miércoles, 15 de diciembre de 2010

¿Te soy sincero?... no, ahora no...

Las verdades ofenden. Alguna vez, todos hemos dicho o hemos escuchado esa frase, y muchos se han preguntado si ofenden más las verdades o las mentiras. ¿Qué preferimos entonces escuchar? Hace mucho tiempo, en una clase de gimnasia en el instituto, aprovechando la buena relación que teníamos con el profesor, unos compañeros y yo mantuvimos una conversación acerca de los rumores que corrían por el instituto sobre él. Una de mis amigas le preguntó directamente, “¿pero no te ofende?”. Dijo unas palabras que se me quedaron grabadas: “Si es mentira, no tengo por qué ofenderme, por eso precisamente, porque es mentira y no tengo que defenderme de algo que no es cierto. Y si es verdad, tampoco tengo por qué ofenderme, porque es verdad y punto”.

La teoría es muy fácil, llevarlo a la práctica es lo que más cuesta. No podemos controlar lo que nos ofende y lo que no, no podemos controlar a los que nos rodean para que digan cosas que no nos ofendan. ¿Nos cuesta aceptar las verdades? ¿sólo aceptamos lo que queremos oír? ¿es lícito, entonces, decir sólo las cosas que sabemos que nuestro interlocutor quiere oír?

Me explico. Ir de abanderados de la sinceridad no siempre es positivo. No es una virtud presumir de sinceridad. No es una virtud presumir (lo primero). No es una virtud ser sincero. Y, al mismo tiempo, tampoco es lo contrario. No es esa la cuestión, no quiero atacar a los sinceros ni a los que no lo son. En mi opinión, hemos de tener un poco de (no sé cómo llamarlo) ¿educación? ¿civismo? ¿convivencia? ¿Por qué hemos de ofender con nuestra sinceridad si podemos evitarlo con una mentira piadosa? ¿o con una omisión?

Con un ejemplo tonto. Imaginemos que me compro las zapatillas más feas del mercado, pero ese hecho, me hace feliz. Me gustan. Me sientan bien. Son cómodas. Las puedo combinar con toda mi ropa. Han sido baratas. El día que las estreno uno de mis amigos me dice que son feísimas, que qué gasto más tonto he hecho, que no me quedan bien… Esa sinceridad, en ese momento, seguro que me ofendería. ¿Qué necesidad hay de destruir las pequeñas (o tontas) ilusiones de la gente con la opinión verdadera que tenemos sobre algo? No estoy justificando una mentira, pero más fácil sería decir simplemente (nuestro idioma es muy rico) la consabida frase: “yo no me las pondría, pero están bien”. Es un juego de tonos en el mensaje. Si yo escucho esa frase después de enseñar las zapatillas que tan feliz me están haciendo, sé que a mi amigo no le gustan, pero seguiré feliz con mis zapatillas sin que mi amigo haya creado en mí el sentimiento de error que conlleva escuchar de él la más dura sinceridad.

En este caso, el hecho en sí mismo es totalmente subjetivo. Una opinión, sí (a pesar de que en algún momento pueda llegar a pensar que realmente son las zapatillas más feas del mercado). Llevándolo a otros terrenos, menos subjetivos. De verdad ¿es necesario atacar las ilusiones de la gente con la sinceridad? No creo que ser sincero signifique decir siempre lo que opinemos sin pensar en los sentimientos de quien nos está preguntando (o no) una opinión. Eso es la empatía, ponernos en el lugar de los demás. Cuando una persona nos pregunta ilusionada la opinión sobre algo que ha hecho, es para que, precisamente, nosotros, que somos sus amigos y que lo conocemos, lo apoyemos y, sí, por qué no, digamos en ese momento lo que quiere oír para no tirar por tierra todas sus ilusiones puestas en algo. Eso no es mentir, eso no es falsedad. Eso son ganas de no tocar las narices. Repito, nosotros que lo conocemos, podemos saber qué es lo que le ofende.

Aprendí hace tiempo a callarme lo que creo que puede ofender. Sobre todo cuando no me afecta directamente. Quiero decir, ¿en qué me afecta a mí que mi amigo se haya comprado las zapatillas más feas del mercado? Si sé que eso le hace feliz ¿quién soy yo para decirle que es lo peor que ha podido hacer? Me vienen a la mente un montón de situaciones vividas. Bien es cierto que todos esos ataques de sinceridad que he sufrido (sí, sufrido) se limitan a situaciones bien frívolas. ¿Es muy egoísta querer sinceridad sólo cuando la pides? Ahí es donde defiendo lo que estoy defendiendo.

Nos importa demasiado la opinión de los que nos rodean, de los que consideramos nuestros amigos y, a veces, craso error, de los que no consideramos amigos y, en ocasiones, ni siquiera conocidos. Vuelvo a la frase de mi profesor de gimnasia. Las mentiras o las verdades no tienen por qué ofender (por eso mismo, o porque son mentiras o porque son verdades) y mucho menos de gente que no comparte con nosotros el día a día. Lo que ofende son las intenciones, las maneras de decir esas mentiras o esas verdades, el tono utilizado, incluso el lenguaje. Recuerdo de nuevo la frase antes dicha: “yo no lo haría, pero…”. Con el tono adecuado, estamos siendo sinceros, estamos dando nuestra opinión, y evitamos así atacar y dañar a quien nos pregunta, que entenderá perfectamente lo que queremos decir y lo que opinamos.

El ser humano es un conjunto de necesidades, a veces no todas necesarias, y entre ellas está la de cambiar todo lo que nos rodea, con nuestras opiniones sobre las cosas, con la subjetividad que prima en todo. Pero esa idea, la de cambiar, no debe atacar la necesidad de cambio de nuestros iguales (somos todos personas). No debe atacar la libertad de elección de nadie. Y si no, ¿por qué existe la frase “vive y deja vivir”?

miércoles, 24 de noviembre de 2010

CHISSSSSSST… CALLA…

Dice un proverbio hindú que cuando hables, procures que tus palabras sean mejor que el silencio. Tiene razón. Antes de decir tonterías, es mejor permanecer callado. En eso estoy de acuerdo (sobre todo en ciertos ámbitos). Pero no, tampoco voy a entrar a discutir, no voy a debatir ahora quien debería callarse, quien debería mantener la boca cerrada, y quien no… En realidad sólo quiero hablar de mis propias experiencias.

Me han mandado callar muchas veces y por muchas razones. De hecho, hace poco, después de una discusión acalorada, y de sacar el tema millones de veces (casi hasta la saciedad), se para uno a pensar en las razones. Cuando pienso en las veces que me han dicho la frase del título de esta nota, no puedo evitar acordarme de gente a mi alrededor que me la dice porque está viendo algo en la televisión, porque está intentando acordarse de algo, porque está concentrado pensando, porque está hablando por teléfono, porque estoy interrumpiendo…

Es algo propio del carácter español, creo. No callarnos cuando debemos callarnos. Me refiero a esas circunstancias en concreto. Pero otras veces me han obligado a callarme. Sí. Recuerdo las primeras veces que yo trabajé como profesor de español para extranjeros. Daba clases a adolescentes de otros países y, antes de empezar, se me insinuó que había ciertos temas prohibidos en clase. A saber: religión, sexo y política.

Tiempo después, en el mismo trabajo, me encuentro en el libro de clase un texto que hablaba sobre los temas tabú. Me enfrentaba a un público de diferentes nacionalidades, de diferentes países, de diferentes culturas, así que la experiencia fue muy enriquecedora. Aprendí de qué temas se podía hablar en otros países, en qué ámbitos estaba permitido hablar de esto o de lo otro. En todos los países, absolutamente en todos, esos temas tabú que proponía aquel texto se relajaban en los ambientes más cercanos. Quiero decir, con tu jefe no puedes hablar de política, en cambio con tu familia sí. Con tu familia no puedes hablar de sexo, pero con tus amigos sí. Con las personas que acabas de conocer no puedes hablar de religión, pero con tus amigos sí… o no… depende…

Yo pensaba que vivía en un país libre, con un derecho a la libertad de opinión y de expresión recogido en nuestra Constitución. Incluso está recogido en la Declaración de los Derechos Humanos:

Artículo 18: Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia.

Artículo 19: Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.

He oído millones de veces la manida frase: se puede opinar y expresar todo lo que quieras, pero sin faltar al respeto… (y no volveré a criticar la maravillosa frase “respeto tu opinión”). Pero, ¿quién marca esa falta de respeto? (el límite está marcado por la ley en muchos casos, muchas barbaridades están tipificadas como delito, incluso el simple hecho de verbalizarlas, no se pueden decir ciertas cosas, recuerdo ahora el caso de Dragó o el caso de Sostres, así, más recientes). Quiero decir, conocer esos límites es difícil, incluso en nuestros círculos más cercanos. Siempre podemos llevarnos alguna sorpresa, cuando, pienso, no debería ser así.

Hace poco tiempo mantuve una conversación sobre política (en la que, cómo no, apareció levemente también el tema religión). Las tres personas que hablábamos estábamos encantados con el tema. Pero amigos nuestros, a nuestro alrededor nos mandaban callar y cambiar de tema. Por varias razones, eso sí, una, porque era un tema que no les apetecía tratar, y dos, porque estábamos dando una extraña imagen delante de gente que no conocíamos y “que se podían sentir ofendidos”. ¿Por qué? ¿Que yo hable de política o de religión, es decir, que yo tenga ciertas ideas, puede ofender a alguien? Repito, ¿es que no tengo yo derecho a pensar libremente lo que me dé la gana sobre ciertos temas?

Todavía no lo entendido. Después de aquella conversación (o discusión, como a nosotros tres nos gustaba llamarla) hemos sacado el tema nuevamente otras tantas veces. Y, después de los intentos de explicación, sigo sin entenderlo. Sobre todo porque ese intento de hacerme “entrar en razón” no tenía sentido, y no porque me crea en posesión de la razón, sino porque me parece obvio que soy libre de pensar y expresar lo que quiera. ¿Me ofende a mí que personas a mi alrededor hablen de otros temas que no me interesan? No me gusta el fútbol, si dos amigos míos hablan sobre fútbol ¿me están atacando? Estoy en paro, si estoy en una cafetería y en la mesa de al lado hablan sobre su trabajo ¿he de salir del bar ofendido? ¿Tengo que callarme yo porque puedo ofender hablando de política, pero tengo que escucharte a ti hablando de un tema que no sabes si me ofende a mí? Propongo hacer una lista de los temas que pueden ofender, a modo de referéndum, que todos podamos votar los temas con los que nos sentimos ofendidos y prohibirlos en cualquier conversación de cualquier ámbito.

Sí, hablar de política es discutir seguro. Por eso me gusta hablar de política con gente que no piensa lo mismo que yo. Yo intento convencerte con mis argumentos, tú intentas convencerme con los tuyos, pero ni yo te convenceré, ni tú me convencerás. Pero sé con quien puedo hablar de política y con quien no. Y aún así, incluso con las personas con las que no hablo de este tema, jamás me enfadaría. Un derecho que reclamo para mí, no se lo puedo negar a los demás. Pero el tema en concreto, no puedo entender (y creo que jamás lo comprenderé) por qué es tabú. Por qué este sí y el fútbol no. Por qué este sí y el criticar a amigos (o no tan amigos) no. Por qué este sí y el hablar de las condiciones de mi último trabajo no (cuando con ese tema yo sí que me siento ofendido).

Conclusión: quiero vivir en una sociedad que reconozca mis derechos (y los de todos) y que todos los respeten, pensé que lo hacía, pero me he sentido decepcionado al descubrir que es toda una utopía.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

El maravilloso mundo del "español para extranjeros"

Es jueves. Llego a la escuela a las nueve y media de la mañana. La directora me presenta a la jefa de estudios, ella me va a explicar el funcionamiento de algunas cosas dentro de la escuela antes de entrar de oyente a alguna clase.

