viernes, 16 de diciembre de 2011

Comportamiento y relaciones humanas: la teoría de los "asíes"

2 de la mañana, bar de copas. No hay mucha gente. Un grupo de tres chicas, en la barra, está terminando su segunda copa, una de ellas despistada, escuchando al grupo que tiene al lado (un chico y tres chicas). Son, al parecer, de diferentes edades y procedencias, pero no importa, lo importante es la conversación que mantienen. La chica que escucha atenta, convencida de que la filosofía ebria es la mejor para “arreglar el mundo”, asiente levemente a las palabras de él. Al cabo de unos minutos, vuelve a atender a sus amigas e intenta llevar a la práctica una de las teorías de aquel grupo con un sencillo ejercicio. Pide a sus amigas que miren hacia la puerta del bar, ella incluida, y describan lo que ven. Es algo muy simple, tan sencillo que nunca habría pensado en reflexionar sobre ello. Lo que ha escuchado a sus vecinos (que ahora piden su cuarta copa) es una teoría fácilmente comprobable y que, llevada a muchos ámbitos, explicaría muchas de las situaciones que se dan en las relaciones personales. Cada una ve algo diferente, cada una se fija en un detalle distinto, y, esas cosas en las que se fijan, son descritas de diferentes formas. Es simple, muy simple.

Esto no responde nada más que a las diferentes maneras de ver las cosas que tenemos los humanos. Los detalles en los que nos fijamos son diferentes en cada uno de nosotros, y ello dependerá de todas las circunstancias que nos rodean; todas, absolutamente todas: la edad, el sexo, la procedencia, las experiencias vividas… Sumadas a la importancia que concedemos a lo que miramos o a la manera de sentirnos individualmente ante aquello que vemos o a la forma de dejarnos afectar por las cosas que tenemos delante. Es decir, el hecho de que yo tenga una edad, sea de un sexo, provenga de un lugar, haya vivido más o menos cosas, me importen más unas cosas que otras, me sienta de una manera o de otra, me afecten más unas cosas que otras… hace que yo vea aquella puerta de una forma totalmente diferente de como la ve la persona que tengo inmediatamente a mi lado.

Pero sin duda, esta filosofía barata (y mucho más, la filosofía ebria) tiene algunas lagunas. Depende de nosotros el poder superarlas, el sortearlas con más experiencias y rodeándonos de las experiencias de nuestros iguales (aunque sean de diferente sexo, diferente edad, diferente procedencia…). Es decir, si todos miramos la puerta de un bar, serán nuestras circunstancias (no sólo las ya dichas, sino también las meramente físicas o posicionales del momento en que miramos: estar más cerca o más lejos, tener algo o alguien que dificulta nuestra visión, llevar gafas…) las que condicionen esa manera de ver, y además de estas, las que podamos absorber de los que están a nuestro lado. Nosotros mismos somos capaces de ver y de fijarnos en determinados detalles, pero si además escuchamos los que ven otros, seremos conscientes entonces de la existencia de los mismos y podremos verlos también, aunque antes no nos hayamos percatado.

Esas circunstancias, las características propias de cada individuo, son las que nos definen (tanto exteriormente como interiormente), y son las que defendemos y protegemos. “Yo soy así”, que dicen muchos. Pero esa afirmación (la del “yo soy así”) implica, necesariamente, la aceptación de que otros también son “así”. Cada ser humano es un así, pero no un así sencillo, sino bastante complejo. Es un así lleno de asíes, propios y adquiridos a lo largo de su vida y por diferentes razones, y con diferentes nombres. Los asíes que componen nuestro yo pueden manifestarse o no, podemos tenerlos reservados para ciertas ocasiones, podemos desarrollar unos más que otros, podemos mejorar algunos, e, incluso, empeorar otros… pero lo que es innegable, es que esos asíes estarán siempre con nosotros, en mayor o menor medida, y dependiendo de los momentos.

A veces incluso podemos sustituir unos por otros, que nos gustan más, que nos parecen más lógicos por determinadas razones, que nos vienen dados por el entorno en el que nos movemos… Pero eso no quiere decir que sean estos mejores que aquellos. Tampoco que los nuevos sean más positivos que los viejos. No quiere decir tampoco que los que tenemos más escondidos no vuelvan nunca a aparecer. Como decía, están ahí, queramos o no, enriqueciendo nuestras experiencias y nuestras relaciones, y podremos recurrir a ellos si los necesitamos. Además, lo haremos de manera inconsciente y sólo podremos reconocer ese recurso si tiempo después somos capaces de reflexionar y comparar todas las situaciones en las que hayamos “usado” tal así o tal otro.

Como he dicho, reconocer nuestros asíes implica la existencia de otros asíes a nuestro alrededor. Hemos de ser capaces de verlos, y de no ser así, al menos, de aceptar que existen otros, que los nuestros no son los únicos. Es posible además, que los que nosotros consideramos nuestros (que hemos reconocido hace tiempo y con los que convivimos diariamente), los veamos representados en otras personas, y no solamente en las más cercanas, es posible encontrarlos en personas que no tienen nada que ver con nosotros, que lo han adquirido y, quizá, han ido mejorándolo con el paso del tiempo, con otras relaciones diferentes a las que nos hicieron a nosotros desarrollarlo. Puede incluso que se manifieste un mismo así de formas diferentes en varias personas, puede que sea más rápido, o más lento, más positivo, más negativo…

Pero, ¿hay algún límite? ¿tenemos un número determinado? ¿podemos usar y defender uno en cualquier circunstancia? ¿quién decide que es positivo o negativo mostrar un determinado así? Sólo nosotros. Nosotros marcamos los límites. Nosotros, que somos producto de una sociedad, de la comunidad en la que vivimos, de la lógica y la ley que impera en la misma, de las libertades que se desarrollan y avanzan con el tiempo que vive dicha comunidad o sociedad… Ese, y sólo ese, ha de ser nuestro límite. Hemos de aprender a aceptar que existen muchos asíes, que se desarrollan y se muestran de muchos modos, que se utilizan de diferentes maneras, que avanzan, que retroceden, que pugnan (y a veces conviven) con sus contrarios por imponerse… Y eso, y sólo eso, es lo que nos ayuda en nuestras relaciones (tanto personales, con quien nos rodea, como íntimas, con nosotros mismos) y nos hace, aún más si cabe, más personas de lo que hemos podido llegar a ser con el paso de los años.