martes, 9 de noviembre de 2010

Política lingüística contra orgullo español

La nueva ortografía que la RAE, junto con las Academias americanas, está a punto de publicar, ya ha levantado controversias. Ni siquiera se ha acordado cuál será el texto final de la misma, a la espera estamos todavía del consenso de las academias en las próximas reuniones pendientes, pero ya ha hecho correr ríos de tinta.

Sin duda, lo que más ha despertado el orgullo español ha sido el cambio de nombre de la “y”. Sí, como filólogo (amante de las palabras) sigo las “doctrinas” de la Real Academia, pero hay cosas que difícilmente van a conseguir cambiar. Quiero decir, ahora, después de tantos años, me será difícil llamar ye a una letra a la que he llamado toda mi vida i griega. Pero, supongo, que en Hispanoamérica les pasará lo mismo con el nombre de la “v”. En muchos países americanos, se llama a esta letra be corta o be baja (de hecho, les sorprende oír a los españoles hablando de “deuvedé”, palabra que ni siquiera recoge el diccionario de la RAE en la vigésimo segunda edición, sino sólo las siglas DVD).

Pero, ¿qué nos importa el nombre de las letras? ¿De verdad es un cambio tan importante como para discutir tanto sobre el tema? Personalmente estoy más preocupado por otros cambios. Por otros cambios más significativos. A saber:

- “Solo” y “sólo”. Hasta ahora, estas dos palabras se diferenciaban entre sí por la llamada tilde diacrítica. La acentuada es un adverbio, correspondiente a “solamente”, y la no acentuada es un adjetivo (con género y número). La nueva ortografía elimina esa diferencia, aduciendo que por el contexto es muy difícil confundirlas. ¿Seguro? Se me ocurren muchos ejemplos en los que sí hay confusión, y en los que, una vez dicha la frase, tendrían lugar unas cuantas preguntas por parte del oyente. Voy solo al cine vs. Voy sólo al cine. Por suerte, la Academia es un poco flexible en ese aspecto, y no “condenará” (como si de un tribunal se tratase) este uso.

- Los demostrativos. Para diferenciar adjetivos de pronombres se venía acentuando estos últimos. Personalmente, dejé de acentuarlos hace mucho. Aquí sí que no hay posibilidad de confusión, al menos eso entiendo yo, porque ya sean adjetivos o pronombres, siguen siendo demostrativos en todos los casos.

- Los diptongos, los hiatos y los monosílabos. Sí, de acuerdo, los monosílabos nunca van acentuados (excepto aquellos con tilde diacrítica para diferenciarlos de otras palabras). Pero los que tienen un hiato, o los que pretendían romper el diptongo con un hiato acentuado, ahora ya no van a ir acentuados. Me explico, las palabras guion, hui, riais o truhan, por ejemplo, según la RAE son diptongos en toda regla, así que, no hay que acentuarlos ya que se trata de monosílabos. Sin quererlo, he pronunciado mentalmente estas palabras como si fueran bisílabas, es decir, rompiendo el diptongo (y la ortografía de Word me las ha subrayado señalando un error). En esto, la Real Academia parece ser menos flexible.

- La tilde diacrítica de la conjunción “o” desaparece entre números. Se acentuaba nada más para diferenciarla del cero.

- La eliminación de la “ch” y la “ll” de nuestro abecedario. Algo en lo que se hace ahora hincapié cuando ya se reformó hace tiempo, incluyendo ambas en el orden normal dentro de la “c” y la “l” respectivamente.

- La españolización. Verdaderamente, este es el cambio que más me preocupa. Ya sorprendió en su momento la aparición de güisqui en el diccionario, aunque sí aceptamos ya chófer o chofer. Pero no me refiero sólo a la españolización del léxico de otros idiomas contemporáneos, sino a la de los términos del latín y del griego. Esos que hoy día se consideran palabras cultas. Puedo estar más o menos de acuerdo en los que son de uso más común (currículo –con tilde y terminado en -o–, ídem –con tilde–, déficit –con tilde–, in fraganti –cuya forma latina es in flagranti– entre otras), pero me parece un poco estúpido los que son menos usados, o los que están restringidos a ciertos vocabularios técnicos o especializados. En ellos es donde se debería mantener la esencia de nuestra lengua madre. Supongo que esto es resultado de una normalización de todas las palabras cultas que, procedentes del latín y del griego, se mantienen en nuestra lengua, pero a este paso nos quedamos sin cultimos puros (con lo que gustan estos a los intelectuales y a los más pedantes)

Este último cambio, y el del nombre de la “y” (yo, personalmente, y por costumbre, seguiré llamándola “i griega”, la RAE me lo va a permitir), chocan directamente con lo que muchos, sabiamente, llaman el “orgullo español”. Nos negamos a cualquier política lingüística que cambie las costumbres, los usos, en defensa muchas veces de algo que no es exclusivo de España. De los más de 450 millones de habitantes del mundo que hablan español (siendo como es la segunda lengua más hablada en el mundo por número de personas que la tienen como lengua materna) es España el tercer país en el ranking –anglicismo no españolizado–, debemos, pues, ceder un poquito (es un poquito) a favor de todos aquellos países que desde el otro lado del Atlántico enriquecen una lengua que sí, nació aquí, pero que impusimos y que ahora defendemos como si de una afrenta a nuestro orgullo se tratase. Repito, es una lengua que compartimos, hablamos la misma lengua, con muchas variantes y variedades, eso sí, pero la misma lengua al fin y al cabo (con ello expreso mi rechazo a la inclusión de palabras que no son necesarias, producto del fenómeno spanglish en el más estricto sentido, por ejemplo, culpabilizar por culpar, inicializar por inciar y, la peor, influenciar por influir). En fin, esperemos de todos modos a la publicación de la nueva ortografía, a ver si este tema se convierte en un asunto de estado.