martes, 22 de enero de 2013
Me acuerdo de... Brest (14 noviembre 2009)
[Anécdotas de mi vida en Francia (aunque perfectamente podrían ser la notas para una nueva película de Mr. Bean)]
Me acuerdo…
De lo que me costó ponerme en contacto con mi profesora, Marie-Agnés, y de las conversaciones tan extrañas que tuve por teléfono con gente de Francia, del IUFM de Brest y de Rennes y gente de su casa; de aprenderme de memoria: “Bonjour, je suis Néstor Álvarez, l’assistant d’espagnol, Est-ce que je peux parler avec la proff d’espagnol?” y no salir de ahí, cuando me contestaban tenía que quedarme callado; de decirle al marido de mi profesora, presidente de la Junta de Finisterre, “oui, je le tien (sí, lo tomo)”, queriendo decir “oui, je l’ai (sí, lo tengo)” cuando me dijo que Marie-Agnés tenía teléfono “portable”; de llegar a aprender a decir “J’ai pas compris” porque así me repetían las cosas (aunque igual me daba) porque por fin me di cuenta que diciendo “Je ne comprends pas” les decía directamente que no entendía y punto; de escribir 4 20 10 9 para calcular después que eso es 99 (cómo son los franceses!), de olvidar usar “vous” en lugar de “tu” por esta manía que tenemos los españoles de tutear a todo el mundo, pero de igual manera olvidaba usar “s’il te plait” con gente que conocía…
De perder el avión en el transbordo en París y ponerle cara de susto a la mujer que me dijo que no podía montar en el avión en cuestión (sólo tuve 15 minutos para recorrer una parte del aeropuerto); de fumar un cigarro detrás de otro en la pecera del Charles de Gaulle pensando en volver a España en cualquiera de los vuelos que anunciaban a mi lado, a cualquier parte, una vez allí no me costaría llegar a Salamanca; de llegar al aeropuerto Guipavas de Brest sin mi maleta, algo que deduje después de estar media hora esperándola solo en la cinta de recogida, ya que la poca gente que quedaba había desaparecido tras oír la voz de megafonía; de mi profesora que vino a recogerme con comida, leche, fruta, chocolate y coca-cola entre otras cosas; de conocer a mis compañeras de piso (Carolina, Carolina y Ana María) que desde hacía tiempo me esperaban sin tener ningún detalle de mí, aunque los detalles que yo tenía era que eran una chica de Costa Rica y dos españolas, siendo ellas en realidad de EEUU, de Chile y de Murcia; del primer contacto con mi habitación sin luz, por suerte Ana María quitó la bombilla del pasillo en ese momento y descubrí mi habitación sin armario, pero con unos amables habitantes en la moqueta; de tirar la coca-cola en el salón; de ver fotos en calzoncillos solo y triste en lo que iba a ser mi habitación; de estar con la misma ropa durante muchos días, desde entonces le cogí manía a la camisa naranja y a los pantalones marrones de pana…
Del primer restaurante al que me llevó mi profesora donde había buffet de mariscos y yo probé los “moules frites”; del restaurante cuya especialidad era el carpaccio en todas sus variedades y gustos, aunque si hablamos de la gastronomía del lugar he de mencionar el “far” (postre bretón), las “galettes” (galletas de mantequilla), del “Kir” (bebida típica en el aperitivo), el tartifflette (plato hecho con patatas, cebolla, “lardon” y queso) que nos hizo Helene; de ver Eurovisión en su casa con la actuación vergonzosa de las Ketchup y su Bloody Mary; del paseo por Bretaña con Helene, en su coche; de hablar en español y en francés con ella, ya que comenzamos nuestra amistad como intercambio lingüístico; de ir a un “fest noz” y descubrir los bailes celtas y descubrir también al asistente alemán bailando; de comprarme “Le Petit Prince”, haciendo de él mi primer libro en francés; de tener que corregir con el Photoshop nuestra foto-felicitación de navidad por habernos equivocado del lugar de los puntos (¨) y ponerlos en la O en lugar de la E en la palabra “Noël”; de Carolina quejándose del frío como si fuera el frío siberiano; de Carolina quejándose del olor en el autobús y riéndose de la expresión “echando pestes”; de que se rieran tanto porque nosotros decíamos muchas palabrotas…
