lunes, 9 de mayo de 2011

Intensa sensación de felicidad

Tenía reseca la boca, intenté, con escaso éxito, remediarlo humedeciendo mis labios. Me costaba respirar, tragué la poca saliva que tenía. Me sudaban las manos, pude notar la humedad dentro de los bolsillos de mi abrigo. Hacía mucho frío en la calle pero yo tenía mucho calor, no sabía a qué achacarlo, pero notaba sonrosadas mis mejillas. El banco donde estábamos sentados no era cómodo, sin embargo estaba a gusto allí. Moví el cuello, el ruido de los huesos que despertaban fue atronador. Me acomodé y, sin querer, mi pierna rozó la suya. La miré y nuestras miradas se cruzaron. Rápidamente volví a mirar al frente y una tímida sonrisa, temblorosa, apareció en mi reseca boca empujando levemente mis aún más rojas mejillas. Ella suspiró, al compás de los latidos de mi corazón. Saqué de los bolsillos mis sudorosas manos, empecé a juguetear con mis dedos apoyadas ambas en mi regazo. Volví a tragar saliva tras un vergonzoso y casi insonoro suspiro. Crucé las piernas, pero no fue buena idea, fui incapaz de parar el insistente movimiento de una de ellas, que arrastraba a la otra. Las estiré y reduje aquel molesto tic a los pies. Volví a mojarme los labios. Era tan profundo el horrible sonido del silencio que nos envolvía que podía oír perfectamente mis propios pensamientos. Pensaba en ella, la tenía al lado. Sentí un fuerte golpe en el pecho. Volví a mirarla. Creo que ella lo notó. Su largo cuello blanco se movió cuando tragó saliva. Me latía muy rápido el corazón, podía oírlo, lo sentía fuertemente en mi pecho. Me acomodé en el banco con una rodilla en alto para quedar de lado mirándola a ella. Con un elegante gesto, colocó uno de sus juguetones mechones tras la oreja, ¿sonreía? Tenía unos bonitos labios carnosos, muy apetecibles, color rosa chicle. Yo temblaba, no sé si del frío o de los nervios. Le toqué un hombro, noté cómo aquel gesto estremeció todo su cuerpo. Me miró. Noté que mis ojos se abrían más, intenté sonreír, pero el temblor de la barbilla me lo impidió. Mojé mis labios otra vez. Tragué saliva. Ella puso una delicada mano en mi rodilla; sentí a mi corazón pugnar por salir de mi interior, me costaba respirar; apoyó su otra mano acariciando mi nuca, el roce de su tacto hizo que toda mi piel se erizase, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y provocó, además, una falsa y agradable laxitud muscular. Me dejé llevar. Acercó su cara a la mía. Acercó sus labios a los míos. El primer roce produjo que ambos sintiésemos todo lo que había precedido a aquella intensa sensación de felicidad, y nos fundimos en un profundo beso.