viernes, 13 de junio de 2014

Alicante, rincón de luz

Quiero presentarles algo diferente, llamativo y mucho más especial, porque, como bien dicen mis presidentes en su saluda, este año nuestro llibret forma parte de un particular homenaje que nosotros hemos querido hacer a la fiesta y a los festeros, elementos sin los cuales esto no tendría ningún sentido. Es un pequeño y humilde homenaje que hacemos a nuestra ciudad, a los ciudadanos ilustres que la dotaron de la belleza que hoy tiene, a todos los habitantes que la conocen y disfrutan de ella, y a los numerosos visitantes que la descubren y la admiran. Pero, sobre todo, el centro de nuestro homenaje va dirigido a todo aquello que concede a nuestra ciudad la luz que la hizo, la hace y la hará relucir y brillar.

Alicante es luz. Es luz ya en su nombre, desde aquella piedra blanca que guio a los fenicios, pasando por la luminosidad que le dieron los romanos con su civilización y su cultura, hasta la llegada de los musulmanes, que se asentaron sobre el pico blanco, y allí construyeron el anciano vigilante que aún hoy nos mira desde lo más alto. Alicante es luz en su forma y estructura, representada en su rápido y próspero crecimiento, con la construcción de los símbolos y monumentos más representativos, con su innovador urbanismo y modernidad. Alicante es luz y es poesía, una poesía que inunda sus calles de manera literal y metafórica a la vez, una poesía formada por los versos de un gran poema creado por los grandes poetas que dio esta tierra. Alicante es luz por sus colores, los colores de su gente, los colores de sus paisajes, su agua y su vegetación, pero, como no, los colores de su nombre y de su bandera azul y blanca. Alicante es la luz de la música, del sonido que invade las calles, es la luz que ilumina todas las escenas de los alicantinos. Alicante es la luz que da el fuego, fuego protagonista de estas fiestas tan queridas. Alicante es luz por sus luceros.

Este llibret es también el portafolios de monos de un arquitecto, la libreta de notas de un poeta, el bloc de esbozos de un pintor, el libreto de pruebas de un dramaturgo, el libro de pentagramas de un compositor, la carpeta de diseños de un escultor y el cuaderno de bocetos de un artista foguerer. Artes y artistas iluminados por la indiscutible protagonista de Alicante, crisol de enriquecedoras culturas, de sabiduría, llena de pequeños rincones, aquellos que ya conocemos, y los que nos quedan por descubrir, rincones que adornan, que dan carácter a la ciudad de la luz, una luz que representa el conocimiento, la cultura, el arte, el saber, la belleza… una luz que ilumina, que da calor y color, que protegemos por la especial relación que la une al fuego, que ha dado el lugar, la forma, la fama y el nombre a este pequeño gran rincón de luz.

Rincón de luz

Racó de llum


jueves, 26 de diciembre de 2013

Balances y propósitos

No lo nieguen. Llegadas estas fechas todos nos disponemos a hacer el balance del año que pasa para elaborar, aunque sea mentalmente, la lista de los propósitos del año que viene.

Les recuerdo que quien les habla en estas líneas, es el mismo que promovía con ímpetu y con muchas ganas la filosofía del efecto dominó. Seguro que la recuerdan, y es ahora cuando más deben recordarla. Pero no comentan errores.

Todo lo que tenga que venir, vendrá. Tenemos que dejar que llegue solo. No debemos proponernos grandes cambios, busquemos los pequeños, para que así al final, como si de una figura dibujada con fichas de dominó se tratase, vayan consiguiendo el último cambio que nos hará sonreír cada vez que recordemos el camino que han recorrido todas y cada una de las fichas del dominó que nosotros mismos colocamos al principio, hasta dejarnos ver el dibujo final que algo nos hizo olvidar.

Con mi experiencia les aconsejo seguir pensando en esas pequeñitas cosas que alterar y que provocarán, como la caída de las fichas, el cambio importante que al llegar a estas fechas les hará mirar hacia atrás y sonreír, y pensar, "¡coño! Si por fin soy feliz."

Pero es mucho más que una reflexión sobre el año que dejamos. Es, como les decía, el balance de lo vivido, poniendo ahora en la balanza lo pasado y lo que queremos que venga, para convertir en propósitos del nuevo año, lo no conseguido en el anterior.

Les confieso algo. Son unas palabras que yo dije al comienzo de este año las que me han hecho escribir esta pequeña nota. Les hago partícipes de las mismas.

"2013 es el año, Alicante es el lugar.

Son muchos los detalles y los cambios que me han llevado a ser quien soy y a estar donde estoy, tantos que considero que ahora empieza una nueva e importante etapa en mi vida, y por eso me defino (a mí en este momento que estoy viviendo) como una actualización de mí mismo que pretende ser mejor con lo que ya ha aprendido y con lo que sigue aprendiendo, de ahí el nombre que tanto utilizo y tanto prodigo: nes 3.0."

¿No les hace a ustedes sonreír? A mí mucho, y por varias razones.