Vamos a la sala de profesores, antes de entrar hay un pequeño pasillo con un tablón de anuncios en la pared, frente a una estantería cerrada con puertas de cristal que dejan ver libros, cuadernos, películas y otro material. La jefa de estudios llamó mi atención sobre el tablón de anuncios, en el que colgaba el horario de la siguiente semana, divido en dos. Por una parte una hoja en la que aparecía el nombre de todos los profesores y las clases en las que estaba cada uno en todas las horas del día. Una vez localizado tu nombre, se buscaba en la parte de arriba la clase en la que se supone ibas a estar, comprobabas el número de alumnos, el nivel con el que terminaban la semana y con el que se supone que empezaban la siguiente semana (siempre había alguna excepción, que comprendería con el tiempo: una flecha al lado de la lección del libro significaba que no estaba acabada, totalmente en blanco es que todavía no estaban nivelados, un número diferente al resto era una asignatura especial…).

Entramos en la sala, pequeña, sin ventana. Ocupada por una gran mesa rodeada de sillas. Las paredes estaban cubiertas por estanterías con libros, radiocassettes, juegos de mesa, cajas grandes que escondían más material… Bajo las estanterías, destacaban los cajones, con el nombre de los profesores y alguno de ellos decorado con fotos u otras cosas. Me senté, y la jefa de estudios se fue a la pizarra. Me explicó el horario. Tres horarios, el de mañana, de nueve a diez y media la primera clase, una pausa de treinta minutos y la segunda clase de once a doce y media. El del mediodía: una sola clase (llamada “superintensivo”) de una y cuarenta a tres y veinte. Y el de la tarde: de tres y media a cinco la primera clase, una pausa de treinta minutos y la segunda de cinco y media a siete. A mí, en mi primera semana de trabajo, me tocaba trabajar en el horario de mañana y en el de tarde.

Después de un rato, y de alguna explicación más, me dejó un rato libre. Cogí un café en la máquina (no muy bueno) y me fui a fumar un cigarro a la puerta. Al cabo de un rato vino la directora a decirme que entraba de oyente a una clase, después vería un superintensivo y después otra clase. Eso hice en todo el día, comí rápido en la sala de profesores (de doce y media a una y cuarenta) y vi a algunas compañeras dar clase.

El viernes fui a las nueve y media también. Me reuní con la jefa de estudios. Esta vez me explicó el material. Para cada nivel (excepto para el tres, que tenía un libro diferente) había dos libros: el libro de Espasa y el libro de recursos. El libro de Espasa estaba divido en dos partes, para los dos profesores que compartían el mismo grupo, y estaba lleno de anotaciones, remisiones a ejercicios del libro de recursos y remisiones a otros ejercicios extras (como juegos o fotocopias del fichero gris). En la media hora entre clase y clase lo normal era contar a tu colega de grupo lo que habías hecho en tu clase, y escuchar lo que otro compañero te contaba del otro grupo que compartías, y preparar la clase.

El fichero tenía cuatro cajones. El de arriba, exámenes. El de abajo, información de las visitas y actividades. El segundo, material extra para las clases de la mañana y la tarde, dividido en lecciones. En principio siempre iba a tener copias suficientes para todos. El tercer cajón, material extra para las clases del mediodía. No se podía usar nada más que eso. Si tenías alguna idea en la que necesitases algún material diferente, había que comunicarlo antes a jefatura de estudios. No hacer fotocopias de material de fuera (sin el membrete de la academia). Evitar pisar ejercicios a tu compañero. No repetir ejercicios que ya había hecho tu compañero. Esto es un trabajo especializado.

Vino la encargada de actividades. Me tocaba escuchar esa explicación. Había diferentes actividades, la copa de bienvenida los lunes (si aparecía tu nombre cobrabas, si no, y querías ir, no cobrabas), clases de cultura (de cuarenta y cinco minutos) lunes, martes, miércoles y viernes, visitas a diferentes museos de Madrid los miércoles, actividad de noche los jueves (fiesta, karaoke, espectáculo de flamenco, paella, tapas…) y excursiones los sábados. Lo normal es que hicieses una excursión cada dos meses. En el resto de actividades, dependía de las necesidades de cada momento. Pero, por lo general, antes de empezar cada mes aparecía en el tablón de anuncios las actividades de todo el mes con los profesores responsables (y suplentes).

De nuevo, un rato libre, café malo de la máquina y cigarro en la puerta. De nuevo, la directora me avisó de que iba a ver más clases. Otras tres. El lunes empezaba, a las nueve de la mañana, sin grupo, sino haciendo exámenes de nivel.

El lunes, llegué a la escuela a las ocho y media (me acostumbraría a esa hora, para preparar alguna cosilla de última hora, para un café y un cigarro antes de entrar). Me explicaron cómo se hacían los exámenes. Mientras los alumnos nuevos hacían la parte escrita, yo iba sacando uno a uno (de los de la lista que me habían dado previamente) para hacerles el oral y nivelarlos. Algunos hablaban bien, otros no entendían nada, otros un poquito.

A las diez y media ya había acabado, incluso la corrección de la parte escrita. Fui a la sala. Abrumadora. Pequeña. Sin ventana. Ocupada al setenta por ciento por una mesa, rodeada de sillas, cubierta de fotocopias que no se necesitaban, de libros de Espasa con nuestros nombres, por radiocassettes que no llegaban nunca a su sitio, unos con la tapa abierta mientras se buscaba el cedé en el cajón, otros con un estuche o cuaderno encima (señal de que estaba ocupado), otros en las manos de alguien que preguntaba “¿Es de alguien?”. Al mismo tiempo, alguien estaba sentado en un taburete con el fichero abierto, buscando alguna fotocopia, al rato levantaba la cabeza para preguntar en qué lección estaba tal ejercicio (siempre habría alguien que lo recordara y se supiera el orden del fichero al dedillo) y después de encontrarlo, echarle un vistazo y sentirse desilusionado, acabar por preguntar que cómo practicaban tal cuestión gramatical. Al lado, dos profesores se contaban lo que habían hecho en clase, qué habían practicado, hasta dónde habían llegado… Aquella sala era un caos en todos los sentidos.

Después, mi primera clase. Después la pausa para comer. Después otra clase. Y la última. A las siete, copa de bienvenida, en el bar de al lado. Hablando con los alumnos, atendiendo a las necesidades de unos y de otros. Intentando mediar para que encontraran amigos. Preguntando a muchos por su primer día. Lo notaba, me atacaba la afonía.

El martes llegué al trabajo más cansado que nunca. La copa duró más de lo que luego descubriría que era lo normal. Entré en mi clase de las nueve. En el primer “descanso” subió el responsable del departamento de Recursos Humanos, me decía que a las doce y media bajara a su despacho, para firmar el contrato.

A las doce y media me enfrenté al contrato. Las horas estaban divididas en lecciones. Cada lección eran cuarenta y cinco minutos de trabajo. Cada clase constaba de dos lecciones. La lección se cobraba a tanto (significaba que los descansos no se cobraban). Mi primer contrato era de cuatro lecciones al día, yo que estaba haciendo más, las apuntaría, y esas lecciones extras las cobraría al mes siguiente o con una ampliación del contrato o con días libres para perderlas. Estaba firmando un contrato de exclusividad y además aceptaba que yo estaba disponible a jornada completa para ellos.

Terminó el martes. El miércoles llegué como siempre, después de mi primera clase, me entero de que el horario de los miércoles cambia por la actividad. La segunda clase empieza quince minutos antes, pero termina media hora antes. A las doce, entonces, me obligan a ir de oyente a una visita al Museo del Prado. Voy. Llego a la escuela para comer rápido, a las tres y media tengo otra clase. Termina el miércoles.

El jueves, llego, doy mis dos clases de la mañana. Aparece el horario de la siguiente semana. Ha cambiado todo mi horario. La siguiente semana trabajo al mediodía y la tarde. Y los grupos son otros. Ahora que ya me había acostumbrado. Me entero también de que el jueves hay que darles a los alumnos unos panfletos para que rellenen con su opinión, entre ellas su opinión sobre cuatro puntos de los profesores: comunicación con el alumno, preparación de las clases, capacidad didáctica y puntualidad. Bajas y altas puntuaciones, no entiendo mucho, pero la directora nos advierte de que no las miremos, porque si vemos la puntuación de un compañero, a lo mejor no es bueno. Termina el jueves. A las nueve hay fiesta de la escuela en un bar de la Latina. Voy.

Hablar con alumnos, escuchar quejas de unos y de otros, despedidas, mediar de nuevo para que tal alumno no se sienta excluido, hablar con otros alumnos, esta habla muy bien, este no entiende nada… La fiesta se alarga, el viernes será duro.

En las clases de la mañana del viernes no hay muchos alumnos, y los que han ido tienen resaca y pocas ganas de trabajar. Me cuesta levantar la clase. A mediodía me entero de la existencia de películas, y que podemos ponerlas, pero sin abusar ni poner todos los viernes. Yo no puedo, mis alumnos de la tarde han terminado el nivel, tienen examen, en la primera clase.

Hago el examen, en mi otro grupo lo hace la otra profesora. En la pausa tenemos que corregirlos. Tienen que estar corregidos los dieciocho para la siguiente clase. No hay descanso, no hay tiempo de preparar la siguiente clase. Corrección y algún juego. No sale muy bien. Se aburren. Me entero de que tengo que ir a la excursión el sábado, soy suplente, y se han apuntado muchos alumnos. A Segovia. Termina el viernes.

El sábado, a las nueve de la mañana hay que estar en el Hotel Wellington. Allí estoy. Esperando a algunos que llegan tarde. Otros llegan con resaca, oliendo a alcohol. Veo caras animadas entre la mayoría desanimadas y con ganas de dormir en el autobús. Llegamos a Segovia, quince minutos para el baño. Unos entran, otros salen, no terminamos nunca. Explicación de la ciudad. Paseo bajo el sol. Noto que no me escuchan muchos, se entretienen más en las fotos y en las tiendas de regalos. En cada parada contar los alumnos, no puedo perder ninguno. Discusión con los guías del Alcázar. Espero. Espero más. Espero más. La visita es eterna. Tiempo libre para comer.

De vuelta a Madrid por la tarde, el silencio invade el autobús. Estamos todos cansados. Llego a mi casa a las seis y media de la tarde, y sólo tengo el domingo para descansar. Me he pasado toda la semana hablando, no tengo ganas de mediar palabra.

El día de cobrar me entra una depresión. He trabajado casi todos los días desde las nueve de la mañana hasta las siete de la tarde. He hecho visitas por Madrid, he hecho excursiones por otras ciudades que no conocía. He ido a la fiesta y a la copa. He dado alguna clase de cultura. No he faltado ningún día. No he disfrutado de mis descansos (esos que no cobro) porque tenía que preparar clases, hablar con mis compañeros, corregir exámenes… No he disfrutado de un horario normal, cada semana cambiaba, me cambiaban los grupos. Mi primer sueldo es de 451,78€.

Meses después se me avisa de la finalización de mi contrato, no me hacen otro porque por ley me tendrían que hacer fijo, y ahora no es una buena época para ello. Tengo tantas lecciones acumuladas, y días libres generados por trabajar en días festivos, y días de mis vacaciones que no pude coger porque había muchos alumnos y pocos profesores, y tengo que cobrar las actividades extras de dos meses (ya que las cobrábamos a mes vencido), he perdido el plus de asistencia por tener que ir al médico (no sirvió de mucho el justificante), según mis ampliaciones me corresponde esto de finiquito…

Tiempo después voy al paro. Estuve trabajando en estas condiciones desde el verano de 2004 (intermitentemente, siempre con contratos de media jornada, aún trabajándola completa, y en esta empresa de Madrid, en concreto, dos semanas en octubre de 2007, desde enero a octubre en 2008 y de enero a agosto en 2009), estamos en septiembre de 2009, me corresponde un paro de cuatro meses y la cuantía mínima. Horas después, recibo la llamada de una compañera de trabajo, han hecho fijos a algunos de mis compañeros.

martes, 9 de noviembre de 2010

Política lingüística contra orgullo español

La nueva ortografía que la RAE, junto con las Academias americanas, está a punto de publicar, ya ha levantado controversias. Ni siquiera se ha acordado cuál será el texto final de la misma, a la espera estamos todavía del consenso de las academias en las próximas reuniones pendientes, pero ya ha hecho correr ríos de tinta.

