Aquella mañana se levantó con una extraña sensación. Como todos los días, lo primero que hizo fue prepararse su café y tomárselo en el salón con su madre, los dos en silencio, rodeados del humo de sus cigarrillos, y dando sorbos lentos a su café. Cuando terminó llevó las tazas a la cocina y después se fue a la habitación a hacer la cama. Al tirar de la sábana, se dio cuenta de que su calendario decía estar todavía en septiembre, y ya estaban en el primer fin de semana de octubre. Cambió la hoja. De repente se dio cuenta, encontró una explicación a aquel sentimiento de nostalgia, halló el porqué. Inmediatamente le invadieron infinidad de recuerdos y se permitió un tiempo para sentarse en la cama, aún sin hacer, y echar la vista atrás.
“Hace un año estaba yo en “El Escon”, ¡qué bien me lo he pasado en el Escondite!, todas las copas de bienvenidas, incluída la primera a la que fui, con Marina, antes de trabajar en Madrid. La de veces que habré salido de allí borracho los lunes, ¿y las tardes escondites? Cómo me gustaba salir los viernes de trabajar a las siete y meterme allí a tomar cañas, y después las tapas, y después las copas, y después ir a “La bodeguita”. Qué risa en aquella tarde escondite, el día de “los hielos”, que al día siguiente Velia se fue de excursión al Escorial y Valle de los Caídos borracha. Y todas las veces que me quería ir y Candela y Marina no me dejaban, y las veces que Marina y yo no dejábamos a Candela, y le atábamos las mangas de la chaqueta o la cazadora, y el cinturón a las mangas… Hace un año exacto estaba yo celebrando el cumpleaños de Candela, esa noche que no nos dejaron entrar en “El hoyo” y Anita pidió al portero que le sacara una hoja de reclamación, después de leer y analizar el “derecho de admisión”. Lo que me reí con Josune analizando a la gente que entraba: “¡Ah! Es que si vas en camisón sí puedes entrar…”, decía Josune apuntando a un grupo de chicas que venían de boda.En ese momento entró su madre en la habitación. Le devolvió al mundo real preguntándole que qué hacía. Él negó con la cabeza, colgó el calendario en su sitio y volvió a su rutina matutina, descubriendo que en unos pocos minutos había recorrido mentalmente lo que habían sido dos de los mejores años de su vida y dándose cuenta de que aquella ciudad le había dado mucho más de lo que pensaba. GRACIAS A TODOS.
»Lo que me he reído yo con Candela. El día que la conocí, junto con Velia, que Marina decía que ambas eran buenos fichajes, salimos borrachos del Escondite en una copa de bienvenida. Y el día que salimos de allí los dos como pollo sin cabeza, preguntándole a Marina, a voces por la calle, si “habemus sueldum”, al final acabamos en “La bodeguita”, donde nos invitaron a una Coronita, y los dos intentamos beberla sorbiendo el limón. Qué ilusión que Candela entrara en tres de mis clases como oyente, compartimos tantos grupos buenos... Nos lo pasábamos bien en clase (“¿Qué has hecho hoy?”, “Nada”). Y ella vino de oyente a una excursión mía de Segovia. Nos hicimos los dos expertos en Segovia, por eso mismo en mi cajón ponía, a parte de mi nombre, de una foto de la plaza Mayor de Salamanca, de la entrada “Ieronimus” a la Catedral de Salamanca, y de lo que pretendía ser una sirena dibujada por Julia, a parte de todo eso Candela me había puesto “Frutos (patrón de Segovia), el ordeñador de codos”. Yo, al lado de su sol en el cajón le había puesto “Candiella, Nelson, Fuencisla (patrona de Segovia)”. Recuerdo el día que la llamé “Mandela”, en una fiesta de cumpleaños de Marina en casa de su hermano.