De la línea 6 de bus hasta Carrefour, de cargar con la compra en el bus hasta que descubrimos las bolsas ecológicas (aunque siempre se nos olvidaran); de hacer mal la copia de la llave de casa y no darme cuenta hasta que llegué a casa y caer en la cuenta, además, de que la original ya no la tenía, su dueña, Carolina, estaba trabajando; de intentar hablar en francés con la secretaria del Collège Saint Pol Roux sobre mi maleta, muy amable ella porque llamó al aeropuerto; de comprarme un edredón pero no dar con la funda del mismo por no entender; de conocer al vecino que hablaba un poco de español y de ver al cocinero del colegio donde vivíamos con un aspirador industrial en mi habitación matando a mis amigos de la moqueta, fue la única vez en siete meses que esa moqueta se aspiró; de pedir un “tournevis” al vecino de enfrente para montar mi armario nuevo; de comprar ropa porque no llegaba mi maleta y que después no me pagaron; de los obreros que vinieron quinientas veces a ver el piso porque parece ser que la dueña quería reformarlo cuando nos fuéramos; del papel pintado que se caía a cachos; de la calefacción que no llegaba bien a las habitaciones y mucho menos al baño; de hacer un seguro de la casa, siendo lo único que teníamos que pagar…
De conocer a Sophie, una asistente de inglés en el instituto Amiral Ronarc’h; de comer crêpes con Pablo y otros asistentes en la mejor crepería del mundo, a la que fuimos muchísimo y el camarero ya nos hacía las fotos sin tener que pedírselo porque siempre que habíamos ido, lo habíamos hecho con alguna visita y siempre pedíamos alguna foto, él ya nos conocía; de pasear por la Rue de Siam a la espera del autobús; de comprar en la librería Dialogues; de la línea 2 de bus de regreso a casa, pasando por Kerangoff, hasta la parada de Kerargaouyat, en la Rue de Bruxelles, dirección Casabianca, y de equivocarme alguna vez y tener que ir caminando a casa desde Kerangoff; del faro cerca de nuestra casa y del faro de Saint Mathieu y el viaje en el coche de unos desconocidos que decían que Brest era lo mejor de Bretaña; de programa de tele “A prendre, ou a laisser” (“Allá tú”), de “Star Academy” (“Operación Triunfo”), de “Santiano”, y de toda la música española y francesa que escuchaba allí, de encontrarme con una alumna Junior de Sampere Salamanca en el metro cerca de Montmartre (muy fuerte! Vi a Marie Renaudin en el metro y quedé con ella y con Marine Boudot días después para tomar un café)…
De pagar con tarjeta casi todo y en casi todos los sitios, a pesar de haber tardado en tenerla porque pensé que me la tenían que mandar en vez de ir a buscarla, no entendí muy bien a la banquera ni la carta que me llegó; de la gente que pagaba con cheques y me hacía perder el autobús de vuelta a casa; del tío del restaurante de Champs Elysses que se dio cuenta de que los ticket restaurant sólo eran válidos en España, pero también del tío del restaurante italiano que no se dio cuenta pero que me recordó meses después cuando volví a comer allí; de comprar desodorante Bourjois para Bárbara (estando ella allí y para traérselos a España); de las PIM’S de mouse de limón; de habernos hecho una foto en contra de las armas enfrente de la Tour Eiffel porque hice caso a mi hermana y le dije a una tía que venía a darnos el coñazo que no hablábamos francés y ella, muy amable, nos preguntó que qué hablábamos y, finalmente nos respondió en perfecto español…
De reírme hasta llorar porque el asistente alemán se cayó de la banqueta del piano de Pablo; de la fiesta de cumpleaños de la asistente portorriqueña (o era costarricense?) en la que había un chico que había estado de Erasmus en Salamanca; de aguantar dos semanas sin ir a la lavandería porque era un auténtico coñazo, por eso me compré tantísima ropa interior; de “Avez vous déjà vu…?” aunque nos costaba pillarlo en su horario; de terminar todas las frases que empezaban con “je ne suis pas…” con “un herós” gracias a una canción de “Star Academy”; de reírme hasta llorar porque Sophie dijo “tortuga” y Ana María tuvo que explicar qué era y todos nos miraban sin comprender muy bien qué pasaba, aunque nos pasaba siempre que, estando con todos los asistentes, nos juntábamos Ana María, Carolina, Carolina, Sophie y yo y teníamos nuestros propios chistes…