Sin duda, lo que más ha despertado el orgullo español ha sido el cambio de nombre de la “y”. Sí, como filólogo (amante de las palabras) sigo las “doctrinas” de la Real Academia, pero hay cosas que difícilmente van a conseguir cambiar. Quiero decir, ahora, después de tantos años, me será difícil llamar ye a una letra a la que he llamado toda mi vida i griega. Pero, supongo, que en Hispanoamérica les pasará lo mismo con el nombre de la “v”. En muchos países americanos, se llama a esta letra be corta o be baja (de hecho, les sorprende oír a los españoles hablando de “deuvedé”, palabra que ni siquiera recoge el diccionario de la RAE en la vigésimo segunda edición, sino sólo las siglas DVD).

Pero, ¿qué nos importa el nombre de las letras? ¿De verdad es un cambio tan importante como para discutir tanto sobre el tema? Personalmente estoy más preocupado por otros cambios. Por otros cambios más significativos. A saber:

- “Solo” y “sólo”. Hasta ahora, estas dos palabras se diferenciaban entre sí por la llamada tilde diacrítica. La acentuada es un adverbio, correspondiente a “solamente”, y la no acentuada es un adjetivo (con género y número). La nueva ortografía elimina esa diferencia, aduciendo que por el contexto es muy difícil confundirlas. ¿Seguro? Se me ocurren muchos ejemplos en los que sí hay confusión, y en los que, una vez dicha la frase, tendrían lugar unas cuantas preguntas por parte del oyente. Voy solo al cine vs. Voy sólo al cine. Por suerte, la Academia es un poco flexible en ese aspecto, y no “condenará” (como si de un tribunal se tratase) este uso.

- Los demostrativos. Para diferenciar adjetivos de pronombres se venía acentuando estos últimos. Personalmente, dejé de acentuarlos hace mucho. Aquí sí que no hay posibilidad de confusión, al menos eso entiendo yo, porque ya sean adjetivos o pronombres, siguen siendo demostrativos en todos los casos.

- Los diptongos, los hiatos y los monosílabos. Sí, de acuerdo, los monosílabos nunca van acentuados (excepto aquellos con tilde diacrítica para diferenciarlos de otras palabras). Pero los que tienen un hiato, o los que pretendían romper el diptongo con un hiato acentuado, ahora ya no van a ir acentuados. Me explico, las palabras guion, hui, riais o truhan, por ejemplo, según la RAE son diptongos en toda regla, así que, no hay que acentuarlos ya que se trata de monosílabos. Sin quererlo, he pronunciado mentalmente estas palabras como si fueran bisílabas, es decir, rompiendo el diptongo (y la ortografía de Word me las ha subrayado señalando un error). En esto, la Real Academia parece ser menos flexible.

- La tilde diacrítica de la conjunción “o” desaparece entre números. Se acentuaba nada más para diferenciarla del cero.

- La eliminación de la “ch” y la “ll” de nuestro abecedario. Algo en lo que se hace ahora hincapié cuando ya se reformó hace tiempo, incluyendo ambas en el orden normal dentro de la “c” y la “l” respectivamente.

- La españolización. Verdaderamente, este es el cambio que más me preocupa. Ya sorprendió en su momento la aparición de güisqui en el diccionario, aunque sí aceptamos ya chófer o chofer. Pero no me refiero sólo a la españolización del léxico de otros idiomas contemporáneos, sino a la de los términos del latín y del griego. Esos que hoy día se consideran palabras cultas. Puedo estar más o menos de acuerdo en los que son de uso más común (currículo –con tilde y terminado en -o–, ídem –con tilde–, déficit –con tilde–, in fraganti –cuya forma latina es in flagranti– entre otras), pero me parece un poco estúpido los que son menos usados, o los que están restringidos a ciertos vocabularios técnicos o especializados. En ellos es donde se debería mantener la esencia de nuestra lengua madre. Supongo que esto es resultado de una normalización de todas las palabras cultas que, procedentes del latín y del griego, se mantienen en nuestra lengua, pero a este paso nos quedamos sin cultimos puros (con lo que gustan estos a los intelectuales y a los más pedantes)

Este último cambio, y el del nombre de la “y” (yo, personalmente, y por costumbre, seguiré llamándola “i griega”, la RAE me lo va a permitir), chocan directamente con lo que muchos, sabiamente, llaman el “orgullo español”. Nos negamos a cualquier política lingüística que cambie las costumbres, los usos, en defensa muchas veces de algo que no es exclusivo de España. De los más de 450 millones de habitantes del mundo que hablan español (siendo como es la segunda lengua más hablada en el mundo por número de personas que la tienen como lengua materna) es España el tercer país en el ranking –anglicismo no españolizado–, debemos, pues, ceder un poquito (es un poquito) a favor de todos aquellos países que desde el otro lado del Atlántico enriquecen una lengua que sí, nació aquí, pero que impusimos y que ahora defendemos como si de una afrenta a nuestro orgullo se tratase. Repito, es una lengua que compartimos, hablamos la misma lengua, con muchas variantes y variedades, eso sí, pero la misma lengua al fin y al cabo (con ello expreso mi rechazo a la inclusión de palabras que no son necesarias, producto del fenómeno spanglish en el más estricto sentido, por ejemplo, culpabilizar por culpar, inicializar por inciar y, la peor, influenciar por influir). En fin, esperemos de todos modos a la publicación de la nueva ortografía, a ver si este tema se convierte en un asunto de estado.

viernes, 5 de noviembre de 2010

El silencio está sobrevalorado

Hacía mucho tiempo que no me prodigaba por aquí, ya había dicho que paso más tiempo en Facebook.

Los últimos acontecimientos en España han despertado mi "yo político". Lo tenía, pero estaba escondido en alguna parte, intimidado quizá, o asustado más bien, por la situación que se vive hoy día, en pleno siglo XXI (atentos, porque haré mención más de una vez al siglo en el que estamos, aunque sea implícitamente). No es un resumen de la política, ni mucho menos, es sólo un paseo por los hechos que me han llamado la atención y no puedo obviar.

Lo que me resulta difícil es empezar, empezar a criticar (desde mi punto de vista, siempre, haciendo uso de mi libertad de pensamiento y de expresión, claro está, que para eso están recogidos en nuestra constitución). Hablando de libertad de expresión, no puedo evitar acordarme del 12 de octubre de 2010. Aquel abucheo a Zapatero en un acto que se suponía solemne. Aquel abucheo que grandes amigos de la democracia defendían como se defiende la libertad de expresión. Aquel abucheo que entiendo fuera de lugar, faltando al respeto no a la libertad de expresión ni a la democracia, sino a familias que lo que querían era honrar a sus familiares en un acto público que se hace todos los años, en honor, entiendo, del valor y las virtudes de unas personas que defienden derechos desde "el otro lado".

Oí y leí en varios lugares que "España había hablado", y le había demostrado al gobierno actual qué es lo que pensaba realmente. Pero para eso mismo se hizo la huelga general, ¿no?. De nuevo, haciendo uso de uno de nuestros derechos inalienables, la libertad de reunión y de huelga, España habló. Perdonen que me sonría. Quise seguir un poco el momento histórico que atravesaba España el 29 de septiembre. Una huelga general que ya hacía mucho que no se hacía. Una huelga que había sido un éxito según los sindicatos, o un fracaso según otras fuerzas políticas, o de nuevo un gran éxito para la oposición. Vamos a ver, se hacía la huelga no contra el gobierno de Zapatero, sino contra una de sus medidas. Falta de coherencia. Queremos cambios, queremos soluciones a la crisis. Encuentran una, sí, difícil, pero lógica al fin y al cabo. Puedo estar más o menos de acuerdo con esta solución (drástica), pero entiendo que es un movimiento necesario por parte del gobierno.

Como decía, puedo estar más o menos de acuerdo con la solución en concreto. Pero con lo que no estuve de acuerdo fue con la obligación (como tampoco estoy de acuerdo con las prohibiciones, pero ese es otro tema) de hacer huelga. Me explico. Los piquetes informativos, que lo que tenían que hacer era informar, obligaban a muchos a hacer huelga, abanderando sin el consentimiento de nadie, la defensa a aquel derecho al que antes hacía mención yo mismo. El derecho a reunión y huelga. Eso es, un derecho, repito, no un deber. Que haga huelga aquel que quiera hacerla, y que vaya a trabajar aquel que quiera ir. El presunto éxito del parón se debió, más que nada, al miedo a los piquetes. Muchos eran los que no iban a trabajar por evitarlos, otros tardaron un poquito más, por la acción de estos, pero finalmente trabajaron. De nuevo, me lo pregunto, ¿no es un poco "falta de coherencia"?

Se piden cambios al gobierno. Está claro que no todos pueden estar contentos. Digámoslo, pero siempre desde el respeto. Sí, ahora me he acordado de las declaraciones del alcalde de Valladolid. Está bien, un cambio en las filas del gobierno no responde a una política económica (¿o sí? recuerdo que se han suprimido dos ministerios), pero es un cambio. Renovarse o morir, se dice. Pues bien, el poner a Leire Pajín a la cabeza del Ministerio de Sanidad, Política Social e Igualdad, este hecho, suscitó la perspicacia de Javier León de la Riva, y nos regaló (no por primera vez) unas maravillosas palabras y comentarios machistas totalmente fuera de lugar. No es sólo eso lo que me preocupa, sino que además en las filas del PP (y en la cabeza) se intentara quitar hierro al asunto. Y más después de las supuestas disculpas de este señor (que volvió a regalarnos unos maravillosos comentarios). Y encima, el alcalde de Valladolid, intenta llevar a la política algo cotidiano: el chantaje emocional. Se nos hace el ofendido porque la ministra González Sinde decide no ir al festival de cine en Valladolid, y nos dice que es una afrenta a los pucelanos. No, señor, no entiende usted la ironía de la situación. La ministra de Cultura intenta demostrar a todos el desacuerdo con sus (vergonzosas) palabras, e intenta, creo, ofenderle sólo a usted, no intente darle la vuelta a la tortilla.

Pero no es la única vez que el PP hace oídos sordos a ciertos comentarios que se hacen públicamente. Me refiero ahora al último capítulo de un grande de las letras (estoy siendo irónico, por favor), Sánchez Dragó. Orgulloso de haber mantenido relaciones sexuales con dos niñas de 13 años en Japón. Nos enteramos, además, que no es la primera vez que lo cuenta. Inmediatamente sale en su defensa la señora Aguirre, hablándonos de la literatura, de nuevo en un intento de darle la vuelta a la tortilla, hablando de censura, de represión, de "quema de libros"... Estamos en el siglo XXI, nadie pretende censurar a este señor. Lo único que se pretende es que este señor sea castigado por un hecho delictivo, y siendo un poco coherentes (de nuevo, una referencia a la incoherencia del PP): un pederasta no puede trabajar en una televisión pública, un pederasta no puede ser apoyado por un partido que defiende a la familia tradicional y a la vida (supuestamente la ley de matrimonios homosexuales y la ley del aborto, son un ataque frontal contra estas dos premisas), un pederasta no puede ganar dinero contando sus "aventuras sexuales"...

Lo último que he oído es que algunas librerías ya han retirado su libro (BIEN), en otros lugares se elimina su nombre de plazas y calles (BIEN), hay un movimiento en Facebook para pedir la retirada de su libro a la editorial Planeta (BIEN). Al mismo tiempo he leído que algunos intelectuales del país firman un manifiesto de apoyo a Dragó. Me sorprende, de verdad, ¿en defensa de la cultura tenemos que defender también hechos como el que protagonizó este señor? perdónenme, señores intelectuales, en nombre de otros se produjeron muchas atrocidades en nuestro país a lo largo de toda nuestra historia (aún siendo exagerado el paralelismo no puedo evitar hacerlo).