Una, porque recuerdo las esperanzas que yo puse en aquella reflexión y en el balance del año pasado y en mis planes y propósitos del que empezaba. Al mismo tiempo recuerdo lo que en su momento me hacía sonreír, lo que deseaba cambiar y lo que quería mantener.

Y dos, porque veo que he conseguido muchas de las cosas que me propuse aprendiendo muchas más en el camino que me ha traído hasta aquí y sin poder parar de sonreír porque, ¡coño!, por fin puedo decir sin vergüenza y a todos que... ¡¡¡SOY FELIZ!!!

domingo, 9 de junio de 2013

Todo lo que va a llegar

A veces, los humanos, nos empeñamos en hacer un recorrido mental de lo que hemos vivido, que, a modo de visión, nos empuja a seguir para adelante con la misma energía con la que empezamos el camino. Así, al llegar a un punto, miramos hacia atrás para pensar en lo aprendido y sonreímos. Nos detenemos para fijarnos en lo que nos rodea y vemos quién nos acompaña y sonreímos. Decidimos retomar la senda, miramos al frente y nos enfrentamos a lo que vendrá y sonreímos.
 
Aquellos que encontramos al caminar, y que pugnan por mantenerse a nuestro lado, lo harán solo para animarnos y para ayudarnos en la búsqueda de nuestro objetivo. Una búsqueda que se hará más fácil si los que nos rodean nos alientan y desean, como uno mismo, compartir todos los recuerdos que han dejado de ser de uno, para ser de dos, y después de todos.
 
Entre dos, las cosas siempre son más fáciles; entre dos, lo malo no preocupa y lo bueno es mejor; entre dos, la vida no es búsqueda, todo se ha encontrado ya. Entre dos, los recuerdos no son recuerdos, son vivencias, están presentes, nos completan y nos contemplan, decoran el camino, nos animan, nos consuelan, nos alegran…
 
Los recuerdos evolucionan para dejar de ser lo que fue solo de uno y así formar parte de lo que somos los dos, para acompañarnos inseparables en lo que queremos ser y en lo que sin duda seremos juntos.

¡¡¡FELICIDADES SILVIA Y JAVI!!!

sábado, 9 de marzo de 2013

Cambiar papeles


[He encontrado hoy esto por mi ordenador. Lo escribí hace dos años exactamente, y con motivo del Día Internacional de la Mujer, para presentarlo a un concurso de relatos, creo... Lo he leído y he recordado con alguna sonrisa de medio lado todas las cosas que me inspiraron cada uno de los detalles de esta pequeña y ficticia historia, y eso es lo que me ha hecho disfrutarla, en realidad. Al mismo tiempo me he sentido muy agradecido pensando en todas las mujeres que me han rodeado, me rodean y me rodearán a lo largo de toda mi vida. Aprovechando que ayer fue el día que fue... ¡¡¡FELICIDADES A TODAS LAS MUJERES POR SER MUJERES!!!]

Cuando llegó a casa, olía a comida, aunque no recién hecha. Su marido lo había dejado todo preparado para que ella no tuviera que trabajar más, que sólo bastase con un golpe de microondas. Había tenido un día duro en el trabajo, así que agradeció encontrarse sola en su casa aquel fin de semana para desconectar de todo aquello que la estresaba durante la semana. Su marido y sus hijos estaban en casa de sus suegros, aprovechando ese viernes de fiesta que ella no había podido disfrutar, se habían ido aquella mañana casi entendiendo que ella necesitara un tiempo a solas. Comió. Se dio un baño. Se fue al salón. Encendió la tele para tener un sonido de fondo que le hiciese compañía. Se acercó a la ventana y decidió leer un rato.

Se sentó en el sillón orejero que había heredado de su padre, todavía olía a él. La luz del sol en la calle iluminaba su cara levemente, y la lámpara de pie, al otro lado, iluminaba el libro que en ese momento estaba leyendo. De repente, un anuncio sobre compresas en la televisión hizo que se despistara unos segundos. Terminó de ver el anuncio y no pudo evitar sentirse un poco molesta, al mismo tiempo que le vinieron a la cabeza diferentes conversaciones con sus amigas, aquellas en las que había oído de alguna de ellas, incluso creía recordar haberlo dicho alguna vez, que prefería haber nacido hombre. Se concedió unos minutos para reflexionar sobre el asunto. ¿Cómo habría sido ella como hombre?

Obviamente, no se llamaría Laura. ¿Qué nombre le habrían puesto sus padres? ¿Le habrían puesto el de su hermano Antonio? ¿La querrían sus padres de la misma manera? Era la mayor de tres hermanos, se llevaba dos años y medio con su hermana Sara y cinco con su hermano. Había cuidado de ellos en más de una ocasión, se sentía muchas veces responsable de los actos de ambos, incluso había sido un poco madre para ellos. Reconocía haberse equivocado con algunas discusiones, y en otras, se veía a sí misma en posesión de la razón. Sus hermanos la querían, y ella también los quería mucho, y siempre habían aceptado ese papel de hermana mayor responsable que se había adjudicado en el preciso instante en el que nació su hermana. Con dos años y medio, su madre ya había notado en ella un cambio, la veía mucho más madura al asomarse a la pequeña cuna de su hermana en las noches en las que Sarita tenía problemas para dormir. Con seis años ya cuidaba de Antonio con la misma paciencia y dedicación que imprimía cuando cuidaba de sus muñecos. ¿Habría sido un buen hermano si hubiera nacido hombre? No habría podido compartir con su hermana la habitación tanto tiempo, ni la ropa, ni las revistas de chicas, ni los secretos, ni sus inquietudes en la adolescencia…

