Cuando volví a verla y a hablar con ella, me di cuenta de que no había pasado el tiempo, a pesar de que hacía más de cinco años que no nos veíamos. En un momento nos pusimos al día, no paramos de hablar y nos contamos todo lo que no nos habíamos contado desde nuestra última conversación. Me contó todo lo que había estado haciendo en todo este tiempo, yo hice lo propio. Nos reímos con las historias que relatábamos, las unimos a las propias experiencias, hablamos de unos y de otros respondiendo a las preguntas que nos íbamos haciendo sobre la gente que conocíamos. Recordamos los viejos tiempos, con pelos y señales, los momentos que habíamos vivido juntos, y con nuestros amigos, durante el año que compartimos. Al llegar la noche fuimos conscientes de que no había habido ni un pequeño silencio en todo el día, y ambos llegamos a la misma conclusión: no parecía que no hubiesemos hablado en tantos años.
Me pasó lo mismo hace tiempo, con una conversación de más de dos horas por el Skype con una amiga de la infancia en la que recordamos todo lo que habíamos compartido. La verdad es que con ella había hablado más, pero entre un contacto y otro pasa bastante tiempo. Ya había hablado de esto con otros amigos del pueblo, a los que, hubo una época, sólo veía de verano en verano. Pero nunca nos costó retomar las cosas donde las habíamos dejado, nunca nos costó volver a estar como estábamos antes.
Y creo que me pasará con más gente. Hay personas en mi vida, muchas, con las que creo que podré mantener la relación incluso con mucho tiempo de ausencia de noticias. Las reconozco con facilidad, personas con las que sé que me costaría estar callado, personas con las que, si se produjeran, se producirían silencios que no podríamos calificar de incómodos. Esos silencios que a veces agradecemos, y que utilizamos, muchas veces, para hacer memoria, para rebuscar entre nuestros recuerdos y analizar nuestras vivencias hasta llegar a la conclusión de cuáles son las que podemos recordar juntos o de cuáles puedo hacer partícipe a los que en ese momento me escuchan. Tener personas así en mi vida me llena de orgullo, me alegra, me hace sentir acompañado incluso disfrutando de mi soledad.
Hacer que pase el tiempo por nosotros y por nuestras relaciones sociales sólo depende de nosotros. De saber elegir de quién rodearnos. De hacernos querer. De hacernos valer frente a nuestros amigos. De saber que nuestros amigos valen lo que valen. Pero todo esto, creo, debemos hacerlo inconscientemente. Al menos eso es lo que ahora pienso, después de analizar al detalle mis últimas vivencias. Y ahora que soy un poquito más consciente de ello, cometo el error de pensar en la gente que va entrando en mi mundo, estoy contento de tener a quien tengo, y espero, deseo y quiero que esa gente forme parte de mí durante mucho tiempo, incluso, como decía antes, en ausencia de noticias.
El paso del tiempo, en ocasiones, a las pruebas me remito, es beneficioso para nuestra manera de comportarnos socialmente. Nuestros amigos son amigos por lo que vivimos con ellos y sin ellos. Esas son las cosas que enriquecen las relaciones, los recuerdos y las anécdotas forman parte de nuestras vivencias que nos ayudarán, en un futuro o en el mismo presente, a aconsejar, a ejemplificar ciertas situaciones, a advertir, a divertir, a aburrir... en definitiva, a unirnos más a quien deseamos tener cerca.
Sea lo que sea el tiempo, oro o efímero, debemos aprovecharlo. No tenemos que dejarlo escapar. Hay que disfrutar de cada segundo como si fuera el último de nuestras vidas. Hemos de ser capaces de convertirlos, esos segundos vividos, en los mejores instantes fotográficos en nuestra mente.
Sin saberlo, disfrutaremos más del futuro haciendo de nuestro presente los mejores recuerdos del pasado.