Y sí, esto me lleva a lo último. La que se está liando en internet con la visita del Papa. Movimientos que, mayoritariamente, apoyo. No hace mucho leí un artículo en un periódico que hablaba del dinero público que este tipo de actos pueden llegar a costar, y una amiga me comentaba (muy sabiamente) que el trato debería ser el siguiente: "yo no iré a rezar a tu iglesia y tú no pagarás con mis impuestos a tus mandatarios morales. Que paguen los interesados." Exactamente, en época de crisis me parece de vergüenza el dinero que se gasta para recibir al mandatario de la iglesia católica, máxime cuando el recibimiento lo hace un país cuya Constitución declara ser ACONFESIONAL.

El Papa es el jefe de un Estado que basa su personalidad jurídica únicamente en el derecho canónico, un derecho presente sólo en los estados confesionales. España, estado aconfesional según su Constitución (repito) recibe a los jefes de otros estados en base a unos intereses internacionales comunes, obviando en todos los casos la religión de los mismos (sean o no sean confesionales). Por ejemplo, a la Reina de Inglaterra se la recibiría en España no como la cabeza de la iglesia anglicana, sino como la Jefa del Estado, y en ningún caso se subvencionaría con dinero público su visita (ni mucho menos su participación en una "Jornada Mundial de la Juventud"). Bien es verdad, el Estado que subvenciona una iniciativa privada lo hará, quizá, porque supone unos ingresos y unos aspectos positivos para una economía resentida. Pero, entonces ¿deberíamos aceptar la financiación con dinero público de cualquier iniciativa privada? creo que una iniciativa que choca directamente con un principio constitucional no debería ser financiada con dinero público.

Y no sólo eso. Recibir a un mandatario moral no sólo choca contra el principio constitucional. Estamos hablando de la iglesia católica. ¿Es necesario que haga un recorrido por la historia de la iglesia católica? me limitaré a lo último. Esta iglesia se opone a los matrimonios homosexuales, deberíamos recordarle que vienen a un país en donde es LEGAL. Esta iglesia rechaza el uso del preservativo, deberíamos recordarle que España promueve el uso del preservativo como medida preventiva ante enfermedades de trasmisión sexual. Esta iglesia defiende el derecho a la vida oponiéndose a cualquier legislación sobre el aborto, ¿deberíamos recordarle que con la pederastia no se hace ninguna defensa de la vida?... entre otras cosas.

Tengo que hacer una referencia más a la incoherencia. A esta necesidad del partido de la oposición por llevar siempre la contraria (parece que se han tomado al pie de la letra eso de "oposición"). Primero, inquietantes son las declaraciones de Mariano Rajoy, queriendo eliminar derechos, afirmando que eliminaría la ley de matrimonios entre personas del mismo sexo de llegar al poder y obviando la decisión del Tribunal Constitucional. Yéndonos un poquito más atrás, ¿pero en qué siglo vivimos si a alguien se le pasa por la cabeza declarar inconstitucional una ley que reconoce derechos que le estaban negados a un colectivo? Me remito a la constitución, nada más.

Artículo 32.1: El hombre y la mujer tienen derecho a contraer matrimonio con plena igualdad jurídica.

No encuentro por ningún lado que tenga que ser entre ellos, además, no dice nada de su condición sexual ni de sus gustos ni nada, ¿por qué no se dice que sólo se podrán casar aquellos a los que les guste el chocolate? Esa extraña consigna del foro de la familia: "la palabra 'matrimonio' viene del latín mater, que significa 'madre' y hace referencia al fin último del matrimonio, el de procrear" (esto significa que los estériles no podrán casarse). Muy buen argumento, lo rebato: la palabra 'patrimonio' viene del latín pater, que significa 'padre' y hace referencia a los bienes y propiedades de una persona, que al parecer tiene que ser padre. La iglesia, propietaria de un inmeso patrimonio cultural (sólo hay que visitar el Vaticano, la caja registradora más grande del mundo), es padre de...

Y otra más: la palabra 'iglesia' viene del latín ecclesia, y esta del griego ἐκκλησία, que significaba originariamente en la antigua grecia 'asamblea'. Esta palabra contiene el prefijo ἐκ- ('fuera') y la raíz κλή- ('llamada'). Es entonces que esta palabra significaría originariamente 'llamada afuera' con el motivo de reunir a gente de una comunidad. Precisamente eso es lo que no hace la iglesia, con estas cosas están 'llamando afuera', pero para alejarnos de ellos.

Otro artículo de la constitución, artículo 32.2: La ley regulará las formas de matrimonio, la edad y capacidad para contraerlo, los derechos y deberes de los cónyuges, las causas de separación y disolución y sus efectos.

Exacto, la ley regulará las formas de matrimonio. Dos cositas, una, que hay una ley que lo regula; y dos, acepta que hay diferentes formas de matrimonio. ¿Dónde, pues, está la presunta inconstitucionalidad? ¿No se da cuenta el PP de la incoherencia de sus argumentos?

Asociaciones de gays y lesbianas en las filas del PP han pedido explicaciones a esas palabras de Rajoy. Y la última reacción, la de Shangay Lily, que al grito de "BASTA YA DE HOMOFOBIA EN EL PP", se enfrenta así a un sonriente Mariano Rajoy que no pretende sino, de nuevo, obviar lo que verdaderamente se piensa en la calle. (Señora Esperanza Aguirre, esto es libertad de expresión, ¿no?)

Termino como empezaba. Nos interesan algunos derechos pero sólo si nos favorecen. Nos interesa hablar sólo si nos favorece. Nos interesa callar sólo si nos favorece. Debemos defender siempre nuestros derechos, debemos hablar si estamos en contra, pero, a veces, para decir tonterías, es mejor callar, apelando a nuestro derecho a opinar. ("No, no respeto tu opinión, te respeto a ti, pero lo que estás diciendo es una absoluta gilipollez")

martes, 3 de agosto de 2010

Síndrome postvacacional

Siempre nos pasa, al menos a mí, después de una temporadita fuera de casa, o incluso en mi casa pero con visita, cuando se acaba, tenemos una extraña sensación, una pequeña depresión que muchos se han empeñado en llamarlo síndrome postvacacional. Creo, y por mi experiencia lo digo, que hay muchos tipos de ese síndrome y todo relacionado con cómo intentamos sobrellevarlo, y a la vez, por el tipo de visita (ya sea fuera o dentro de casa) es la que "sufrimos".

Quiero decir, las vacaciones están relacionadas con el descanso, con el descanso del trabajo. Pero yo, que estoy en paro, ya he sufrido varios de esos síndromes este año, y no por descansar del trabajo. Me explico. Antes vivía en Madrid, me volví a casa de mis padres porque me quedé en paro y porque quería estudiar unas oposiciones. Pero eso no ha impedido que este sea el año que más he viajado, que más visitas he hecho, que más tiempo he perdido (ejem). Dejé en Madrid a muchos amigos, dejé en Madrid muchísimas vivencias. Así que cada vez que he podido, he hecho una escapadita a ver a la gente, a salir de fiesta, a recordar viejos momentos. Y cada vez que volvía a casa, pasaba dos o tres días sin levantar cabeza.

También este año he aprovechado a visitar Valencia y sus fiestas. Una de mis compañeras se fue allí a vivir, así que otros tantos aprovechamos y le hicimos una visita en marzo. Sólo fueron cuatro días, pero lo pasamos muy bien, no hubo ni un momento de silencio, las risas se oían hasta en el otro lado de la península, bebímos, salimos, disfrutamos de las Fallas... recordamos, nos puteamos, revivimos otros momentos... en fin, lo pasamos muy bien. Por ello mismo, cuando volví a casa, pasando por Madrid unos días, el síndrome duró una semana.

Por fin hice una escapadita de un fin de semana con mis amigos de toda la vida. Para ver a otra amiga que se mudó a Valdepeñas hace tiempo. Hicimos cosas que antes no habíamos hecho (como una visita a una bodega, con cata de vinos y todo), recordamos viejos momentos y se los contamos a los que no los habían vivido con nosotros... pero, sobre todo, creamos nuevos momentos que ahora recordamos cada vez que nos juntamos. De nuevo en casa, el síndrome reapareció.

En mayo hice una visita muy especial a Madrid. Al cumpleaños de un amigo. Nos pasamos todos el fin de semana fuera de casa, conociéndonos más, sin parar de hablar, sin parar de contarnos nuestras cosas, riéndonos de unas y otras, disfrutando del buen tiempo, de las terrazas, de la gente. En fin, disfrutamos como nunca de un simple y sencillo fin de semana. A la vuelta, ambos, sufrimos una pequeña depresión postvacacional.

En julio me fui al sur. A otra reunión genial con amigos. Hemos estado una semana disfrutando, riéndonos, creando nuevos momentos que recordaremos, creo, toda la vida. Unos más que otros, pero igualmente estamos ahora sufriendo las consecuencias de ese síndrome, de esa depresión, y estamos contando los días para volver a vernos. Estamos planeando nuestra próxima reunión.

Y todavía me queda. Como cada año, voy a pasarme una semana en el pueblo de mi madre, con amigos y primos, sabemos que lo vamos a pasar bien, nunca nos decepcionamos unos a otros, es más, cada año nos superamos. Ya estamos contando los días, las horas y los minutos para vernos. Ya estamos planeando cosas para esa semana, ya estamos asustándonos con las fotos, con lo que van a sufrir nuestros cuerpos... y ese síndrome postvacacional lo sufrimos todos por igual, tanto que intentamos volver a vernos en las siguientes semanas (siempre es un poco más difícil, pero a veces lo conseguimos).

Lo que quiero decir, es que no podemos evitar ese síndrome, esa pequeña depresión... por pequeña que sea... sea porque desconectamos del trabajo o simplemente de casa... me pasa muy a menudo, y no sólo tiene que ver con la gente que me acompaña en cada momento, sino porque intento, es una cuestión de orgullo, que cada momento sea especial, y convertirlo en uno de mis mejores recuerdos... intento, siempre, quedarme con lo mejor de cada viaje, y aunque critique algunas cosas y, algunas veces, piense que es posible pasarlo aún mejor, creo que vivo cada momento como se merece... Y eso, me hace estar feliz conmigo mismo, y estar orgulloso de mis amigos, porque me hacen ser quien soy.

(Esto sí que es un síntoma de esa pequeña depresión de la que tanto hablo... por suerte, se pasa, con la siguiente al menos sé que pasará...)

miércoles, 21 de julio de 2010

La poesía es para disfrutarla... (V)

RECUERDOS MUERTOS

Recuerdos,
suerte que los tengo, que
puedo mantenerlos en mis
sueños mientras
duermo,
muertos.

lunes, 19 de julio de 2010

El verano es para trabajar

Hoy tengo ganas de quejarme. Hace tiempo, en mi trabajo, una alumna me dijo que siempre estaba quejándome, y hace dos días una amiga me dijo que quien más se queja es quien mejor está. La verdad es que esta amiga mía se refería a quien se queja de salud, y refiriéndose a una de sus hermanas, que está continuamente quejándose de sus achaques y es la que menos enfermedades ha sufrido en la familia (ninguna grave, que conste). Y también hacía referencia a mi abuelo, que pasó por la terraza en la que estábamos tomándonos unas cañas para decirnos lo jodido que estaba, cuando aparenta estar como una rosa. Yo, la verdad, es que de salud me quejo bastante poco (aunque cuando lo hago, lo hago con ganas)... las quejas a las que se refería mi alumna son un poco más frívolas.

Ahora que estamos en verano, y que estamos pasando más calor de lo habitual (o eso es lo que pienso yo), y yo, que odio tanto el calor, no hago más que quejarme de eso mismo. De lo mal que duermo, de lo mal que lo paso cuando salgo de casa, de que dé el sol por la mañana en el salón, de que no corra el aire en mi habitación interior, de que la gente esté obsesionada con ir a la playa y a la piscina. Sí, cierto, el verano no me gusta. Ya lo he dicho millones de veces, lo único que me gusta del verano es que los días sean tan largos. Pero soy un chico de invierno, me gusta el frío, soporto mejor el frío que el calor. Cuando uno tiene frío se puede abrigar y abrigar y abrigar más... en cambio, cuando uno tiene calor, llega un momento que no se puede quitar más ropa, y aunque se la quitara, a veces no solucionaría nada.