Del IUFM y, allí, de mis escasos alumnos, de pedir aulas vacías en francés, de las horas frente al ordenador en mi despacho, de comer solo con mi taper a la hora del café de los franceses, de cuidar el aula de informática, de sudar porque el del departamento de informática no entendía que yo iba a salir a las 12:30 y no a las 2:30, y él insistía, que a la hora de comer cerraban, de hacer ejercicios para practicar español en el CAREL; de la patinoire todas las veces que fuimos; del otro recorrido de bus para llegar a casa o ir al trabajo por el Hôpital Cavale y Bellevue; de la fiesta de cumpleaños de Rocío de la que tuvimos que irnos a pesar de estar pasándolo muy bien; del autobús nocturno de 8 a 12… repito, NOCTURNO; del festival de cine español y de “Volver” en el cine Celta…
De salir de fiesta una sola vez por el puerto; del Marché du Noel en Liberté; del puente cubierto porque decían que lo utilizaban los suicidas; de comprarme el móvil casi sin hablar (toda una paradoja); del viaje a París con mi hermana Silvia y mis primos Ruth y César y, allí, de mi hermana esperándome en Orly porque al final llegó ella antes que yo y de mi prima Ruth hospedada y del rato rollo del video en la habitación de mis primos; de la accidentada vuelta a Brest después de estar horas en Mont Parnasse con un billete equivocado y de la conversación con la taquillera: “On peux parler en espagnol? –Oui, bien sûr… -MIRA LO QUE ME HA PASADO!!!” (colocando bruscamente los billetes sobre la ventanilla); de discutir con el taxista al llegar a Brest porque no me entendía; de ir a un curso sobre el Hot Potatoes para los de segundo año en el IUFM y de ir a unas charlas sobre educación (creo) en el Amiral Ronarc’h y no enterarme de nada, pero gracias a ellas conocí a Alex...
De hablar en francés con las amigas de mi profesora en las cenas en su casa; del nuevo piso-habitación-cocina-salón y de quedarme en la puerta porque nadie me dio el código del portal y tener que llamar a Alba y Alex a las dos de la madrugada para que me abrieran, aunque eso nos sirvió de excusa para estar hasta las mil hablando y tomando algo en su casa, también tuvimos alguna cena y café en su casa; de la lluvia con viento, con muchísimo viento, de que los brestianos ni se inmutaran e incluso fumaran bajo las lluvias torrenciales; de apuntar todo en mi agenda y en mi calendario de Dalí;, de contestar “Alló” a las llamadas de teléfono aún sabiendo que procedían de España; de ver películas y “Friends” en mi ordenador…
De la ducha con dos mandos, uno para regular la presión y otro para regular la temperatura; de tener que limpiar todo el portal, consecuencia de no pagar alquiler; del váter separado de la “Sala de baño”; de llorar de la risa por “hacer gimnasia” en el salón de casa en un momento de estrés… creo que también un día bailamos y cantamos; de no poder abrir una de las puertas del salón, se nos cerró porque se estropeó el pomo; de llorar de la risa porque Carolina besó a la fregona al intentar olerla; de la sala de fumadores del IUFM, de las distintas cenas con los otros asistentes y de la cena de navidad en casa con regalos del amigo invisible con Carolina, Carolina, Ana María y Sophie, y de la diana y el chocolate que recibí; en muchas ocasiones, conseguir entender a Carolina y a Sophie hablando en inglés, así como Sophie entendiéndonos a nosotros hablando en español; de cenar un Kebab en la Rue de Siam, de comer pizza en el restaurante al lado de Casa Havana, del Banana Split de Ana María…