»Ahora mismo me estoy acordando de cuando Candela descubrió que pronunciaba la “ch” de una manera especial (María Chucena techaba su choza, y un techador… Voy a buscar a Nacho, que llega a Atocha, con el coche, y nos vamos a Pinar de Chamartín…). Me acuerdo del día que nos quedamos los dos en el Escondite, haciendo tiempo hasta que llegara Nacho y ella fuera a buscarlo, que nos pilló Marina, que venía del teatro con los alumnos. Al final acabamos borrachos en la Bodeguita. Aquella noche fue cuando Agneta me hizo una foto con la firma del “Imperfecto” y después me caí. No fue la única caída que vio Agneta, que también me caí en el karaoke jugando al limbo. En “La chocita sueca”, que me encantaba ese sitio, los minis de cristal, y el día que Velia y yo descubrimos que había una diferencia de cincuenta céntimos en las copas al pedirlas ya sin la tarjeta de “descuento”. Y el día que fui a comer a casa de Bárbara y Óscar, y nos fuimos a tomar café al bar de al lado de su casa, y nos tomamos unas copas, y al final aparecimos los tres borrachos en la Chocita.
»Me acuerdo de un viernes en la sala de profesores, después de un karaoke, que no sabía de quién era el teléfono que apareció en mi monedero. No sabía quién era “Ali”, y le pregunté a todo el mundo. Un mes más tarde descubrimos, en la misma Chocita sueca, que era el teléfono del camarero, que me lo había dado y me había dejado encargado para que se lo diera a Marina y así ella podría llamar para avisar de que íbamos y de que tenían que poner el karaoke. Aquella noche tampoco tuvimos karaoke.
»En la Chocita terminamos también en un cumpleaños de Candela, que cenamos en “La casa de la tortilla”. En esa noche, Velia y yo le cantamos quinientas veces a Candela y a Nacho, “¡Boda en Valencia! ¡Boda en Madrid! ¡Boda donde sea!”. También terminamos ahí en la fiesta de despedida de Marina cuando se fue a Escocia, también cenamos en la Casa de la tortilla, que le dimos una sorpresa, y la vestimos de escocesa. Lo que lloramos, recuerdo que lloraba a cada palabra que me decía Marina, incluso cuando venía a mí a ofrecerme una copa. Fuimos mucha gente a esa fiesta, Sonson me decía después que estaba muy gracioso.
»¡Ah! Los profes, la sala de profes. La primera vez que entré allí fue en octubre de 2007, que fui a trabajar dos semanas. La verdad es que no hablé mucho. Pero cuando volví en enero de 2008, empecé a hacer amigos. Me encantaban las canciones de Opla a primera hora de la mañana, y que nos contara sus historias, principalmente para que la aconsejáramos, pero terminábamos diciendo tonterías y riéndonos todos. Me viene ahora a la cabeza el día que Elisa se creyó que el fluorescente que había encima de la mesa era un nuevo ejercicio ideado por Mariela, y el día que miró mal a Asun cuando esta le dijo que iba a entrar de oyente a su clase Blanca, una profe nueva. A Blanca le decíamos que era hippie. Me acuerdo como si fuera hoy del día que vimos el video de Maider en la tele, con sus “adornos navideños”, y el día que vimos a Leticia cantar el gordo de la lotería. Por eso Candela y yo le decoramos el cajón con lo que decíamos que era un niño de San Ildefonso y con un cartón del bingo que teníamos para practicar los números.