Además, con el trabajo que tuve durante tantísimo tiempo, yo el verano lo relaciono a una de las épocas de más trabajo. Fui profesor de español para extranjeros, y el verano es una de las épocas que más guiris vienen. Unos vienen a estudiar de verdad, y a aprender español con verdadero interés, pero otros (la gran mayoría) vienen en busca del calor español, de las playas, de la fiesta, de la siesta, y en clase lo que menos hacen es atender a las explicaciones de un profesor que no hace más que sudar y pelearse con el aire acondicionado. Ellos, muchas veces, y debido a las consecuencias de las resacas que sufren diariamente, tienen frío bajo el aire acondionado. De verdad, que no lo comprendo, no comprendo a la gente a la que no le gusta el aire acondicionado. Me declaro pro-aire acondicionado y anti-calefacción.

Y cuando hablo de mi profesión, no puedo pasar sin quejarme de las condiciones en las que nos tienen a todos mis colegas. Nosotros, los profesores de español en academias privadas tenemos que aceptar que se nos hagan contratos de media jornada (y con suerte, algunos no llegan ni a media jornada) para trabajar la jornada completa. Esas horas extras que nosotros hacemos no las cobramos como tal, sino que acabamos cobrándolas en negro, o, si tenemos suerte, el próximo mes con una ampliación de nuestras horas de contrato y, con más suerte, trabajando menos para restar las que tenemos acumuladas. Cuando uno acepta estás condiciones, no es consciente totalmente de lo negativo de la situación hasta que tiene que ir a la oficina del paro en busca de la prestación por desempleo y oye de una funcionaria amable que tenemos el mínimo del mínimo.

Pero no es eso lo peor. Lo peor es que tenemos que hacer trabajos para los que no estamos preparados. Cierto, en este tipo de academias uno de los requisitos es ser licenciados, pero ni siquiera buscan licenciados en Filología Hispánica, les vale cualquiera que tenga una carrera de letras. Esto supone mucho intrusismo. Gente que cree estar preparada sólo por hablar el idioma que se supone va a enseñar. La búsqueda de gente especializada, además, no tiene ningún aliciente. En muchas de las academias se nos exige utilizar un material, y no salirnos de ese material. Aducen que ese material está hecho por gente especializada que conoce los niveles con los que se trabaja, que conoce los ejercicios que sirven para qué nivel y para practicar qué parte gramatical. Es la pescadilla que se muerde la cola: puedo contratar gente que no es de Filología Hispánica porque le voy a exigir que utilice mi material (aunque lleve sin revisarlo años y sepa que no es nada bueno), y si veo que utilizan otro material que no es el mío, después de echarles la consecuente bronca, le obligaré a que lo maquete para nosotros y me lo quedaré, si es bueno, para el futuro (bien pensado, esa será la revisión que haga del material).

No, en estas academias no se puede llevar material propio. Todo profesor de español sabe que esto es algo propio de nuestra profesión. Los que llevamos muchos años vamos acumulando material que sabemos que funciona, que sabemos que es bueno y con el que además podemos lucirnos en clase para algunas explicaciones. Si, por suerte, encontramos una academia que nos deja utilizarlo, no se nos pagará. A nosotros sólo se nos paga las horas que estamos dando clase, pero si, como buenos profesionales, utilizamos una media hora (el día que menos) en preparar alguna clase, ese tiempo no se nos paga... ¿por qué se nos iba a pagar? estamos fuera del aula.

Como decía antes, tenemos que hacer trabajos para los que no estamos preparados. Tenemos que lidiar a veces con adolescentes cuyos padres no saben como librarse de ellos para tener unas buenas vacaciones, cuyos padres cagan dinero y han enseñado a sus hijos que todo aquel que trabaje para él, es inferior. Tenemos que hacer de psicólogos cuando vemos a algún alumno sufrir por alguna causa, aunque sea extraescolar. Tenemos que responder a las necesidades de todos, si tenemos una clase mal nivelada (es decir, un alumno que sabe más junto con un alumno que sabe menos) nuestra obligación es hacer que uno aprenda más rápido y que el otro frene un poco.

Pero no me olvido, no. Tenemos que hacer de guías, excursiones por la ciudad en la que trabajamos, o excursiones a otras ciudades. Eso supone, por nuestra parte, un claro ejemplo de intrusismo en otra profesión, algo de lo que me he quejado más arriba. Tenemos que tener un buen nivel de cultura española para responder a algunas de las preguntas impertinentes del listo que quiere saber de qué siglo es el tapiz que está colgado de la pared de un museo en el que sólo visitamos Goya y Velázquez. Debemos saber mucho sobre historia española, sobre todo de la más reciente. Y en otros casos tenemos que evitar temas que en otros países pueden ser tabú (política, dinero y religión, por ejemplo), y si nos atrevemos a tocar estos temas, hay que saber que nosotros carecen absolutamente de opinión, nuestras ideas las tenemos que dejar fuera del aula. Uno de estos alumnos sabe que paga mucho por su curso, y piensa equivocadamente que todo lo que paga es para el profesor. Como digo, lo piensa equivocadamente. He trabajado en muchas academias, y en alguna de ellas sé que al profesor no le llega ni el 12%. La excusa, el material es muy caro (como no podemos utilizar el nuestro...)

Mantengo amistad con muchos de mis alumnos. Eso es lo mejor de mi trabajo, el ambiente, tanto en la clase, con muchos de mis alumnos, como en la sala de profesores (sobre todo en mi último trabajo). Reconzco haberme encontrado en algún lugar sin saber quienes son mis compañeros de trabajo, y en otros que la diferencia entre veteranos y nuevos era tan grande que ni nos juntábamos para fumar un cigarro en la puerta. En estos lugares, me he dado cuenta de que existe en este mundo un alto grado de competitividad, cuando todos estamos trabajando por la misma mierda de sueldo y sometidos a las mismas vejaciones. Me he encontrado con jefes maravillosos, me he encontrado con otros que no lo eran tanto, pero molestaban poco, he visto a algunos que pasaban totalmente de sus empleados (hasta el punto de confundirnos con alumnos), y otros que estaban demasiado encima (hasta el punto de espiar y poner en duda tu profesionalidad, habiendo confiado, como lo hicieron en un principio, en tu profesionalidad demostrada con un curriculum de más de dos años de experiencia).

Todo profesor de español en academia privada tiene en mente al gran Borges, cuando hace tiempo publicó uno de los mejores chistes que se han hecho hasta el momento sobre el tema. La pena, es que ese mismo chiste no pueda servir de foto para el curriculum. Y esa es la mayor queja de todas.

domingo, 18 de julio de 2010

... y unas pinceladas de presunta prosa poética (IV)

A veces personas importantes en nuestras vidas atraviesan momentos difíciles en las suyas. Nuestro instinto nos lo dice y nos impulsa a insistir y a intentar ayudar, sin poder, en muchos casos, hacer nada que lo pueda solucionar. Es entonces cuando tienen que ver en nosotros la paciencia y el apoyo en silencio, sólo en esas circunstancias debemos hacerles saber que estaremos para cuando quieran y para cuando lo superen.

viernes, 16 de julio de 2010

Poli- muchas cosas... sobre todo, política

Siempre lo he dicho, me encanta hablar sobre política, y además me encanta hacerlo con personas que no piensan lo mismo que yo. Hablar de política con quien comparte mis ideas es un poco aburrido, dándonos la razón en cada argumento, pero hacerlo con alguien totalmente contrario ideológicamente es una de las cosas más divertidas... porque se convierte en una especie de reto, y, me doy cuenta, hace que me apasione aún más por aquello que pienso, que digo, que defiendo y en lo que creo.

Lo bonito de la democracia, lo bonito de vivir en el país que nos ha tocado vivir, es el poder expresar nuestras opiniones, y rebatirlas, intentar convencer a nuestro interlocutor, argumentar... lo bonito de este tipo de conversaciones es que ambos sabemos que no vamos a cambiar de idea, por muy bien que nos argumenten algún punto, por muchas razones que puedan parecer convicentes nos den. Y para hablar de política, hay que conocerla. No me las doy de conocer todos los entresijos de la política (de hecho, alguna vez que otra se me ha olvidado el nombre de tal ministro, en qué ministerio está este otro...), pero sí sé lo suficiente como para tener unos ideales que defender, como para poder mantener una larga conversación... Me gusta empaparme de política de vez en cuando.

Mi abuelo decía que para poder quejarte, debías ejercer tu derecho a votar. Que me lo diga un hombre de más de 80 años me llena de orgullo, un hombre que pasó por lo que pasó (sin hacer demagogia, palabra muy de moda gracias a los programas del corazón), que luchó por lo que luchó, un hombre que junto con todos los que vivieron su época nos han dado lo que hoy tenemos. Como decía antes, es lo maravilloso de la democracia, de vivir en un Estado social y democrático de derecho. Gracias a las libertades de las que estamos rodeados somos capaces de expresar nuestras opiniones sin miedo a grandes represalias, sólo a que alguien pueda rebatírnoslas.

Hace tiempo oí de una amiga mía: "¿Qué es eso de que "respeto tu opinión"? te respeto a ti... pero ¡lo que estás diciendo es una auténtica gilipollez!"... la verdad es que estoy de acuerdo con ella. Tenemos que respetarnos como personas que somos, pero a veces podemos escuchar muchas atrocidades. La verdad es que, como siempre, los extremos nunca son buenos, porque también escuché de otra amiga: "¿Por qué tengo que aguantar durante cuatro años lo que una panda de imbéciles ha votado?"... No es que respetemos las opiniones, no es que compartamos o no compartamos ciertas ideas, no, lo que en muchos casos tenemos que hacer es aceptarlas, sin más. Tenemos que hacer con las opiniones de los demás lo que queremos que hagan con las nuestras propias. Eso sí, como me han dicho muchas veces, con un lógico razonamiento y una buena argumentación.

No se puede hablar de política (hace poco lo he sufrido en mis propias carnes) con alguien que no tiene argumentos, o peor aún, con alguien que sólo tiene un argumento. ¿De verdad hay gente que cree que se puede mantener una discusión sobre política defendiendo hasta la saciedad un sólo argumento? realmente es muy cansino. Uno se preocupa de razonar todos sus argumentos, incluso aportar datos, lo que decía antes, intentando convencer a nuestro interlocutor, buscando realidades para ejemplificar... a veces es un trabajo duro, pero es necesario para que no se nos acuse de defender lo indefendible. Y, como digo, después de ese duro trabajo oímos el mismo argumento de siempre. Es totalmente inútil, aunque al final tenemos que aceptarlo, por mucho que nos cueste.

Tengo mis ideas, mis ideales, mis valores, mis principios, mis opiniones, como todos; y la verdad es que se me ve venir. Quien me escuche en una conversación sobre política descubrirá en poco tiempo hacia qué lado tiro (me lo han dicho muchas veces). Y estoy cansado de que siempre se acuse de lo mismo, yo no lo hago con mis "contrarios" porque entiendo que hemos evolucionado, que el tiempo ha pasado y que han seguido cometiendo errores (unos y otros) tanto o más importantes que los anteriores (que los históricos incluso) y que pueden servir igualmente para argumentar, para razonar y para debatir sosegada y civilizadamente con esa gente a la que respetamos, pero de la que quizá estemos pensando que salen muchas tonterías de su boca... jejejeje...

sábado, 10 de julio de 2010

La poesía es para disfrutarla... (IV)

HUIR

Quiero,
siento,
miento,
huyo de las palabras,
corro por los pasillos
de mi interior.

Pienso,
quiero,
intento
vencer a las palabras,
huir de los recuerdos
de ti.

miércoles, 7 de julio de 2010

... y unas pinceladas de presunta prosa poética (III)

Me cansé de esperar una explicación que no merecía, reconozco que la culpa ha sido sólo mía... solamente yo me ilusioné, solamente yo intenté lo imposible... yo SOLO... no quiero estropear lo que ya habíamos conseguido, ahora te necesito más que nunca... espero, con el tiempo, poder perdirte perdón sin vergüenza, y volver a ser lo que ya habíamos logrado ser.

martes, 6 de julio de 2010

Abanderados de la sinceridad

Hacer cosas que sabemos que no debemos, pero aún así las hacemos. Quizá porque no lo pensamos, y porque en el momento sólo pensamos en el placer que nos producen, pero después, poniendo tiempo de por medio, reflexionando con nosotros mismos, reconocemos que no deberíamos haberlas hecho. Muchas de las veces que reflexionamos, y nos invade ese sentimiento de culpa, somos conscientes de que no valió la pena, que haberlo disfrutado en un pequeño momento de nuestras vidas no nos compensa por todo lo que nos lamentamos cuando nos ataca aquello que llaman la voz de la conciencia.