De La Poste; de haber llamado “fea” a una chavala que no entendía en el bus; del mercadillo de los domingos y de las gaviotas comiendo las sobras del mismo mercadillo (una vez encontré a una gaviota muerta en un parque cerca de la estación de trenes); de que el tío del Hotel Darcet nos habló en inglés y nos pidió que no pusiéramos las maletas encima de la cama, del montacargas de ese hotel, de lavarme los dientes con el culo fuera del baño por no caber y de no poder cerrar en condiciones la puerta del baño del mismo hotel porque el suelo estaba desnivelado, pero teníamos el desayuno incluido con zumo, café, pan con mantequilla y croissants (recuerdo la frase “café au lait, tout les quatre”); del pelo de guante que entró en el ojo de mi primo César en lo alto de la Tour Eiffel y casi morir de la risa por su reacción y la de su hermana; de los folios que comíamos (croissants rellenos de chocolate aplastados); de la expresión “Cuando el río Sena, agua lleva”, de la tos de perro de la Saint Chapelle; de ver a Mery y Fran frente a l’Ópera en París; del Starbucks cerca de l’Ópera; de robar postales en el Louvre (gracias Bárbara) y el Museo de Londres, pero de no robar en EuroDisney…
Del viaje por Bretaña con Ronan y ver unos menhires (entre otras muchísimas cosas); de las fotos en blanco y negro de “Les Colocataires”; de la Rue Jean Jaurés y sus centros comerciales; de la playa, que no me gusta mucho, pero la fui a ver, no a bañarme; del Thanksgiving que celebramos con todos los asistentes; de la Gare SNCF; del Oceanópolis que no visité; de las Rives de la Penfeld; del jardín botánico; del puente hasta Plougastel que nos hicimos andando, y de la señora tan rara de allí, aunque antes vimos a otra muy amable que además conocía Salamanca por la Universidad pero que no conocía Murcia (jejeje…); de las numerosas discusiones que tuve con Carolina, muchas por tonterías; de la muñequita de Ana María que salió en tantas fotos; del arroz al curry con verduras de Carolina; del sushi del Carrefour; de terminar una tortilla de patata en el horno, en casa de Sophie; del chili y de la arepa que nos comimos en Candem Town; de la mostaza picantísima de Dijon, del dulce de leche traído desde Chile, del pan dulce con miel, de las naranjas con miel y canela, de mis macarrones a la carbonara, y de comer casi todos los días lo mismo, arroz con pescado y salsa de soja con jengibre y miel, o pasta con tomate, picante y palitos de surimi, o verduritas con tomate y picante, o puré de patata, o arroz con carne de hamburguesa con tomate y picante, los noudles… ; del viaje a Rennes con Kate, conocer a los asistentes de otros IUFM de Bretaña y hablar en francés todo el fin de semana…
Del viaje a París con Bárbara, allí, entre otras, me acuerdo de hacer una foto al plano del cementerio Pere Lachaise porque fuimos los únicos tontos que no lo compramos en la entrada, y hacernos una foto en la tumba de Louis Blanc, y en la de un tal Lautrec (que no es el famoso que todos conocemos); del maravilloso hotel de París, de sorprenderme porque el tío del súper hotel no encontraba mi reserva y pensar que teníamos que dormir en la calle, pero luego nos dijo que en el mismo hotel había italianos (un dato que nos importó mucho), de ver aquella habitación, con chorretones en el lavabo y con un armario empotrado sin puerta en el que cabía una percha, pero de canto; al menos la puerta de dicho hotel cerraba automáticamente y teníamos unos calcetines de obrero para ducharnos; del tío de la cafetería que corría a la pastelería de enfrente para traernos croissants recientes, aunque si no lo hacía, desayunábamos un exquisito pan con mantequilla…
Del viaje a Inglaterra y tener la ducha en la misma habitación, a los pies de la cama; del autobús del aeropuerto, primer contacto con la conducción a contrario que el resto del mundo, y convirtiéndome en un español que intentaba hablar en inglés pero lo hacía en francés; de la visita a Sophie en Stoke-on-Trent, de su perro y de su encantadora familia; del “Ginger-bread man” que tuve que pedir yo; de las manifestaciones contra el CPE; de discutir con la cajera del banco dos días antes de venirme porque no me quería cancelar la cuenta; de discutir con la del abono transportes y con su bigote porque no conseguíamos