Había tenido una infancia feliz, una adolescencia normal. Levemente fue haciendo un recorrido de su vida. Había sido una buena estudiante, había sido buena en el colegio, en el instituto y en la universidad. Si hubiera nacido hombre ¿habría estudiado lo mismo? Siempre le gustó mucho la informática, y en su casa nadie le dijo qué es lo que tenía que estudiar. Estaba contenta con su elección, pero se imaginó haciendo otras cosas siendo niño. Se imaginó jugando al fútbol en lugar de al baloncesto. A su padre le gustaba mucho el fútbol, y a ella también, pensó que quizá, siendo varón, su padre la habría animado a dedicarse a ello profesionalmente. Quizá habría tenido más suerte que su hermano, que se lesionó y no pudo volver a jugar desde que lo hiciera en el equipo de su barrio. Podría ser ahora un futbolista reconocido dedicado a su equipo desde el otro lado, ya no tenía edad para jugar. ¿No sería informática? Siempre le había gustado su trabajo, cuando decidió estudiar esa carrera su familia se había sentido feliz de que escogiera algo que la apasionaba desde muy pequeñita.

¿Tendría el mismo trabajo? El año pasado por fin consiguió una de sus metas, después de muchos años logró ser la jefa de un grupo de programadores subcontratados por la empresa en la que ella trabajaba desde que se fue a aquella enorme ciudad. Todos aquellos informáticos estaban en el mismo puesto que ella cuando empezó. Recordó sus inicios de la misma manera que lo hacía cuando empezaba un proyecto nuevo con su grupo, ilusionados todos por sacarlo adelante. Los sentía a todos como su familia, no en vano, casi pasaba más tiempo con ellos que con sus propios hijos. El haber gastado tantas horas de su vida en el trabajo la había llevado a forjar allí numerosas amistades. Había hecho muchos amigos, ¿habría conocido también a Francisco? ¿Serían amigos? No lo dudó. Francisco fue el primero que habló con ella cuando entró en aquella sala tan grande llena de mesas con ordenadores de pantalla plana. Francisco había hecho que sus primeros días allí no fueran tan traumáticos y por eso mismo, desde el inicio, veía en él un apoyo importante. Francisco se enamoró de ella. Empezó a dudar.

No se habría casado con Francisco, y no sería el hombre más importante de su vida ahora. Quizá no habría superado la presión a la que la sometieron al principio. No habría conocido a los que ahora eran sus mejores amigos. No viviría en esa casa en un barrio tranquilo del norte, apartada de la contaminación y del ruido del centro de la ciudad. No tendría esa casa. Quizá ni siquiera estaría en aquella ciudad que tantos disgustos y alegrías le había dado. Se sintió ligeramente agobiada y decidió cambiar la línea argumental de sus pensamientos.

Miró a la calle. Un matrimonio de ancianos paseaba por la acera de enfrente. Parecían felices. Lo intentó, pero no consiguió evitar imaginarse a sí misma, agarrada del brazo de su marido, paseando por aquella calle cuando tuvieran ochenta años. ¿Sería entonces un buen abuelo? ¿Sería ahora un buen padre? Se sintió un poco triste, de haber nacido hombre no habría podido llevar a sus hijos durante nueve meses y medio, a Julia, perezosa incluso para nacer, y siete meses, a Pablo, mucho más impaciente. Estaba muy orgullosa de ellos, y se sentía orgullosa de sí misma y de su marido por haber sabido educarlos correctamente y de la misma manera que lo habían hecho con ella y con sus hermanos sus propios padres. ¿Existirían de haber sido ella hombre? ¿Habría elegido también tener dos hijos? ¿Su mujer habría querido tenerlos? Estaba contenta por haber decidido todo aquello y porque su marido lo aceptara.

No quiso pensar más en ello. No quiso imaginarse cambiando todo aquello simplemente por no usar compresas cada mes. De repente, fue consciente, sonrió echando unos minutos la vista atrás y, recordando lo que le había llevado a pensar en todo aquello, sacudió la cabeza intentando negar todo aquel momento de soledad con sus pensamientos. Un anuncio de la televisión fue el que la transportó a su cabeza, pero no para pensar en el fin último de dicho anuncio, sino para divagar y reflexionar sobre su propia identidad. Dejó de estar molesta.