»Siempre le decía a los nuevos que el primer contacto con aquella sala podía ser un poco abrumador. ¡Ah! La sala de profesores, las conversaciones que tuvimos allí, los juegos (el “Password”, el “Pasa palabra” creado por Candela…), los mensajes de Mariela y de Marina en la pizarra, los “dixit” escritos y repetidos hasta la saciedad (“ay, eso no puede ser”, “no ese era el objetivo”, “yo a mí esto me da cuenta que estoy fatal”, “luego te le doy un lavado”...). Pequeña. Sin ventana. Ocupada al setenta por ciento por una mesa, rodeada de sillas (cada una con un dueño asignado implícitamente, al menos la mía, la de Esther, la de Candela y la de Leticia Medina estaban claras), cubierta de fotocopias que no se necesitaban, de libros de Espasa con nuestros nombres, por radiocassettes que no llegaban nunca a su sitio, unos con la tapa abierta mientras se buscaba el cedé en el cajón, otros con un estuche o cuaderno encima (señal de que estaba ocupado), otros en las manos de alguien que preguntaba “¿Es de alguien?”. Al mismo tiempo, alguien estaba sentado en un taburete con el fichero abierto, buscando alguna fotocopia, al rato levantaba la cabeza para preguntar en qué lección estaba tal ejercicio (siempre había alguien que lo recordaba y se sabía el orden del fichero al dedillo) y después de encontrarlo, echarle un vistazo, sentirse desilusionado y acabar por preguntar que cómo practicaban tal cuestión gramatical. Al lado, dos profesores se contaban lo que habían hecho en clase, qué habían practicado, hasta dónde había llegado… Aquella sala era un caos en todos los sentidos, allí todos estábamos locos.
»Te podías llevar muchas sorpresas. Yo una vez entré y descubrí que mis compañeras hablaban de penes (me enteré así de que alguien lo tenía muy bonito), recuerdo el día en que entró Julia anunciando en qué parte de su cuerpo tenía un hongo y cómo, Luis, inmediatamente recogió su “táper” y anunció que se iba a comer al Retiro, nunca más volvió a comer con nosotros, lo vimos algún día, incluso, él solo en el aula 12. La de discusiones que hemos tenido allí, sobre política, sobre la palabra “normal”, sobre las actividades, diciéndole a Marina todo lo que nos hacían en esa empresa, a lo que ella siempre respondía que no se apellidaba como ellos, con Mariela por las fotocopias que no podíamos sacar, por los horarios… me viene ahora a la cabeza la voz de Mariela, diciendo mi nombre, y sabiendo que me caía un grupo nuevo, o alguna clase especial, o alguna otra cosa rara. O por las actividades, y por las excursiones sorteadas.
»En casi dos años en la escuela, hice todas mis excursiones a Segovia, menos dos a Toledo. En la primera que fui con Patricia y Velia. En la segunda fui con Candela, y en esa excursión casi discutimos, cansados por el calor, por los turistas despistados y por la mala educación de los taquilleros y guardas de seguridad. En Segovia lo pasé bien, sobre todo aquel día que nos juntamos tantos profesores en el restaurante vegetariano, aquel que descubrí gracias al consejo de Marina. Candela y yo nos veníamos a Salamanca de excursión, sin saber que nos iban a meter en el hostal “Misol”, en el que no nos atrevimos a duchar, y en el que no entendíamos a la recepcionista (“¿Me hago entender?” “Pues, mira, no”). La verdad es que me encontré con cosas raras en Segovia, una representación del 2 de mayo la vez que fui con Clara, una fiesta de “noséqué” con charangas cada vez que intentaba hablar, la convención de los amigos de la capa… Los taquilleros eran muy simpáticos en Segovia, no tanto los guías del Alcázar, con los que alguna vez discutí. Por eso explicaba fuera el Alcázar, algo que no le gustaba nada a Marina.
»Hace un año exacto estaba yo en el cumpleaños de Candela en el Escondite. Fueron también Josune y César. Me encantaba esa pareja. Qué bien me lo pasé con Josune. El día que nos dijo que no todos en Parla tenían una polla colgada del cuello para mamarla, después de decirle por enésima vez “a mamarla” después de que ella nombrara Parla, casi muero de la risa. Y otro día que nos contó que cuando era adolescente se pintaba un rabo (refiriéndose a la raya del ojo). Y el día que rompió su propio reloj cuando se estresó porque Candela había tirado el botecito de sal por la mesa de la sala de profesores. En la fiesta también estaba Anita. Nos presentó Marina en una fiesta de la escuela, todavía la veo con su monedero debajo del sobaco imitando a la maruja de turno en la carnicería o en la pescadería. En el cumpleaños de Marina, que acabamos los tres en un bar de salsa, en el que no se podía fumar, fue muy raro.
