende es que este señor sea castigado por un hecho delictivo, y siendo un poco coherentes (de nuevo, una referencia a la incoherencia del PP): un pederasta no puede trabajar en una televisión pública, un pederasta no puede ser apoyado por un partido que defiende a la familia tradicional y a la vida (supuestamente la ley de matrimonios homosexuales y la ley del aborto, son un ataque frontal contra estas dos premisas), un pederasta no puede ganar dinero contando sus "aventuras sexuales"...

Lo último que he oído es que algunas librerías ya han retirado su libro (BIEN), en otros lugares se elimina su nombre de plazas y calles (BIEN), hay un movimiento en Facebook para pedir la retirada de su libro a la editorial Planeta (BIEN). Al mismo tiempo he leído que algunos intelectuales del país firman un manifiesto de apoyo a Dragó. Me sorprende, de verdad, ¿en defensa de la cultura tenemos que defender también hechos como el que protagonizó este señor? perdónenme, señores intelectuales, en nombre de otros se produjeron muchas atrocidades en nuestro país a lo largo de toda nuestra historia (aún siendo exagerado el paralelismo no puedo evitar hacerlo).

Y sí, esto me lleva a lo último. La que se está liando en internet con la visita del Papa. Movimientos que, mayoritariamente, apoyo. No hace mucho leí un artículo en un periódico que hablaba del dinero público que este tipo de actos pueden llegar a costar, y una amiga me comentaba (muy sabiamente) que el trato debería ser el siguiente: "yo no iré a rezar a tu iglesia y tú no pagarás con mis impuestos a tus mandatarios morales. Que paguen los interesados." Exactamente, en época de crisis me parece de vergüenza el dinero que se gasta para recibir al mandatario de la iglesia católica, máxime cuando el recibimiento lo hace un país cuya Constitución declara ser ACONFESIONAL.

El Papa es el jefe de un Estado que basa su personalidad jurídica únicamente en el derecho canónico, un derecho presente sólo en los estados confesionales. España, estado aconfesional según su Constitución (repito) recibe a los jefes de otros estados en base a unos intereses internacionales comunes, obviando en todos los casos la religión de los mismos (sean o no sean confesionales). Por ejemplo, a la Reina de Inglaterra se la recibiría en España no como la cabeza de la iglesia anglicana, sino como la Jefa del Estado, y en ningún caso se subvencionaría con dinero público su visita (ni mucho menos su participación en una "Jornada Mundial de la Juventud"). Bien es verdad, el Estado que subvenciona una iniciativa privada lo hará, quizá, porque supone unos ingresos y unos aspectos positivos para una economía resentida. Pero, entonces ¿deberíamos aceptar la financiación con dinero público de cualquier iniciativa privada? creo que una iniciativa que choca directamente con un principio constitucional no debería ser financiada con dinero público.

Y no sólo eso. Recibir a un mandatario moral no sólo choca contra el principio constitucional. Estamos hablando de la iglesia católica. ¿Es necesario que haga un recorrido por la historia de la iglesia católica? me limitaré a lo último. Esta iglesia se opone a los matrimonios homosexuales, deberíamos recordarle que vienen a un país en donde es LEGAL. Esta iglesia rechaza el uso del preservativo, deberíamos recordarle que España promueve el uso del preservativo como medida preventiva ante enfermedades de trasmisión sexual. Esta iglesia defiende el derecho a la vida oponiéndose a cualquier legislación sobre el aborto, ¿deberíamos recordarle que con la pederastia no se hace ninguna defensa de la vida?... entre otras cosas.

Tengo que hacer una referencia más a la incoherencia. A esta necesidad del partido de la oposición por llevar siempre la contraria (parece que se han tomado al pie de la letra eso de "oposición"). Primero, inquietantes son las declaraciones de Mariano Rajoy, queriendo eliminar derechos, afirmando que eliminaría la ley de matrimonios entre personas del mismo sexo de llegar al poder y obviando la decisión del Tribunal Constitucional. Yéndonos un poquito más atrás, ¿pero en qué siglo vivimos si a alguien se le pasa por la cabeza declarar inconstitucional una ley que reconoce derechos que le estaban negados a un colectivo? Me remito a la constitución, nada más.

Artículo 32.1: El hombre y la mujer tienen derecho a contraer matrimonio con plena igualdad jurídica.

No encuentro por ningún lado que tenga que ser entre ellos, además, no dice nada de su condición sexual ni de sus gustos ni nada, ¿por qué no se dice que sólo se podrán casar aquellos a los que les guste el chocolate? Esa extraña consigna del foro de la familia: "la palabra 'matrimonio' viene del latín mater, que significa 'madre' y hace referencia al fin último del matrimonio, el de procrear" (esto significa que los estériles no podrán casarse). Muy buen argumento, lo rebato: la palabra 'patrimonio' viene del latín pater, que significa 'padre' y hace referencia a los bienes y propiedades de una persona, que al parecer tiene que ser padre. La iglesia, propietaria de un inmeso patrimonio cultural (sólo hay que visitar el Vaticano, la caja registradora más grande del mundo), es padre de...

Y otra más: la palabra 'iglesia' viene del latín ecclesia, y esta del griego ἐκκλησία, que significaba originariamente en la antigua grecia 'asamblea'. Esta palabra contiene el prefijo ἐκ- ('fuera') y la raíz κλή- ('llamada'). Es entonces que esta palabra significaría originariamente 'llamada afuera' con el motivo de reunir a gente de una comunidad. Precisamente eso es lo que no hace la iglesia, con estas cosas están 'llamando afuera', pero para alejarnos de ellos.

Otro artículo de la constitución, artículo 32.2: La ley regulará las formas de matrimonio, la edad y capacidad para contraerlo, los derechos y deberes de los cónyuges, las causas de separación y disolución y sus efectos.

Exacto, la ley regulará las formas de matrimonio. Dos cositas, una, que hay una ley que lo regula; y dos, acepta que hay diferentes formas de matrimonio. ¿Dónde, pues, está la presunta inconstitucionalidad? ¿No se da cuenta el PP de la incoherencia de sus argumentos?

Asociaciones de gays y lesbianas en las filas del PP han pedido explicaciones a esas palabras de Rajoy. Y la última reacción, la de Shangay Lily, que al grito de "BASTA YA DE HOMOFOBIA EN EL PP", se enfrenta así a un sonriente Mariano Rajoy que no pretende sino, de nuevo, obviar lo que verdaderamente se piensa en la calle. (Señora Esperanza Aguirre, esto es libertad de expresión, ¿no?)

Termino como empezaba. Nos interesan algunos derechos pero sólo si nos favorecen. Nos interesa hablar sólo si nos favorece. Nos interesa callar sólo si nos favorece. Debemos defender siempre nuestros derechos, debemos hablar si estamos en contra, pero, a veces, para decir tonterías, es mejor callar, apelando a nuestro derecho a opinar. ("No, no respeto tu opinión, te respeto a ti, pero lo que estás diciendo es una absoluta gilipollez")