Somos muchos los que no podemos zafarnos de esa pequeña vocecilla de nuestro interior. Nos aturde y nos persigue continuamente después de cometer el "pecado". Ni siquiera nos ayuda hablarlo con amigos, porque ellos mismos, si son buenos, nos dirán lo que estamos oyendo continuamente en nuestras cabecitas. Eso me lleva a plantearme otra cosa, ¿de verdad es tan buena la sinceridad?

En muchas ocasiones, cuando preguntaba la opinión sobre algo a alguien, lo único que buscaba era oír lo que quería. Pero me he encontrado con la verdadera opinión de mi interlocutor, con aquella maravillosa frase, "¿te puedo ser sincero?"... uno piensa en ese momento, "¿es que no lo has sido siempre?"... pero después de escuchar lo que no queríamos, contestamos inconscientemente a esa primera pregunta: "no, no lo puedes ser".

Ser sincero no es necesariamente estar siempre en posesión de la verdad. Quizá tu opinión es sólo tu opinión, no la universal, no la correcta, no la normal. Es cierto que cuando cuento alguno de mis problemas (o quebraderos de cabeza) a mis amigos, quiero que sean sinceros conmigo, quiero que me digan lo que realmente piensan, quiero que me aconsejen, quiero que me ayuden (si pueden)... Es decir, quiero sinceridad de quien realmente quiero.

Repito, que seas sincero conmigo no te da derecho a atacarme con cosas que sabes que me pueden doler. Se nota cuando estoy agobiado con ciertas cosas, y se me ve cuándo pregunto para escuchar lo que realmente quiero oír. Si quiero sinceridad, la pido (con otra maravillosa frase: "por favor, sé sincero/a, ¿qué piensas de...?"). Pero eso no quiere decir que esté deseando que me mientan (o que me falseen, concepto muy de moda gracias a Gran Hermano). No estoy buscando que me digan todo a la cara.

No, en ocasiones es bueno guardarse cosas. La cosas que sabes que no van a sentar bien, que van a hacer daño, ¿por qué decirlas? ¿qué necesidad tenemos de dañar a la gente? Se pueden tener grandes conversaciones, se pueden mantener grandes amistades sin necesidad de decirlo todo a la cara. Todos, repito, todos tenemos secretos, todos nos guardamos cosas, eso es algo que a muchos les cuesta aceptar y van por la vida como abanderados de la sinceridad, de la verdad y de ir siempre de frente. Pues, la verdad, no quiero eso para mí. Nunca presumiré de ser sincero siempre, nunca presumiré de estar siempre en posesión de la verdad y de la razón, y nunca presumiré, por supuesto, de ir siempre de frente.

Quien me conoce, quien me quiere (y, por ende, a quien conozco y a quien quiero) sabe como soy. Sabe que soy sincero cuando tengo que serlo, sabe que tengo razón cuando la tengo, sabe que no miento cuando digo la verdad, sabe que voy de frente cuando tengo que hacerlo. Y sabe, también, que reconozco ser un falso con quien yo reconozco que lo es conmigo... es fácil...

lunes, 5 de julio de 2010

La poesía es para disfrutarla... (III)

LUNA LUMINOSA

Luminosa luna,
tú que miras
cada noche,
me deslumbras,
luna,
que me ves,
que me escuchas,
me iluminas
en mis noches
vacías...
luminosa,
en el cielo
inmóvil,
tú me guías
y me enseñas
el camino,
luna luminosa.

domingo, 4 de julio de 2010

Ayer, hoy y mañana...

Cuando volví a verla y a hablar con ella, me di cuenta de que no había pasado el tiempo, a pesar de que hacía más de cinco años que no nos veíamos. En un momento nos pusimos al día, no paramos de hablar y nos contamos todo lo que no nos habíamos contado desde nuestra última conversación. Me contó todo lo que había estado haciendo en todo este tiempo, yo hice lo propio. Nos reímos con las historias que relatábamos, las unimos a las propias experiencias, hablamos de unos y de otros respondiendo a las preguntas que nos íbamos haciendo sobre la gente que conocíamos. Recordamos los viejos tiempos, con pelos y señales, los momentos que habíamos vivido juntos, y con nuestros amigos, durante el año que compartimos. Al llegar la noche fuimos conscientes de que no había habido ni un pequeño silencio en todo el día, y ambos llegamos a la misma conclusión: no parecía que no hubiesemos hablado en tantos años.

Me pasó lo mismo hace tiempo, con una conversación de más de dos horas por el Skype con una amiga de la infancia en la que recordamos todo lo que habíamos compartido. La verdad es que con ella había hablado más, pero entre un contacto y otro pasa bastante tiempo. Ya había hablado de esto con otros amigos del pueblo, a los que, hubo una época, sólo veía de verano en verano. Pero nunca nos costó retomar las cosas donde las habíamos dejado, nunca nos costó volver a estar como estábamos antes.

Y creo que me pasará con más gente. Hay personas en mi vida, muchas, con las que creo que podré mantener la relación incluso con mucho tiempo de ausencia de noticias. Las reconozco con facilidad, personas con las que sé que me costaría estar callado, personas con las que, si se produjeran, se producirían silencios que no podríamos calificar de incómodos. Esos silencios que a veces agradecemos, y que utilizamos, muchas veces, para hacer memoria, para rebuscar entre nuestros recuerdos y analizar nuestras vivencias hasta llegar a la conclusión de cuáles son las que podemos recordar juntos o de cuáles puedo hacer partícipe a los que en ese momento me escuchan. Tener personas así en mi vida me llena de orgullo, me alegra, me hace sentir acompañado incluso disfrutando de mi soledad.

Hacer que pase el tiempo por nosotros y por nuestras relaciones sociales sólo depende de nosotros. De saber elegir de quién rodearnos. De hacernos querer. De hacernos valer frente a nuestros amigos. De saber que nuestros amigos valen lo que valen. Pero todo esto, creo, debemos hacerlo inconscientemente. Al menos eso es lo que ahora pienso, después de analizar al detalle mis últimas vivencias. Y ahora que soy un poquito más consciente de ello, cometo el error de pensar en la gente que va entrando en mi mundo, estoy contento de tener a quien tengo, y espero, deseo y quiero que esa gente forme parte de mí durante mucho tiempo, incluso, como decía antes, en ausencia de noticias.

El paso del tiempo, en ocasiones, a las pruebas me remito, es beneficioso para nuestra manera de comportarnos socialmente. Nuestros amigos son amigos por lo que vivimos con ellos y sin ellos. Esas son las cosas que enriquecen las relaciones, los recuerdos y las anécdotas forman parte de nuestras vivencias que nos ayudarán, en un futuro o en el mismo presente, a aconsejar, a ejemplificar ciertas situaciones, a advertir, a divertir, a aburrir... en definitiva, a unirnos más a quien deseamos tener cerca.

Sea lo que sea el tiempo, oro o efímero, debemos aprovecharlo. No tenemos que dejarlo escapar. Hay que disfrutar de cada segundo como si fuera el último de nuestras vidas. Hemos de ser capaces de convertirlos, esos segundos vividos, en los mejores instantes fotográficos en nuestra mente.

Sin saberlo, disfrutaremos más del futuro haciendo de nuestro presente los mejores recuerdos del pasado.

jueves, 1 de julio de 2010

Vacaciones estivales: a pasar calor... sin parar...

Me encanta la espontaneidad. Sí, reconozco que me gustan las sorpresas en cada momento, me gusta que las cosas vayan llegando como tienen que llegar... Y me sorprende. Yo, que siempre que tenía la idea de hacer algo, lo planeaba, lo organizaba al milímetro, y me costaba salirme de mis propios planes... pero la experiencia me ha dicho que los eventos espontáneos son los que mejor salen, en los que mejor se lo pasa uno, en los que más se disfruta...

Últimamente es lo que me está pasando. Me están saliendo planes hasta de debajo de las piedras. Sin pensarlo, lo que se planteaba como un verano normalito... incluso soso... incluso aburrido... se ha convertido en un verano lleno de planes, de un constante ir y venir de gente, de un continuo movimiento de un lado a otro, de un "lo siento, este fin de semana no puedo, lo tengo ocupado" a todas horas... Sin quererlo, sin proponérmelo, he ocupado mi verano como si del último verano de estudiante se tratara.

Hace bien poco hablaba con una amiga por teléfono. Ambos recordábamos nuestro verano de COU, de segundo de Bachillerato, como uno de los veranos en los que más habíamos hecho, y en los que más habíamos disfrutado de las vacaciones estivales. Incluso, reconocíamos con melancolía que nos costaría volver a tener otro verano como ese. Y es que, de un tiempo a esta parte, el verano ha sido una de las épocas en las que más he trabajado. Las circunstancias, y mi ocupación hasta el momento, convertían el verano en una de las mejores épocas y en la época propicia para el trabajo. Carecía de vacaciones de verano desde el 2004. Sí, recuerdo no haber trabajo el verano de 2007, lo ocupé proponiéndome sacar el carnet de conducir. Pero mis veranos nunca han sido veranos de vacaciones.

Parece que mi cuerpo y mi subconsciente se han dado cuenta de ello este mismo verano. Estoy en paro, y yo mismo me he creído que esa circunstancia es lo mismo que estar de vacaciones pagadas. Como decía, mi verano se ha llenado de planes, de viajes, de ideas, de visitas, de fiestas... Ayer un amigo me decía, que la verdad es que no era para tanto. Y tiene razón, no es para tanto, pero teniendo en cuenta los planes que yo tenía al comienzo del mismo, hasta llegar a tener ocupados todos los fines de semana, como ahora tengo, hay una gran diferencia.

No sé cómo ha pasado, pero está bien. Dentro de la planificación propia de cada uno de los fines de semana (algunos de los planes ocupan semanas completas), ha sido todo de una manera espontánea, me han ido llegando ideas poco a poco que no he podido rechazar... y las he ido gestando, hasta convertirlas en mis propios planes...

Hace un par de meses, contestaba yo a un mail de una amiga, en el que me preguntaba que cómo se planteaba el verano... Repito, le contesté que mi verano se planteaba bastante aburrido, que sólo disponía de un plan (que se repite cada año y que no cambiaría por nada) hasta el momento, y que no creía que apareciera ningún otro, porque carezco de una fuente de ingresos... ¿Qué ha pasado? me he dejado llevar por la locura del momento... eso es una buena señal...

martes, 29 de junio de 2010

Zumbidos, notificaciones, mails y demás...

Estoy aburrido en casa... dándole vueltas al Facebook. Hoy no hay mucho movimiento, he comentado un par de cosas por muros ajenos, he devuelto el saludo de algunos de mis amigos en mi muro, he estado leyendo algunas notas publicadas por otros y viendo videos... Me suena el teléfono, es un amigo, que también está aburrido y le apetece hablar. Me cuenta sus cosas, me río, le intento aconsejar sobre algunos asuntos, me cuenta algún que otro cotilleo... Yo hago lo propio, le cuento mis cosas, se ríe conmigo y, verdaderamente, me da un par de sabios consejos... También le cuento algún cotilleo.