Se recostó un poco sobre la oreja izquierda de su sillón y cerró fuertemente los ojos, haciendo un esfuerzo por acordarse de lo que iba a hacer antes de sumergirse en sus pensamientos y distraerse con pequeños recuerdos de su vida. Quería leer sentada en el sillón orejero que había llegado a su casa hace poco más de un mes. Miró hacia el libro que descansaba en la pequeña mesa junto a la ventana, Mujercitas, rezaba el título. Sonrió por la ironía del momento. Suspiró. Y volvió a sonreír feliz por haber llegado hoy a casa y tener la comida preparada, por encontrarse sola en casa durante todo el fin de semana para dedicárselo única y exclusivamente a ella, por sentirse arropada por el sillón que olía a su padre y que la transportaba a su feliz niñez cada vez que se sentaba en él, por tener la vida que tenía y por haber descubierto, en ese preciso instante, que era feliz, y eso valía más que cualquier enfado tonto por un anuncio creado, seguramente, por algún grupo de hombres que no sabía lo maravilloso que era ser una mujer. Así continuó con su vida.

domingo, 3 de marzo de 2013

El perro que se muerde la cola



Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra… Lo que esta expresión no explica es que el hombre es capaz de caer más de dos veces. Lo que esta expresión no explica es que el hecho de tropezar no asegura que aprendas para una posible siguiente vez.

¿Qué pasa cuando tropezamos tantas veces? ¿Por qué a veces nos vemos incapaces de salir de la fase de experimentación? Vamos a ver, a ver si consigo entender algo. Se supone que nos tenemos que caer para aprender, se supone que a base de tortas aprendemos de la vida, entonces, ahí va mi pregunta, ¿las personas que más se han caído en esta vida son las más sabias?, ¿aquel que se autodefine como sabio y conocedor de todo en esta vida es el que más tortas se ha llevado?, ¿eso es de ser inteligente?

Han visto ustedes, supongo, alguna vez a una mosca intentando salir por una ventana cerrada. La muy tonta no aprende con los 30 primeros golpes, sigue intentándolo insistentemente. Me viene a la cabeza, gracias a esa mosca estúpida, la de veces que he leído que nos tenemos que levantar una y otra vez para seguir hacia delante. Somos un poco como esa mosca. Nos tropezamos dos veces, o tres, o cuatro. Nos caemos un montón de veces más, y nos animan a que nos levantemos y sigamos hacia delante. Es la gente que nos rodea la que nos anima a escoger otro camino de la misma manera que, creo, le pasará por la cabeza a esa estúpida mosca: “si por aquí no salgo, quizá un milímetro más a la izquierda… no… un poco más… tampoco…”

¿En serio? ¿En serio somos los seres humanos tan imbéciles? Lo he visto a mi alrededor, no aprendemos. Nos cuesta muchísimo aprender. Nos cuestan esas tortas que recibimos a lo largo de nuestra vida, hasta tal punto que somos capaces de aconsejar a los que nos rodean utilizando nuestras propias experiencias, sin darnos cuenta de que seremos de nuevo los conejillos de indias de nuestras propias experiencias, actitudes y errores, que repetiremos, sin duda, olvidando los consejos, las conclusiones y las moralejas que muy sabiamente somos capaz de exprimir de ellos. De los errores se aprende, que dicen.

Es la pescadilla que se muerde la cola. Permítanme la licencia metafórica y poética, creo que es más el perro que intenta morderse la cola. Me explico, somos los hombres tan tontos como ese perro que se persigue insistente el rabo dando vueltas sobre sí mismo. Él sabe que no lo alcanzará nunca, y que si lo alcanza lo dejará escapar a los segundos porque se produce dolor al morderse, o porque no es capaz de mantener la postura.

Así somos las personas, perseguimos algo que sabemos que es difícil de alcanzar, cuando lo logramos nos damos cuenta de que no es bueno para nosotros y lo dejamos escapar. O cuando lo conseguimos, nos encontramos incómodos con la postura y lo dejamos ir. Tiempo después nos olvidamos de que no es lo que queríamos, y volvemos a perseguir ese objetivo como imbéciles, olvidando lo que nos costó, olvidando que conseguir esa meta no nos alivia.

Somos perros, pero nos hemos confundido tantas veces que hemos olvidado que no somos el perro de Pavlov (aquel que conseguía aprender con premios y castigos), uno que demostraba ser inteligente. No, no somos ese perro inteligente que aprendía. No. Somos el perro insistente que no aprende, que repite una y otra vez sus errores, y que cuando se lleva la torta piensa dos segundos en abandonar su empeño por su escasa conveniencia, para retomarlo tiempo después convencido de que es positivo y es lo que tiene que hacer.

Aprendamos, no a base de hostias, que hay cosas que no nos convienen y por mucho que intenten convencernos de lo contrario, hay objetivos imposibles. Que esas hostias sean un indicativo de que es hora de cambiar de meta, que esas tortas nos enseñen a luchar por lo verdaderamente importante. Piensen ustedes, la próxima vez que alguien les diga y les anime a seguir luchando por algo, que es tontería perder el tiempo y que lo más cómodo es abandonar algo difícil de conseguir por algo que exija de nosotros menor esfuerzo. Abandonar un objetivo difícil no es dar la espalda a nuestros principios y a nuestra dignidad, que nadie les intente convencer de ello, abandonar un objetivo difícil por uno más fácil es comodidad, practicidad, intentar buscar la felicidad en las pequeñas cosas. Que nadie intente convencerles de lo que lo más difícil de alcanzar es lo que más alegrías nos da. No. Aquello que nos haga feliz, no ha de ser tan costoso. Y si no, ¿por qué escuchamos que son los pequeños detalles los que nos hacen sonreír?