entendernos; de no comprender el acento bretón y de los marineros de Brest, de los borrachos de Brest y, peor aún, de los marineros borrachos; de la cervecería irlandesa, de casa Havana, del bar australiano, de la extraña discoteca del puerto, del taxi que nos cobró cinco euros (el mínimo) por dar la vuelta a una calle; cuando me hice la cuenta, me acuerdo de explicarle a la banquera con bigote que los españoles tenemos dos apellidos y creí entenderle que los franceses solían tener dos nombres, tuvimos una pequeña clase de español y le enseñé que en español “déposer de l’argent” se dice “ingresar dinero”; de recorrer la Gare du Nord de un lado a otro mi hermana Silvia y yo hasta encontrar las taquillas y después de comprar los tickets darme cuenta de haberme equivocado de tren al ir a buscar a mis primos y tener que esperar al siguiente en la siguiente estación al aire libre pasando frío…
De la Tour Tanguy y hacer fotos dentro estando prohibido, del Château, de la place Liberté, del Hotel de Ville, de la fuente que llegaba hasta el final de la calle, del puerto militar, de la tienda típica, del “C’est deux euro” (qué vicio!); de la línea 3 de bus hasta el trabajo; de comprar un armario en CASA; de todas las visitas (la familia de Sophie, el novio de Carolina, la hermana de Ana María, una amiga de Carolina, mis primos…) y teniéndonos que esconder de la directora del College (dueña del piso) porque se suponía que no podíamos recibir visitas; de mi mesilla de mimbre que al final se quedó Pablo; de comprarme libros de “Français pour étrangers” y estudiar un poquillo, pero no mucho, que hay una parte que tengo intacta; de ver la tele con el diccionario al lado; de las empanadillas de Ana María y de la fiesta española con el mantel improvisado a modo de bandera y toda aquella comida (Carolina hizo unas tortillas exquisitas, pero lo que más rápido desapareció fue la Sangría); del enorme mapa de Francia que teníamos en el salón; de gordear comiendo chocolate con pan dulce, Nutella con galletitas saladas y snacks; del crêpe de Nutella en Trocadero, del metro de París, de que los trenes del RER tienen nombres (monté en Rona, Pepe y otros que no recuerdo)…
De perder el tren en París porque el autobús a Mont Parnasse estaba de huelga y el de la pasarela del aeropuerto no se hacía con ella así que nos tuvo una hora metidos en el avión, acto seguido un taxista me ofreció sus servicios por 70 euros (lo rechacé), menos mal que encontré a una pareja de españoles que me ayudaron a llegar a la estación de tren, en el camino el tío del autobús me rompió la maleta, una de 28 kilos de una y otra de 21 (en el metro de París no saben lo que son las escaleras automáticas), de lo cara que es la consigna en Mont Parnasse, sobre todo si sólo dejas la maleta 15 minutos, porque encontré un hotel a la vuelta de la estación que me permitió ver por primera vez la Tour Eiffel iluminada, al día siguiente desayunar en la estación de tren, solo, y con un pájaro mirando mi croissant con ojos deseosos; de descubrir que los trípodes estaban prohibidos en las iglesias; de las gárgolas de Notre Dame…
Del café de oro frente al George Pompidou (nos lo merecemos), y después acabamos en el Mac Donalds hablando y analizando las expresiones españolas; de cambiar de piso por sorpresa y tener que discutir con la directora del College porque a mí todavía me quedaba más de un mes de contrato; de acabar hablando en español con Marie-Agnès por no entendernos y que había prometido no volver a hablarme en español, para que aprendiera un poco; de fumar en la habitación y ese olor… mezclado con el incienso y las velas y el ambientador que compré; de tener que despedirme de mis visitas que me dejaban echo una braga; de recibir una llamada de mi prima desde el tren parado por la nieve nunca sabremos donde; del vodka con zumo de fresa, del juego 21, de la gelatina de vodka y fresa, de la mouse de fresa de Inglaterra, de la Crême Broulé, de pagar millones por el exceso de equipaje, y de mi ansiada vuelta a España…