»Ahora me acuerdo de otro bar de salsa. La noche que fuimos Mariela, Candela, Marina y yo a cenar a casa de las chicas suizas, que nos invitaban a una “fondue”. La imagen no fue nada buena, los cuatro profesores bailando la lambada en medio de la cocina, y después en el bar de salsa para ver a Agneta y Lauriane, también estaba Tony con su bicicleta. Estoy viendo a Mariela llegar hasta donde nosotros estábamos, despeinada, después de bailar con un chico, y diciéndonos, “Pues bailaba bien”. Candela y yo nos fuimos pronto, fue la noche que nos caímos en los setos de la calle Alcalá… no recuerdo exactamente cómo fue.
»Un poco más arriba, Roza y yo casi nos caímos también. Recuerdo la noche que fuimos a la fiesta de despedida de Lucía, que se iba a Japón. También estaban Candela y Nacho, recuerdo hablar con ellos en la puerta, bolsa de kikos en mano, de las maravillas de Valencia: que si la paella, que si la horchata, que si las Fallas, que si las falleras, que si las ensaimadas, que si “mándale recuerdos a Rita”… Roza y yo nos íbamos para casa, y se nos ocurrió coger un autobús, el primero que pasara, que nos llevara a Cibeles. Recuerdo los tacones de Roza, la pobre, estaba cansada… así que al intentar subir al autobús, no le respondió una pierna, hizo un respingo y casi se cae, yo, quizá por inercia, me golpeé la pierna con un banco. Ahora mismo me río recordando el camino de los dos muertos de la risa. La de veces que he cogido el nocturno. Como la noche aquella que Lucía, Paula Andújar y yo cogimos el mismo y nos pasamos todo el camino hablando en gerundio. Y la vez que me tuvo que despertar el conductor en la última parada. Y la vez que no lo hizo y me desperté en la siguiente parada (por suerte no volví a aparecer en Cibeles)… La de horas que habré esperado en Cibeles sino llegaba ya al metro.
»Como aquella noche, en la fiesta de casa de Agneta, con Leticia. Que aguantamos los dos hasta que empezara el metro, y luego nos costaba irnos, metiendo las copas en el horno, diciéndole a Agneta que qué raros eran los lavavajillas suecos, intentando llevarnos cosas de su casa… al final nos echó de allí, y en el metro, Leticia advirtiendo a todo el mundo de que alguien había vomitado en la línea 1, y ya estábamos en Moncloa. Y la fiesta de mi casa… la cena que se alargó hasta la mañana, Marina sorprendida de que ya la gente saliera a pasear a los perros y mientras, Leticia, Candela y yo muertos de la risa imitando a los muñequitos del Trivial de la Wii. Las tuve que echar también. El lunes siguiente Candela nos contó que llegó a su casa y se puso a pasar el aspirador, Leticia, por el contrario, se fue a la Latina a continuar.
»La Latina. La de veces que habré empezado allí la fiesta con Bárbara, acabando la mayoría por la calle Bailén, por los bares del Viaducto. Bárbara siempre recuerda la vez que me cogí un autobús para ir a Cibeles… y el día que entramos en el Vendetta, con las copas malas. Allí también acabé en una fiesta con mis compañeras de trabajo. Aquel día que nos dieron unos sándwiches a no-sé-qué hora de la mañana, y que salimos de allí y Julia dijo que en Málaga era igual que en S’nde. Esa noche paseamos por aquella calle y llegamos a un bar que nos habían aconsejado Roza y Zergio, pero en el que no había nadie. ¿Y la caída en los setos después de una fiesta de la escuela? No la recuerdo, me lo contaron después. Sólo recuerdo haberme pasado toda la noche diciéndole a la gente que me había hecho una herida en la parte interna de mi dedo índice. Me lo contaron todo la semana siguiente en la sala de profesores.