lunes, 18 de febrero de 2013

Causa y efecto

¿Quién dijo que ser friki era malo? ¿Quién decidió que es algo negativo? Piénsenlo por un momento, un segundo... Hagan memoria y recuerden todo aquello que les gusta. Seguro que les están atacando millones de imágenes de algo que realmente les gusta mucho, con lo que disfrutan de verdad. Ahora piensen en cómo disfrutan de esa afición en concreto, y véanse contando (y posiblemente defendiendo con vehemencia y un poco visceralmente) cómo disfrutan de esa afición a sus amigos o familia. ¿Lo han hecho? ¿Se han reconocido como frikis de algo? ¿Y cómo se sienten? Supongo, e imagino, que no tendrán ningún tipo de arrepentimiento ni ningún sentimiento de culpabilidad ni nada por el estilo... ¿Es así?

La sociedad en la que la mayoría de los españoles nos hemos criado nos ha enseñado que todo aquello que nos provoca un extraño sentimiento de culpabilidad, de que estamos haciendo algo malo, es pecado y no se debe hacer. Me viene ahora a la mente aquella sabía frase, del acervo popular: "Todo lo que me gusta es malo, engorda o es pecado." Esta concepción, esta "manera de aprender" que nos han impuesto desde pequeños se muestra en muchos más sitios de los que pensamos (fíjense que he empezado ejemplificándoselo con el hecho de ser friki de algo, de lo que sea).

La duda, más que razonable, surge en el momento de querer eliminar ese sentimiento y, por consiguiente, esa concepción. O al contrario. Me explico. Esto es un poco como lo del huevo y la gallina, ¿qué fue primero? ¿El sentimiento de culpabilidad es el que nos alerta del pecado y de las cosas mal hechas? O ¿es el pecado el que nos provoca el sentimiento en cuestión? Reflexionarlo en sí mismo ya es complejo (y leerme también, no sé si queda claro).

Reestructuro lo dicho hasta ahora, lo redigo aún a riesgo de parecer un redicho. La pregunta está relacionada con hechos y consecuencias, ciertos actos provocan algunas circunstancias y ciertas circunstancias llevan a algunos actos. ¿Qué ocurre con el pecado y la culpa? Y si nos olvidamos de esa palabra, de ese concepto cristiano del "pecado" (sí, puede parecerles horrible, sobre todo al ser conscientes de que está ahí porque nos lo han impuesto desde que éramos pequeños, ¿no es cruel?).

El lenguaje es fuerte (sobre todo para aquellos que se valen de él como herramienta de "trabajo"). Seguramente habrá algunos que hayan empezado a leer la nota y hayan pensado en algunas cosas obscenas, ¿por qué no? Y esto, ¿a qué se debe? El lenguaje y la palabras son mucho más potentes de lo que ustedes piensan. Una sola palabra basta para dirigir los pensamientos de la persona que la está escuchando o leyendo.

Pero como decía un par de párrafos más arriba, olvidémonos de esa horrible palabra, olvidemos a la vez el concepto cristiano del "pecado": ¿las cosas mal hechas con causas o efectos?

Piensen en la venganza. La buena. La de verdad. Esa venganza en que las "cosas malas" son causadas por algo (bueno o malo, dependiendo de la percepción del que la recibe). Cada vez que pienso en ello, no puedo evitar acordarme de la película "Dogville". Confieso que me paso parte de la película deseando que llegue ese final y confieso que me alegro de que termine como termina. Siento mucho alivio con esa venganza. ¿Es cruel? De nuevo, ¿quién lo decide?

Recuerdo ahora una canción que se cantaba en el pueblo de mi padre a los niños pequeños (a mí me la cantaron), reza de la siguiente forma:
"¿Qué tienes en la cabeza que tanto te pesa? Quítatelo de ahí que te vas a morir."
¿Se dan ustedes cuenta de la crueldad de estas sencillas palabras? No sé si era necesario infundir tanto miedo a los niños con esas ideas del pecado (no se me entienda mal que tampoco estoy defendiendo la anarquía sentimental y no enseñar la diferencia entre el bien y el mal). Pero me asusta echar una somera ojeada al pasado y a la historia (europea) y ver que por esos conceptos se han cometido la mayoría de las atrocidades que más avergüenzan ahora a la humanidad. Sé lo que están pensando, yo también, es así, es triste, pero la historia se repite.

Muchas son las cosas que sirven de excusa para llevar a cabo muchas atrocidades. Muchos son los actos que se nos intentan vender como efectos cuando en realidad son causas, y esto no es de ahora, que viene de muy atrás. ¡Qué mal aprendemos!

lunes, 11 de febrero de 2013

Ten un poco de humanidad

¿Me dejan ustedes frivolizar un poco? Es curioso además que el corrector me subraye el verbo. ¿Es una señal? ¿No debería hacerlo? No se asusten, si esta entrada me la inspirado el telediario. Vale. Sí. Es verdad. Ha sido el telediario de TeleCinco. Pero no tiene nada que ver, que no es la única cadena que lo hace. Aunque eso es lo que menos me importa, o lo que más. Bueno, no sé. Hay cosas que veo que al final me hacen dudar hasta estas cosas... Tan convencido que estaba yo de escribir estas letras.