Después de una hora hablando, nos despedimos con el "ya hablaremos" típico. Con toda la intención, pensando que ciertamente ya hablaremos en otra ocasión. Yo, al menos, espero que la siguiente vez que hablemos sea pronto. Me gusta hablar con él. Después decido pasarme un rato por el MSN. Hay alguien conectado. Una amiga me habla, me dice unas cuantas bobadas, me río mucho (no me canso de escribir "jajajajaja"). Al cabo de un rato me dice que estaba ocupada peleándose con un Power Point. Con mis escasos conocimientos de informática, y a distancia, intento ayudarla. Suena otra conversación, se abre otra ventana con el "hola" de otro amigo. Mantengo las dos conversaciones, una con una clase de informática para principiantes, y otra más trivial, hablando de lo que nos aburrimos y de lo que hemos hecho en el día... Está siendo una conversación amena. Poco a poco vamos introduciendo nuevos temas. Mi amiga desconocedora de algunos conceptos informáticos se está volviendo loca... sigo escribiendo "jajajajaja" en más de un comentario... Realmente está siendo muy divertido.

Después de una larga conversación, la primera se despide, para "pelearse con el ordenador", palabras textuales. Sigo a la otra conversación. Hablamos de otras personas, amigos en común. Suena una ventana nueva, preguntándome que si estoy. Es una amiga con la que hacía años que no hablaba. Los dos coincidimos en que hace muchísimo tiempo que no sabemos el uno del otro. Incluso tenemos que preguntarnos que ahora dónde estamos. Ella sigue en Barcelona, haciendo un curso, yo le tengo que contar que el año pasado me tuve que volver a casa de mis padres, por cuestiones de trabajo (la falta de trabajo). Hablamos un rato largo. Y la sigo con la otra conversación.

La chica de Barcelona me dice que quiere hacerme una visita y juntarnos los que estábamos siempre en aquella época. Se pone manos a la obra, dice que va a buscar un billete. Yo le digo que ya hablaré con los demás para ponernos de acuerdo y vernos. Se tiene que ir, la llama por teléfono otra amiga... le mando recuerdos para ella también, la conocí al mismo tiempo. Abro el correo y le mando un e-mail a otra amiga hablándole de la de Barcelona... tenemos que hacer lo posible por volvernos a ver y recordar viejos y buenísimos tiempos. Sigo hablando con mi otro amigo.

Vuelvo a darme un paseo por Facebook. Hay un poco más de movimiento, y veo comentarios a mis comentarios... Uno de ellos, especialmente, ha creado toda una conversación con amigos míos del pueblo de mi padre. La extraña conversación está siendo muy divertida... ha llegado a desvariar mucho, con anécdotas de otros años, con las más nuevas, con viejos y nuevos recuerdos y con algún chiste de ese preciso instante. Me uno, digo un par de tonterías más. La conversación crece y crece y se nos une más amigos. Nos lo estamos pasando muy bien, hasta que poco a poco empezamos a despedirnos.

En el Skype se asoma una ventanita naranja. Otra amiga, pero esta vez del otro pueblo. Voy al Skype, la llamo, hablamos. Recordamos también temporadas en el pueblo de mi madre. Nos reímos mucho. Recordamos algunas vacaciones de verano que hemos pasado juntos, pero no en el pueblo. Decicidimos que tenemos que preparar otra "quedada". Ahora me tengo que desconectar yo, me llaman al teléfono. Miro la pantalla y sonrío. De nuevo, es el primer amigo que me llamó. Hablo con él, al mismo tiempo que le digo al del MSN, con quien estoy hablando, se conocen. Vuelvo a reírme con lo último que le ha pasado. De nuevo intento aconsejarle... se ríe de mí... y conmigo... jajajajajaja...

Me dice que vuelve a casa, que ahora me ve en Facebook. Una nueva ventana del MSN se abre. Es una amiga mía que vive en Escocia, saludándome. Tengo ganas de verla. Estamos planeando vernos el próximo mes. Para entonces ella ya estará aquí. Pero parece que nos está costando cuadrar fechas. Mi otra conversación en MSN se despide, tiene que hacer otras cosas. Hablaremos en otra ocasión, claro.

Sigo con mi amiga de Escocia. "Discutimos" sobre las fechas en las que podríamos coincidir, en Madrid, todos, con mis ex-compañeros de trabajo. Tengo ganas de verlos a todos. Al mismo tiempo que hablo por MSN con ella, mando un mensaje privado común por Facebook para hablar de una posible reunión. Al poco van contestando. Todos tenemos ganas de vernos y volver a nuestro bar, y pasar una noche como las que pasábamos cuando todos estábamos trabajando juntos en Madrid. Poco a poco vamos cuadrando fechas, sí, nos veremos el próximo mes.

En Facebook, mi amigo del teléfono prepara una etiqueta privada con tres amigos más. Al parecer estamos los cinco. Mantenemos una divertida conversación. Con ellos cinco es posible hablar de todo, y lo divertido de nuestras larguísimas conversaciones es que tocamos millones de temas y cambiamos de uno a otro, aunque no tengan relación, con muchísima facilidad...

Es definitivo, y mucho más allá de no poder vivir sin la tecnología, sin lo que no puedo vivir es sin mis amigos... Es por momentos como todos estos que acabo de relatar, por lo que os echo muchísimo de menos a cada instante... GRACIAS POR SER QUIENES SOIS Y HACERME A MÍ SER QUIEN SOY!

lunes, 28 de junio de 2010

... y unas pinceladas de presunta prosa poética (II)

Cuando te hablé por primera vez, no pensé que seríamos lo que somos ahora. No sé cuándo ni cómo ocurrió, sólo sé que ahora no puedo evitar el quererte, ni soy capaz de quererte como tú quieres que te quiera; y cada día que pasa estoy más convencido de ello. Lo siento, pero entonces no entraba en mis planes echarte de menos, y me costará superar el desear que estés simpre a mi lado.

domingo, 27 de junio de 2010

La poesía es para disfrutarla... (II)

NOS OLVIDAMOS DE TODO

Perdimos el tiempo,
nos miramos,
mientras llovía,
y olvidamos todo.

Perdimos el tiempo,
nos sentimos,
mientras soplaba el viento,
y olvidamos todo.

Perdimos el tiempo,
nos tocamos,
mientras el sol brillaba,
y olvidamos todo.

Perdimos el tiempo,
nos acercamos,
mientras nos miramos,
y nos olvidábamos de todo.

sábado, 26 de junio de 2010

Millones de cosas en la cabeza

¿A quién no le ha pasado? ¿quién no ha tenido, alguna vez en su vida, miles de cosas en la cabeza? ¿quién no le ha dado millones vueltas a las cosas una vez, incluso, pasadas? ¿alguien es capaz de acertar con la que se supone más importante de todas? ¿la que más pensamos es la más importante? en fin... en algún momento de nuestras vidas se nos llegan a juntar en nuestra mente muchas ideas, y no nos cansamos de darle vueltas, de pensar y pensar... y a veces eso no significa encontrar la solución a muchas de ellas.

Creo, no lo sé seguro, que es una ley de Murphy. Cuando tienes algún quebradero de cabeza por algo que en tu vida cotidiana consideras muy importante, llega alguna cosilla más para hacerle compañía a tus pensamientos. No es suficiente con que tengas que reflexionar sobre una cosa, es propio de la naturaleza humana tener varias cosas en la cabeza... no lo podemos hacer fácil.

Estás en tu casa, tranquilamente, sentado en el sofá del salón, viendo en la televisión algo que te permite oír tus pensamientos (quizá Gran Hermano o Sálvame), reflexionando en lo último que te ha dicho el chico o la chica que te gusta. No sabes muy bien por qué lo ha dicho, y desconoces la intención del mensaje. Eso es lo que te está preocupando en ese momento, y de repente, otro pensamiento entra sin llamar. Los pensamientos pueden llegar a ser muy maleducados.

Como decía, junto a la frase del chico o la chica que te gusta, está tu futuro profesional. La verdad es que no se llevan nada bien, discuten un poco, pero al final el pensamiento "futuro profesional" se impone, al menos momentáneamente. El pensamiento "la frase del chico o la chica que me gusta" ha huído por la ventana. Ahora mismo no sabes qué hacer, dudas de tus capacidades, no sabes si elegiste bien estudiando la carrera que estudiaste, te reconcome la idea del trabajo perfecto, te arrepientes de no haber insistido más en el último para que te renovaran, sabes que no quieres volver al mismo trabajo de siempre que no te lleva a ninguna parte... y la última decisión que tomaste, ¿es de verdad la que querías y la acertada?

El pensamiento "la frase del chico o la chica que te gusta" se asoma tímidamente por la ventana, pero otro abre la puerta. ¡Oh! si es el pensamiento "ayer me enfadé con mi mejor amigo o amiga y tengo que llamar por teléfono"... ahora estás pensando en esa conversación que vas a tener... qué le dirás, cómo lo dirás, qué le contestarás y cómo... el pensamiento "futuro profesional" se está enfadando... insiste. El pensamiento "ayer me enfadé con mi mejor amigo o amiga y tengo que llamar por teléfono" no pelea, se sienta, esperando quizá. Se oye otro ruido...

Entra en escena el pensamiento "¿por qué hice eso anoche?"... el pensamiento "la frase del chico o la chica que me gusta" ha saltado por la ventana... parece que no acepta al pensamiento "¿por qué hice eso anoche?", se miran... si las miradas matasen... En cambio, parece llevarse muy bien con el pensamiento "ayer me enfadé con mi mejor amigo o amiga y tengo que llamar por teléfono"... ¿por qué?... creo que quiero a mi mejor amigo o amiga, él o ella algo me dijeron ayer que me hizo hacer una locura de la que ahora me arrepiento... el pensamiento "futuro profesional" está llorando en una esquina... está solo... y sabe que abandonado... le costará volver a ser el protagonista, aunque no se va... sabe que tiene un papel importante en esa cabecita llena de trivialidades...

viernes, 25 de junio de 2010

... y unas pinceladas de presunta prosa poética (I)

Me acuesto pensando en ti, protagonizas el primer pensamiento de mis mañanas, es así como me doy cuenta de que te sueño, de noche y de día.

jueves, 24 de junio de 2010

La poesía es para disfrutarla... (I)

COMETÍ EL ERROR

Cometí el error de dejarte,
me dejé llevar por mis impulsos,
impusiste tus criterios,
cristalizando mis esperanzas
y esperé lo inesperado.

Cometí el error de marcharme
marcando las distancias que
disimulan mis deseos
y desean tus anhelos.

Cometí el error de abandonarte,
abandonaste mis recuerdos,
recorrí tus misterios.

Cometí el error
de esperarte.

miércoles, 9 de junio de 2010

Escribo lo que pienso

En mi época de estudiante, y ahora que he vuelto a la misma, reconozco estudiar escribiendo. Muchos no lo entienden, o es que simplemente su manera de estudiar es otra (el subrayado es una bonita manera de perder el tiempo, y muchos, muchas veces, pensamos que nos ayuda a estudiar, lo que nos ayuda es el colorido, quizá, pero entonces pintemos algo bonito sobre los apuntes). Como decía, la manera de estudiar de cada uno creo que tiene que ver con cómo es cada uno. A saber: a mí me gusta estudiar escribiendo porque escribir es algo que me gusta y a veces me relaja y me hace recordar mejor que los colores.

Cuando yo estudié mi carrera, cogía los apuntes en clase y eso me ayudaba a recordar cuando después los estudiaba (hablo, por supuesto de aquellas asignaturas a las que iba a clase... con las demás tenía un poco más de problemas...). Con algunos profesores, y algunas materias en concreto, los apuntes que yo tomaba en clase eran notas, o directamente lo que oía, pero sin prestar la más mínima atención, preocupado sólo por pillar todo lo que se decía desde la pizarra. Después, con un poco de tiempo hacía algo que hacemos muchos estudiantes, los "pasaba a limpio". No sé si de verdad me servía, o realmente me quería engañar (como con el subrayado), pero creo que me ayudaba a estudiar. Recuerda, sin más, las veces que me he intentado hacer una chuleta para algún examen en el instituto, que al final, por vergüenza, por miedo o porque me la había aprendido de memoria, no llegaba a utilizar.

Pero no quería hablar de las maneras de estudiar. Lo que quería comentar es esto mismo que yo estoy haciendo ahora. Muchas veces lo que tenemos en la cabeza es un batiburrillo de anécdotas, pensamientos, recuerdos, necesidad... un montón de cosas. En ocasiones nos sirve poner en orden todo lo que tenemos ahí metido. Personalmente, una de las formas que me ayuda a poner en orden muchas de esas cosas que tengo en la cabeza, es escribiéndolas. Es cierto eso que se dice en muchas películas, es bueno hacer una lista de cosas (aunque en las películas, al final, esa lista servía para alargar el argumento o para solucionar el problema presente en el argumento durante toda la película).