»Otra vez mi sala de profesores, y todo en la escuela en realidad. La recepción, el pasillo largo hasta llegar a la cafetera (que hacía mejor café que la anterior en la parte baja), la sala del microondas, la sala de ordenadores, las aulas… Patricia con su caminar sensual, mirada atrás y abajo, sin gafas, y preguntando a alguien qué era el papel que tenía en la mano. Incluso alguna mañana se le ocurrió preguntar que qué hacíamos, a lo que Candela contestó que nada, preparando unas clases. Patricia no veía nada, perdía sus gafas en muchas ocasiones, y si no, su tenedor, le costaba verse en la lista del tablón de horarios, casi muero de la risa el día que pidió a Antonio que le leyera sus alumnos. La de veces que hemos ido los dos a comprar patatuelas a la panadería (las más codiciadas, las de York-Queso), y la de veces que hemos coincidido calentando la comida en la sala del microondas, cuando quemaba sus “táperes” y tiraba la salsa de lo que estuviera comiendo, o la recogía con la bolsa que llevaba en la mano… Patricia fue la que dijo que Marina sería un hipopótamo si fuera un animal, porque siempre asomaba su cabecita y sus ojos por encima de la “barra” de recepción.
»Lo que nos hemos reído Candela y yo metiéndonos con Marina, cuando venía vestida de camarera, o de jugadora de golf… otras veces nos tocaba contra Candela, vestida de Peter Pan, o incluso contra mí, vestido de Media Markt. Pero ahora mismo estoy viendo a Patricia lavándose los dientes en la sala de profesores, o maquillándose, o riéndose con la taza de café en la mano en “La Regenta”, sentada en un taburete, estresada dos minutos antes de entrar en el “supin”, contando sus intimidades en la sala de profesores… no callaba, aunque cuando se iba para casa a las cinco ya era otra persona.
»Y mis alumnos, todos, Eliná, Marcello, Agneta, Lauriane, Sean, Sophie, Tony, mis “wasintones”, mis “esfasus”… mis clases, mi clase de cultura sobre “Las grandes Reinas de España”, mis trucos para explicar algunas cosillas, el chiste sobre “Harry Potter” que me enseñó Bárbara, mi ejemplo de la paloma para explicar las diferencias entre indefinido e imperfecto, y la escenificación (“salí de casa y me cagó una paloma”, “salía de casa y me cagó una paloma”, “salía de casa y me cagaba una paloma”) en la puerta del aula… La recepción, la fotocopiadora, Asun y Virginia discutiendo, el día que desapareció la mesa de Concha… Los profesores, Marina, Candela, Patricia, Mariela, Rosa, Esther, Josune, Velia, Ado, Elisa, Maider, Abel, Sonsoles, Leticia Medina, Leticia Amato, Alberto, Blanca, Laura, Mercedes, Antonio, Luis, Ángel, Cristina Gómez, Cristina Suárez, Anita, Julia, Arantxa, Paula Lorenzo, Paula Andújar, Lucía… de los que sólo vimos sus nombres en el tablón del horario, los que estuvieron muchos años atrás, los que se fueron cuando yo entré, los que entraron cuando yo me fui…
»Mis bares favoritos de Madrid, que descubrí gracias a Marina, la mayor parte de ellos, el Escondite, la Chocita Sueca, la Bodeguita, el Marciano, el Tigre… el metro, el cercanías, los autobuses… y pensar que a mí no me gustaba Madrid, que yo no quería ir… Mi casa, mis hermanas, las obras en el baño, fumar en el balcón, “Jesús, no estás estudiando”, el vecino de arriba, el perro de al lado, las cenas en casa, el Hiber, el Cacharrito, mi habitación, el colchón en el salón durante unas temporadas, la urbanización, la piscina (que pisé dos veces), ir en metro a Pitis, ir en coche a Pitis, las series en la televisión, las películas, la tele-basura…”