Vamos a ver. Que viendo las noticias me surge una duda. ¿Tan importante es la vuelta de Gran Hermano como para incluirlo en las noticias? Al parecer sí. Y puedo estar un poco de acuerdo. No. No se me ocurriría engañarles en este aspecto. Que yo lo voy a ver, que yo he visto los otros trece en su mayoría, que yo no niego que lo veo... Ya les digo que yo lo voy a ver... Hoy puedo y me apetece. Y estoy seguro de que el programa (en su decimocuarta edición) volverá a tener éxito. No sé si más o menos que otros años, pero seguro que lo verá mucha gente que después lo negará.

¿Por qué esa obsesión? Yo soy capaz de reconocer que lo veo y, al mismo tiempo, soy capaz de reconocer la poca calidad intelectual del mismo. Pero es que yo no lo veo por eso, o sí. Me explico. Que yo lo veo porque a lo largo del día (por mi trabajo o por ser como soy) pienso mucho, tengo que utilizar mucho mi cabeza, y cuando estoy en casa me apetece descansar, me apetece ver en la televisión algo que me permita no pensar, algo que permita desconectar, algo que me haga olvidar mis problemas.

Y eso me llega a preocupar un poco. Quiero decir, la vida de la gente, de unas personas que no conozco, que no hacen mucho en sus vidas ni en el programa, cuya mayor aspiración (e inspiración) es, precisamente, salir en un programa de telerrealidad, para ser famosos, o intentarlo, o conocidos en ese mundillo. La vida de esa gente es la que me tranquiliza y me entretiene, la que me permite no pensar y desconectar, la que me ayuda a pensar en positivo (qué suerte tengo de ser quien soy, de ser como soy, de tener lo que tengo...), esas personas se hacen como modelos (aunque en positivo solo de la gente con dos dedos de frente: eso es lo que no quiero ser, esa actitud es la que no quiero tener, esa es la gente que no quiero que se cruce en mi camino...)

Y cosas así son las que me hacen pensar las noticias. El que Pedro Piqueras haya dicho que se estrena en TeleCinco esta noche un programa que "puede convertirse en el más longevo de la televisión" me hace plantearme si todo eso que yo pienso cuando defiendo Gran Hermano lo piensa también toda la audiencia que ha hecho que ese programa llegue a tener 14 ediciones en España. Es entonces cuando pienso en lo más profundo (y poético) de la humanidad (y de la expresión "tener un poco de humanidad"): cuán empático es el ser humano para sentirse tranquilo (y un poco superior) con la desgracia ajena. Esto es así.

Palabra de seguidor de Gran Hermano.

Pd.: No es posible... ¿U2 para promocionarlo?

martes, 29 de enero de 2013

Consuelo de muchos, mal de tontos

La excusa de la crisis nos lleva a aceptar demasiadas mierdas. Uno se harta de escuchar tanto consejo para resignarnos ante tanta injusticia que nos rodea, que vemos en la televisión, que incluso sufrimos en nuestras propias carnes, y si no es así, conocemos a gente que la sufre y la padece. Díganme ustedes, ¿hay dicho más estúpido que el de "mal de muchos, consuelo de tontos"?

Ciertamente, los españoles somos muy tontos. Nos lo han hecho creer en más de una ocasión, y al final, como somos así de tontos, nos hemos resignado a aceptarlo casi sin rechistar. Que uno intenta quejarse de cualquier cosa y al final es callado de la manera más tonta: "pero, no nos podemos quejar en los tiempos que corren y estando las cosas como están". ¡Basta ya de tonterías, por favor!

Cada uno es libre de quejarse de lo que le dé la gana. ¿Tan tonto se cree uno mismo como para sentirse intimidado ante ciertos chantajes emocionales? Aprendí hace tiempo a rechazar esos chantajes emocionales tan dañinos (emocionalmente, psíquicamente e, incluso, socialmente), o aceptarlo únicamente de quien tiene autoridad moral suficiente como para poder hacerlo. Y cuando digo "autoridad moral suficiente", sí, sin duda me refiero a los pocos que son capaces con predicar con el ejemplo.

¡Estamos de coña! ¿Verdad? Sólo hay que poner un rato la televisión (o la radio, o leer el periódico, o mirar en internet... no importa cómo se informen) para conseguir alcanzar un grado de cabreo tan alto que le dan a uno ganas de gritar que vive en uno de los países más vergonzosos que existen sobre la faz de la tierra. Basta con dos minutos de información para ser conscientes de los errores que algunos cometieron y de los que ahora, a los cuatro vientos o en la intimidad de sus hogares, se arrepienten.

