martes, 6 de julio de 2010

Abanderados de la sinceridad

Hacer cosas que sabemos que no debemos, pero aún así las hacemos. Quizá porque no lo pensamos, y porque en el momento sólo pensamos en el placer que nos producen, pero después, poniendo tiempo de por medio, reflexionando con nosotros mismos, reconocemos que no deberíamos haberlas hecho. Muchas de las veces que reflexionamos, y nos invade ese sentimiento de culpa, somos conscientes de que no valió la pena, que haberlo disfrutado en un pequeño momento de nuestras vidas no nos compensa por todo lo que nos lamentamos cuando nos ataca aquello que llaman la voz de la conciencia.

Somos muchos los que no podemos zafarnos de esa pequeña vocecilla de nuestro interior. Nos aturde y nos persigue continuamente después de cometer el "pecado". Ni siquiera nos ayuda hablarlo con amigos, porque ellos mismos, si son buenos, nos dirán lo que estamos oyendo continuamente en nuestras cabecitas. Eso me lleva a plantearme otra cosa, ¿de verdad es tan buena la sinceridad?

En muchas ocasiones, cuando preguntaba la opinión sobre algo a alguien, lo único que buscaba era oír lo que quería. Pero me he encontrado con la verdadera opinión de mi interlocutor, con aquella maravillosa frase, "¿te puedo ser sincero?"... uno piensa en ese momento, "¿es que no lo has sido siempre?"... pero después de escuchar lo que no queríamos, contestamos inconscientemente a esa primera pregunta: "no, no lo puedes ser".

Ser sincero no es necesariamente estar siempre en posesión de la verdad. Quizá tu opinión es sólo tu opinión, no la universal, no la correcta, no la normal. Es cierto que cuando cuento alguno de mis problemas (o quebraderos de cabeza) a mis amigos, quiero que sean sinceros conmigo, quiero que me digan lo que realmente piensan, quiero que me aconsejen, quiero que me ayuden (si pueden)... Es decir, quiero sinceridad de quien realmente quiero.

Repito, que seas sincero conmigo no te da derecho a atacarme con cosas que sabes que me pueden doler. Se nota cuando estoy agobiado con ciertas cosas, y se me ve cuándo pregunto para escuchar lo que realmente quiero oír. Si quiero sinceridad, la pido (con otra maravillosa frase: "por favor, sé sincero/a, ¿qué piensas de...?"). Pero eso no quiere decir que esté deseando que me mientan (o que me falseen, concepto muy de moda gracias a Gran Hermano). No estoy buscando que me digan todo a la cara.

No, en ocasiones es bueno guardarse cosas. La cosas que sabes que no van a sentar bien, que van a hacer daño, ¿por qué decirlas? ¿qué necesidad tenemos de dañar a la gente? Se pueden tener grandes conversaciones, se pueden mantener grandes amistades sin necesidad de decirlo todo a la cara. Todos, repito, todos tenemos secretos, todos nos guardamos cosas, eso es algo que a muchos les cuesta aceptar y van por la vida como abanderados de la sinceridad, de la verdad y de ir siempre de frente. Pues, la verdad, no quiero eso para mí. Nunca presumiré de ser sincero siempre, nunca presumiré de estar siempre en posesión de la verdad y de la razón, y nunca presumiré, por supuesto, de ir siempre de frente.

Quien me conoce, quien me quiere (y, por ende, a quien conozco y a quien quiero) sabe como soy. Sabe que soy sincero cuando tengo que serlo, sabe que tengo razón cuando la tengo, sabe que no miento cuando digo la verdad, sabe que voy de frente cuando tengo que hacerlo. Y sabe, también, que reconozco ser un falso con quien yo reconozco que lo es conmigo... es fácil...