Como digo, escribir lo que pensamos o lo que necesitamos decir puede ayudarnos. Ayer hablaba yo de los momentos bajos, ¿es posible superarlos escribiendo todo lo que nos reconcome?, bueno, nunca lo he puesto en práctica en ese sentido. A lo que me refiero es a algún caso en concreto, una circunstancia muy especial que lleva un tiempo rondando por nuestra cabeza y cuando encontramos el momento oportuno, conseguimos soltarla.

Ahora mismo lo hago, no sigo ningún guión, ni siquiera cuando he entrado aquí sabía de qué iba a escribir. Lo único que hago es recorrer todos mis pensamientos, y poco a poco plasmarlos en este blog. Quizá no sea muy profesional, pero eso es precisamente lo que no soy, profesional de la escritura. Me gusta escribir, me gusta leer, me gusta pensar, pero eso no significa que pueda dedicarme a ello profesionalmente (aunque no lo descartaría), pero si quisiera serlo, me lo plantearía de otra manera, ¿no?

Además, como dije en mi primer comentario, me paseé un poco por algunos blogs, curioseé por las palabras de otros, y me di cuenta de que cualquiera escribe sobre lo que quiere y lo que le da la gana. Eso hago yo, y me importa bastante poco que lo lea alguien (de hecho creo que hasta ahora nadie lo ha leído), pero a mí al menos me sirve para ocupar un poquito mi tiempo y evadirme de mis verdaderos problemas (que tampoco son muchos).

martes, 8 de junio de 2010

Algunos momentos bajos

A todos nos pasa. Creo que no tiene nada que ver con nuestro propio humor, o quizá sí, pero lo que tengo claro es que llegan sin avisar, y muchas veces nos es difícil encontrar la verdadera razón por la que nos atormentan. No creo que podamos encontrar una explicación a esos momentos de bajonazo que a veces nos atacan.

Como antes decía, quizá sí tenga que ver con nuestro propio humor. Por mí, y por muchos de mis amigos, esos momentos son más visibles en la gente que tiene mejor humor, que está feliz más veces que triste. Es, probablemente, porque a las personas que están más veces triste se les nota menos uno de estos momentos, porque viven casi en el noventa por ciento en un constante bajonazo.

Muchas veces he sido consciente, incluso, que a las personas que tenemos muy buen humor, se nos toma poco en serio. Tenemos el mismo derecho a "disfrutar" de esos momentos. Llegan, como digo, sin explicación. Y nos llegan a todos. Sin ir más lejos, hace poco atravesé uno. Le di muchas vueltas, y creí encontrarle una explicación, porque me había pasado más o menos lo mismo en parecidas circunstancias. Pero después de un tiempo me di cuenta de que estaba durando más de lo habitual, así que lo pensé más detenidamente. Después de ese tiempo de reflexión, creí encontrar la razón (de nuevo)... lo superé por eso mismo, el motivo en sí mismo me asustaba más que el estar atravesando uno de esos momentos.

Igual que llegan se van. Hace bastante tiempo, una amiga mía vino de pasar un fin de semana en casa de sus padres con uno de estos, no supo explicarnos por qué, obviamente. Tiempo después, un día en la biblioteca, se le pasó, sin más, después de estar todo el día con nosotros con la misma cara amargada, pero en mitad de la tarde escuchó una tontería y sonrió, y se rió.

Así son. Llegan y se van a su antojo. En unas ocasiones nos puede ayudar pensarlo en la soledad de nuestros pensamientos, otras veces puede ayudarnos el hecho de socializar, de hacer vida normal, en otros momentos lo mejor es no pensarlo (ni en soledad ni acompañado), intentar ocupar la mente con lo que hacemos habitualmente. A veces nos ayuda hablarlo con alguien, a veces lo que menos nos apetece es que otra persona escuche lo que nos pasa, sobre todo si no somos capaces de explicárnoslo a nosotros mismos. Incluso podemos verlo como algo ridículo.

Lo que sí sé es que, para el que lo sufre, es algo importante. Que alguien nos hable y nos diga que no tiene importancia, que ya se nos pasará, no hace sino empeorar la situación, alargar nuestra pequeña agonía, sumirnos un poco más, si cabe, en nuestra insignificante depresión. Sería, desde mi humilde opinión, un buen tema a tratar por psicólogos y psiquiatras. ¿Tiene que ver con nuestro estado mental? ¿tiene que ver con las circunstancias que nos rodean? ¿tiene que ver con algún momento en concreto que vivimos con anterioridad? ¿tiene que ver con alguien que hace algo que nos gusta o nos molesta?... tengo la certeza de que el único culpable de esto es la propia persona que lo sufre, y el que lo supere o no sí que tiene que ver con las circunstancias del momento de sufrimiento.

No sé si por aburrimiento, por envidia, por disfrutar mucho de algún momento, por estar con alguien que nos aporta mucho, por despedirnos de ese alguien, por despedirnos de una buena temporada en algún sitio en el que lo hemos pasado muy bien con gente que queremos, por acordarnos de cualquier tiempo pasado, por recordar buenos momentos, por echar de menos los buenos momentos... cosas que, a menudo, lo que deberían provocarnos es, creo, atravesar algunos momentos altos.

lunes, 7 de junio de 2010

Culpable de todo: la resaca

¿Quién no se ha levantado un sábado y ha dicho: "no vuelvo a beber"? debe ser que tenemos poca palabra, porque por la propia experiencia puedo decir que esa es una de las mayores mentiras que he dicho y diré en mi vida. La desagradable sensación de resaca me dura sólo el día siguiente, y a veces sólo la mañana (con una pequeña parte de la tarde), porque a veces la misma noche vuelvo a salir.

¿No dicen que como mejor se pasa la resaca es bebiendo más? bueno, a veces es cierto. Otras veces lo único que se consigue es una mayor resaca el domingo, y además gastar más dinero. En cuanto al tema, se me ocurren muchas cosas que decir, y todas las anécdotas relacionadas con la fiesta y la resaca están rodeadas de diferentes circunstancias.

A medida que crecemos, nuestras resacas son peores, las sufrimos de maneras diferentes. Con menos años somos capaces de salir de fiesta tres días seguidos y olvidarnos de la resaca a la hora de desayunar. Con más años, nuestras resacas duran más tiempo, y nos autoconvencemos de que no podemos salir más de un día seguido. No es cierto. El caso es proponérselo a uno mismo. Mi experiencia me dice que si me propongo estar todo un fin de semana de fiesta, puedo hacerlo (a base de ibuprofenos y medicamentos varios), incluso he podido aguantar hasta una semana completa. Eso por un lado.

Por otro, cuando salimos somos conscientes de que al día siguiente vamos a tener resaca, por esa misma razón casi hasta la buscamos más. Si vamos por la calle, sin rumbo fijo, al primer bar que nos encontremos, y se nos cruza el relaciones de turno, ofreciéndonos dos copas por el precio de uno, o un chupito con la copa, o copas a 4 euros... muchos somos los que "caemos" en el engaño, y pensamos: "total, alcohol malo voy a beber de todas formas, así que... por lo menos, que sea barato".

Y estando de fiesta, sin aguantar de pie si no es apoyándonos en una pared, en la puerta del baño, esperando, con un brazo en la barra o en una mesa... y seguimos bebiendo. Conocemos nuestro límite (al menos yo el mío sí), y parece que queremos llegar a él, incluso superarlo un poquito, ponernos a prueba a nosotros mismos, y lo pensamos, con la última copa, en un momento de lucidez: "¡Qué resaca voy a tener mañana!", a veces hasta se adelanta, y al final de la noche (o principio de la mañana) ya tenemos un ligero dolor de cabeza, provocado no sólo por el humo y la música de los lugares en los que hemos estado, sino por todo el alcohol que hemos metido para el cuerpo.

Nos extrañamos encima de que al día siguiente estamos todo el día de la cama al sofá, del sofá a la nevera (para los que no tienen una resaca estomacal, que no es mi caso), de la nevera otra vez al sofá... perdiendo un tiempo maravilloso en poder hacer algo provechoso con nuestras vidas. ¿Y las resacas en días de trabajo? hablo con conocimiento de causa cuando digo que trabajar con resaca es lo peor que he hecho en toda mi vida.

Hace tiempo me uní a un grupo de Facebook que se llamaba "No necesito divertirme para beber" (o algo así). Me hizo dudar, si realmente somos alcohólicos sociales, o es verdad que necesitamos beber para divertirnos. Mucho antes mis amigos y yo habíamos hablado del tema, nuestra conclusión fue que si salíamos de fiesta y no bebíamos, no nos divertíamos de la misma manera. El divertirse en sí mismo no tiene que ver con el beber alcohol, pero sí el salir de fiesta. Personalmente, yo no pueda salir de fiesta a base de aguas, o cocacolas. Lo siento, señores de la ley seca, no sé salir de fiesta si no es con una caña y con unas cuantas copas encima, a pesar de saber como sé que mi cuerpo sufre, pero no por la cantidad de alcohol, sino por la resaca del día siguiente.

viernes, 4 de junio de 2010

Esa extraña necesidad...

Sinceramente, tengo el perfil en Blogger desde hace tiempo, incluso alguna vez creé un blog, pero lo abandoné al poco tiempo. Hoy me he vuelto a pasar por aquí, he mirado otros blogs, he leído cosas interesantes, he leído cosas aburridas... pero lo que más me ha llamado la atención es la necesidad de muchos de contar su vida a gente desconocida (y alguna conocida)...

Puedo decir que utilizo Facebook desde hace más tiempo, y es verdad que mis "amigos" de FB, son conocidos, amigos del colegio, del instituto, de la universidad, del trabajo... por alguna razón son amigos, y a ellos muchas veces les cuento (poseído por una extraña necesidad) lo que hago a lo largo del día. En mi estatus he llegado a contar lo que cenaba, a qué hora me iba de viaje, dónde iba a estar el fin de semana... llegué una vez a comentar que me invadía la necesidad de contarles todo lo que hago a lo largo del día...

La excusa es que son mis amigos, no sé si les interesará o no, pero confío en que muchos de ellos lo leerán y raramente se sorprenderán, porque, poco o mucho, me conocen, y saben cómo soy. Pero, leyendo hoy como he leído algunos blogs, me he sorprendido mucho de que algunos de los que aquí están puedan llegar a contar todas sus intimidades, sus preocupaciones, sus "comeduras de cabeza"... Lo sé, ahora mismo estoy haciendo lo mismo, me estoy exponiendo a ello, ese es el riesgo que se corre. Pero, me asalta una duda, ¿por qué el ser humano tiene la necesidad de contarlo todo?... Muchas veces me he sorprendido a mí mismo contándole mi vida a alguien desconocido, y todas esas veces lo he achacado a una herencia. Lo he visto en las "capas más altas" de mi familia, he visto cómo mis abuelos le contaban al dueño de una casa rural en la que estuvimos que eran de un pequeño pueblo de Salamanca; he visto como, en el mismo viaje, mi tía le contaba a un camarero que su madre quería carne guisada porque es más fácil de masticar con la dentadura postiza...

Con esos momentos me enfrento a una gran cantidad de sentimientos encontrados. Por una parte, ternura, por otra, cariño hacia mi familia, y por otra, un poco también, vergüenza. Aquí, en el medio en el que me encuentro ahora, internet, todo parece diferente. Nos escudamos, quizá, en la pantalla de nuestro ordenador, en la soledad de nuestra habitación, y en el poder de la imaginación. Digamos lo que digamos, poco nos podemos fiar, dudamos siempre de si es verdad o mentira lo que estamos viendo... pero eso, ahora es harina de otro costal...

Lo único que ahora puede decir, es que tengo que dejar de escribir, porque es hora de comer, y a ello mismo voy... Hoy toca pollo con arroz y salsa de soja... para quien le interese.