Que no, señores, que el arrepentimiento a veces no es suficiente, tampoco lo es quedarse en casa de manos cruzadas, y tampoco, como ya nos ha dejado claro este gobierno (que hasta es difícil definir utilizando la ironía... sólo me vienen a la cabeza calificativos muy despectivos y bastante ofensivos), de nada sirve quejarnos. Pero, ¿de verdad la salida es la resignación? ¿Por qué sólo se me ocurren calificativos negativos para el gobierno?

Que sí, demasiadas preguntas, y muchas que pretenden ser calladas. Pero no las mías que ahora expongo... Que no... Que en eso nos hemos convertido. En un país de tontos resignados que agachan la cabeza y se consuelan pensando que no son los únicos que están sufriendo con las injusticias que asolan la sociedad española del momento. Para esto hemos quedado. Para aceptar la resignación que nos viene impuesta por gente que no sabe, no quiere y no pretende predicar con el ejemplo. De verdad, si es mal de muchos, que sea mal de muchos de verdad.

- Mal de muchos, consuelo de tontos.
- Es la herencia que nos han dejado.
- Todos tenemos que apretarnos el cinturón, todos tenemos que hacer esfuerzos.
- Pero tal y como están las cosas, no nos podemos quejar.
- No nos quejaremos muy alto.
- Es lo único que hay, tendré que acostumbrarme.
- Bueno, ¿y de qué nos sirve quejarnos?

viernes, 25 de enero de 2013

Teoría de los "asíes" (III): el "medaigualismo"



El medaigualismo comprende tres pilares básicos: el individuo como tal, el individuo en sociedad y el individuo que busca mejorar en los dos ámbitos anteriores. Esta filosofía no busca otra cosa que el bienestar personal (en el ámbito privado o interno y en el ámbito social o público). Lo que a continuación les detallo es una lista de 10 “yoes” que han de darse para llevarla bien a cabo y alcanzar con éxito los objetivos de la misma. Estos 10 “yoes” forman prácticamente un decálogo de buen uso del “medaigualismo” y, al mismo tiempo, un intento de explicación de la filosofía en cuestión. Lean atentamente, quizá ya la están llevando a cabo.

A.     El individuo como tal:
  1. Yo privado. La filosofía del medaigualismo es una filosofía principalmente egocéntrica. Todo gira en torno al EGO, principal “yo”, lo importante es el “yo”. Esencial es además que no se haga una ostentación del mismo, por esa razón ha de primar en el desarrollo de la misma una buena dosis de humildad. No consiste únicamente en decir a todo “me da igual” mostrando que lo que realmente importa es lo que uno piensa, siente o quiere en ese momento. 
  2. Yo emocional. El carácter del ser humano está formado por una compleja cadena de sentimientos y emociones que, en determinadas ocasiones, necesitan mostrarse, y otras, por el contrario, se ven obligadas a permanecer en privado. Este “yo”, en esta determinada filosofía, ha de ser un “yo privado”, al menos ha de intentarlo. Para evitar la vulnerabilidad del individuo como tal ante los demás hemos de evitar mostrar el mayor número de sentimientos y emociones. El “yo emocional” busca evitar la decepción propia.
  3. Yo relativizador. Igual que seremos capaces de controlar nuestras emociones (y la muestra de las mismas), hemos de intentar relativizar uno de esos sentimientos menos vulnerables, pero sí más dañinos: la preocupación. La máxima de este “yo” es simple: nada importa tanto como para quitarnos el sueño, como para dedicarle horas y horas de nuestro tiempo dándole vueltas. Está demostrado, además, que pensar incesantemente en algo no soluciona nada y no lleva a ningún lado.
  4. Yo defensor del yo (debe estar presente la necesidad de protegernos de la decepción). Estos primeros “yoes” forman parte del “yo central” (todo gira en torno al EGO, que tiene unas emociones y que las relativiza), de ese egocentrismo que se menciona en el número uno. Estos tres “yoes” están protegidos, a su vez, por uno imprescindible. El defensor del “yo” tiene que estar presente en todos los ámbitos en los que desarrollemos el resto, esto significa que debemos evitar que nuestras parcelas privadas, emocionales y relativizadoras bajen la guardia ante todos los demás “yoes”.

B.     El individuo en sociedad:
  1. Yo empático. Este es un “yo” público. El ser humano vive en sociedad (comunidades más grandes o más pequeñas). El medaigualismo no persigue la soledad, sino todo lo contrario, persigue mejorar las relaciones sociales. Es cierto que predomina el egocentrismo, pero sin olvidar que no estamos solos. Así que nuestro “yo” central tiene que mostrar, de una manera humilde y controlada (en la medida de lo posible), empatía por sus iguales y respeto por los demás “asíes” con los que socializa. El “yo empático”, poniéndose en el lugar del otro, busca evitar la decepción ajena.
  2. Yo defensor del otro (debe estar presente la obligación de proteger a los demás de decepciones por nuestra causa, cuidar el “yo emocional” de los demás). Si establecemos como máxima la consecución de mejorar nuestras relaciones sociales, el “yo empático” (un “yo” que tiene emociones para con los demás) necesita estar protegido de la misma manera que protegemos el “yo privado”. En los momentos de socialización, este “yo” estará alerta ante cualquier imprevisto y trabajará a la par con el defensor del “yo”. ¿Qué significa esto? Todos los hombres somos libres, como tales seres libres pertenecen a nuestro ámbito privado y público una serie de libertades que deber ser protegidas en cualquier momento (en soledad o en sociedad, es aquí, además donde se muestra un poco el “hago lo que me da la gana” con el “yo empático"), pero sin olvidar una máxima importante: la libertad del individuo termina donde comienza la de otro.

C.     El individuo que busca mejorar:
  1. Yo cambiante. En esta filosofía, el individuo tiene que ser muy buen observador, tanto a sí mismo y sus reacciones en soledad ante ciertos estímulos, como a la comunidad en la que se desenvuelve y sus reacciones ante los “asíes” que le rodean. Por esa misma razón, podríamos dividir el “yo cambiante” en dos tipos: 
    • Yo cambiante interno. Este “yo” es íntimo. Se preocupará de buscar cambios importantes en el carácter y en la forma de ser de uno mismo. Por esa misma razón se desenvuelve en la parcela íntima del ser humano y, precisamente, para evitar la decepción (con ayuda del “yo relativizador”) ante un posible fracaso, los objetivos de este “yo cambiante” deben ser secretos. 
    • Yo cambiante externo. Este es un “yo” visible y público. No sólo porque es el “yo cambiante” preocupado por las mejoras sociales ante los demás individuos de la comunidad en la que se desenvuelve, sino porque, además, como ayuda de dicha mejora o cambio, es positivo hacer público los objetivos que se pretender alcanzar, que, casi de manera generalizada, son más insignificantes desde el punto de vista del individuo como tal, aunque, quizá, más importantes en el desarrollo del individuo en sociedad.
  1. Yo kármico. Taxativamente: ninguno de los “yoes” que forman parte de nuestro “así” (tanto privados como públicos) deberán olvidar que todas las acciones (tanto las aceptadas como las rechazadas por el medaigualismo), tienen unas consecuencias. Pero, paradójicamente, y con ayuda del defensor de nuestros “yoes” y, al mismo tiempo, una presencia importante del “yo relativizador”, intentaremos evitar pensar en dichas consecuencias. La máxima: todo lo que hacemos conlleva unas consecuencias, no tenemos que olvidarnos, pero no debemos preocuparnos por ellas antes de tiempo.
  2. Yo optipesimista. Seremos conscientes, desde el principio de la puesta en práctica de esta filosofía, que esperamos un fin con la misma. Seremos conscientes de que los objetivos y las metas que nos marquemos llegarán, antes o después, bien o mal, pero llegarán. El “optipesimismo” (no esperar nada, que las cosas lleguen como y cuando tengan que llegar) persigue dos cosas: 
    • Evitar el optimismo para evitar la ilusión y así evitar la posible decepción ante un posible fracaso (ámbito íntimo, aunque puede ser privado y público) 
    • Evitar el pesimismo para evitar contaminar al resto de individuos con un exceso de victimismo y de humildad (ámbito social, generalmente público)
  1. Yo proporcional. Nada en exceso es positivo (ni negativo), por esa misma razón es importante en esta filosofía buscar un equilibrio lo más cercano a la perfección entre los diferentes “yoes” que forman nuestro propio “así”. La teoría de los “asíes” es posible resumirla así: todos somos como somos aceptados por nosotros mismos y por los que nos rodean porque aceptamos que cada individuo está formado por una serie de “yoes”, unos visibles (los que nos ayudan en las comunidades en las que vivimos y con las relaciones sociales con los demás, es decir, los públicos o externos) y otros invisibles (que forman parte de nuestro fuero más interno y que nos ayudan a superar las diferentes etapas de nuestro desarrollo y nuestra vida pero de manera íntima). Es evidente que podemos mostrar más unos “yoes” que otros en determinados ámbitos y situaciones, así el “yo proporcional” nos ayudará (con más o menos éxito, y para evitar la preocupación por eso mismo debería estar presente el “yo emocional”) a buscar un equilibrio que facilitará nuestro desarrollo (y nuestras mejoras cuando buscamos los cambios) y nuestras relaciones sociales.
No me queda nada más que decirles. Me gustaría añadir, como conclusión, que el medaigualismo es una filosofía nacida de diferentes experiencias, propias y ajenas, vividas y escuchadas, que, aunque explicado de la manera en que lo está en el primer párrafo, no busca otra cosa que la felicidad, propia y ajena. Así que, como todos nos lo merecemos, como quieran, cuando quieran, donde quieran, porque quieran, cuanto quieran… ¡SEAN FELICES!

... y unas pinceladas de presunta prosa poética (VIII)



¡Aprovéchate! Hazme decir todo lo que quieras oír… hazme reír… hazme llorar… pero, por favor, no me hagas olvidarte… Hazme sentir, hazme sentir lo que sientes, hazme sentir que me necesitas, hazme sentir que realmente te necesito y quiero estar contigo... hazme sentir... hazme sentir que te quiero, hazme sentir que me quieres.